Jorge Ayala Blanco - La disolvencia del cine mexicano

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La disolvencia del cine mexicano: краткое содержание, описание и аннотация

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La disolvencia del cine mexicano es el cuarto volumen de ensayos de Jorge Ayala Blanco, al cual anteceden La aventura, La búsqueda y La condición. El presente es un estudio detallado del significado cultural del cine nacional que abarca la segunda mitad de los años ochenta. Dividido en ocho partes: «La nueva generación de cómicos», «El aplauso rosa», «Elogio a la violencia», Un punto de vista de autor popular", «La ambición documental», "Lo exquisito propositivo, «Un punto de vista de autor exquisito» y «La mirada femenina», los textos aplican la «disolvencia», en términos cinematográficos, fundiendo distintos e inteligentes enfoques y miradas del autor a lo popular y novedoso del cine nacional de esa época.

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Las tres siguientes partes del libro corresponden al cine exquisito. “La ambición documental” se ocupa de las películas de expresión muy individualizada dentro del cine de no-ficción, el cine testimonial creativo, los restos de una escuela documental mexicana que nunca llegó a florecer. La búsqueda fallida de formas al día y ciertos parciales aciertos en caducas o desviadas formas de invención se consignan al escalpelo en la parte sexta (“Lo exquisito propositivo”). La séptima sigue la trayectoria de viejas propuestas estéticas con sobreviviente vigencia y el ascenso admirable de algunas nuevas propuestas de difícil continuidad (“Un punto de vista de autor exquisito”).

La octava y última parte del libro se activa en exclusiva con las películas realizadas por mujeres (o casi). De hecho, “La mirada femenina” es una microestructura que reproduce, en femenino, la estructura general del volumen. El capítulo sobre “La feminidad fantoche” resume “La nueva generación de cómicos” a otro nivel. Los capítulos sobre “La erofantasía feminista” y “La feminidad ardida” sintetizan otras lecturas de “El aplauso rosa”, y el capítulo sobre “La feminidad odiahombres” resulta un tránsfuga del “Elogio a la violencia”. El capítulo acerca de “El feminismo militante” podría pertenecer a “La ambición documental”. “La otra misoginia” y “La feminidad ñoña” hacen tan buena pareja aquí como podrían haberla hecho en “Lo exquisito propositivo”, pero el gueto del cine de mujeres sobre mujeres amplifica su sentido. Los demás capítulos de esta parte, como todos los que figuran amparados por el nombre de algún realizador, se consideran tributos al cine de autor; en este caso corresponderían a “Un punto de vista de autora exquisita”. Nuestra política de referencias es abundosa (ni modo), pero sencilla y clara. Cada uno de los ochenta capítulos, aunque intercomunicado de cien maneras con los demás, posee su propio sistema original de referencias, tiene su relativa autonomía de miniensayo breve (¿desprendible?) y admite una lectura de corrido, sin necesidad de remitirse obligatoriamente a ningún otro anterior o posterior.

Se omite todo índice onomástico o de películas mencionadas, sustituyéndoseles con las páginas dedicadas a “El contenido en una ojeada”. Allí pueden localizarse con rapidez los sitios donde se analizan in extenso actores-fenómeno, cómicos, directores y películas. Únicamente los que se estudian con sumo detenimiento.

En cuanto a los agradecimientos, este libro ha contado con la invaluable y desinteresada ayuda de los especialistas en cine mexicano Mauricio Peña y Ernesto Román. Muchas gracias.

Un lagrimón póstumo: la crítica del cine es un arte, un arte, un arte que en México se extingue. Este libro quiere ser una prueba a contrario.

Primera parte

│La nueva generación de cómicos│

Nada es realmente alegre,

si falta el condimento de la locura.

Erasmo, Elogio a la locura

El gesto brujeril

Gracias a Hermelinda Linda de Julio Aldama (1982-1985), el gesto brujeril es también una gesta y el deleguebrio jamás volverá a las rodadas. No más lágrimas, no más mocos. ¿Para qué buscarle ruido al chicharrón? Un letrero anuncia de entrada que cualquier coincidencia entre los hechos ficticios del film y los hechos reales que suceden en este devaluado país, es la pura neta.

Dos de noviembre en Ciudad Bondojio. Mientras los niños se improvisan en pedigüeños que van de casa en casa con una caja de cartón iluminada pidiendo para su caravelita de Jálogüin, y hacen desgañitarse de rabia en su ventana a algún vecino tonante (Víctor Alcocer) que por fin había vencido al insomnio en virtud de cierto filtro brujeril, la chipocluda bruja gordinflona Hermelinda (Evita Muñoz Chachita) celebra en su Humilde Mansión (más bien es una vil covacha) el día festivo de su gremio, con un cónclave durante el cual ella y sus congéneres bailan alegremente en rondas e ingieren un embriagante bebedizo preparado especialmente para la ocasión dentro de un caldero humeante, alrededor del cual se agitan las horrendas colegas y excondiscípulas en plena euforia. Sólo falta que una brujilda retrasada aterrice con su escoba dentro del bote de basura del traspatio, que los peques usurpadores de la celebración sean debidamente ahuyentados aunque sin sangre, y que la ancianísima Mamá Chona (Queta Carrasco) se regrese a planchar oreja al interior de su féretro, sin dejar de asegurarse con una tripa el suministro de la beberecua. Ahora sí Hermelinda Linda ya puede agasajar a la escéptica y choteante concurrencia con su historia de cómo logró derrotar al parrandero Brígido Popochas (Julio Aldama), el arbitrario delegado de la Bondojia, que pretendía arrasar con palas mecánicas las casuchas del barrio de los pepenadores, con el pretexto de hacer pasar ejes viales cual Gengis Hank, pero en realidad planeando construir condominios en esos valiosos predios.

Venga pues el cuento. Apenas acababa de hacerle un maleficio al subdelegado rucailo Lucas (Carlos Bravo y Fernández Carl-Hillos) para rejuvenecerlo, proporcionándole un cuerpo de muchachón (Julio Augurio) y así se le hiciera con su secre buenona, la atareada Hermelinda había recibido la tumultuaria visita de los pepenadores, muy molestos y enchilados, para quejarse de las transas del funcionario delegacional, y les ofreció generosa ayuda (“Sin cobrarles nada, que también a mí me afecta”) en su lucha contra los mulas gatos de oficina y sus guaruras. Después de semblantear los dominios del enemigo, lanzando por delante como anzuelo a su cuerísima hija Arlene (Rubi Re), la mañosa hechicera tomó la pócima que la convertiría temporalmente en suculenta chamacona (María Cardinal). Juntas, las dos bellas acudieron a aguarle una libidinosa garden party al abusivo delegado.

Después de encabezar a los pepenadores en su heroico contraataque a pedradas e insultos, y haciendo que se abra la tierra para detener a unos tractores atacantes, la auxiliadora Hermelinda logró apoderarse de la voluntad de la sufrida cónyuge del deleguebrio (Queta Lavat), ofreciéndole un filtro para poder derrotar físicamente a su marido cada vez que, como de costumbre, quisiera agarrarla a cinturonazos. De nada le serviría al soliviantado funcionario declararle la guerra a la ingeniosa bruja (“Brujas a mí”) e incluso secuestrarle en los separos a Arlene, o enviarle merodeadores nocturnos a su choza-mansión; el hombre fue vencido en todos los frentes, íntimos y públicos, hasta que sus superiores le exigieron que firmara su renuncia. El degradado Popochas llegó gimoteante y con bandera blanca a rogarle a Hermelinda en su covacha una paz duradera (“Conviérteme en perro, porque un perro sufre menos que yo”). Desde entonces el delegado cuida eficazmente la casa y sus ladridos se escuchan desde afuera, mientras el cónclave de brujas culmina con risotadas ufanas y la justiciera Hermelinda se despide en la puerta porque ya llegó su rorrazo Andrés García (él mismo) para llevarla a pasear (“¿De dónde habrá sacado ese moldecito?”).

Con base en un financiamiento provinciano (de la guadalajarense Cinematográfica de Occidente) y en un argumento-tipo que no desea ser un compendio de la historieta archipopular, ni su reducción esencial, sino un episodio más, el modestísimo argumentista-adaptador-director-actor Julio Aldama (Carne de horca, 1972, Maldita miseria, 1980) parece haber renunciado a toda búsqueda narrativa, formal o intelectualizante, para no dañar lo escueto del espíritu de la historieta. Así, la farsa grotesca ha sido ilustrada con tres centavos y con una inspiración análoga a la de la historieta gráfica en que se basa, esa Hermelinda Linda tan deliberadamente asquerosa y repelente, esa revista cómico-satírica para adultos que ya cumplía veinte años de ininterrumpida publicación semanaria, con tirajes hasta de 180 000 ejemplares, desde que se llamaba Brujerías y pasando por su duplicación como Minihermelinda a principio de los setentas, pero casi siempre incluyendo los gelatinosos dibujos fantasiosos de Joaquín Mejía N. que heredaban el humor desorbitado de los fascículos de A batacazo limpio, con sus derivaciones La bruja Rogers y El ingenuo Ricardín, del original monero mexicano Rafael Che Araiza, allá por los cincuentas.

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