Un punto que señala el informante Munguía Jr. es que en la medida en que la comunidad mexicana se fue asimilando, también desaparecía la necesidad de un periódico en español, razón por la que esa publicación en particular dejó de imprimirse después de la segunda guerra mundial. Los ejemplos históricos que ofrece demuestran que los militantes actúan como puentes entre los profesionistas mexicoamericanos y los migrantes de escasas calificaciones y pocos recursos. Por esta razón, estudiar a los militantes es interesante desde las perspectivas de la comunicación y de la historia de las relaciones dentro de la comunidad de mexicanos en el sur de Estados Unidos.
Ante el panorama de desconocimiento de la cultura mexicana en un sector amplio de la población estadounidense resulta importante recordar el esfuerzo paralelo de fundar el acervo de la CLNLB de la Universidad de Texas en Austin, en 1926, como una acción para reconocer la contribución de los mexicoamericanos al estado y al país en general. Entre otros objetivos importantes del acervo está documentar la historia de LULAC y su contribución a la toma de conciencia de los nativos “americanos”, según lo recuerda la propia Elvira Chavarría (1981) (Anexo 6).
EL MEXICANO, “UN ARTÍCULO CASERO”:
PERIODO INTERBÉLICO
Debido a las luchas de personas y organizaciones descritas más arriba, hacia finales del siglo pasado ya se había avanzado en identificar y plantear problemas concretos de integración de los mexicanos en Estados Unidos, ya fueran migrantes o la diáspora mexicoamericana. La cooperación de estas organizaciones con representantes del gobierno mexicano, diplomáticos y sindicatos de trabajadores en Estados Unidos fue vital en el avance de la lucha para el reconocimiento de sus derechos. Comenta Guglielmo (2006: 1218):
Esta mezcla de personas e instituciones no siempre funcionó en perfecta armonía o de acuerdo en todo, pero argumentaban que eran participantes en la misma lucha porque todos compartían un deseo permanente, primero, de obtener mayores derechos para las personas de ascendencia mexicana en Texas; segundo, de aprovechar el poder del gobierno en Austin, Washington y México para lograrlo; y tercero, especialmente al final de la guerra, para aprobar legislación estatal que garantizara a mexicanos y mexicoamericanos el mismo acceso a todos los lugares públicos de negocios y diversiones en Texas.
Efectivamente, el principal problema durante la posguerra era la segregación en lugares públicos y escuelas, como resultado de la discriminación abierta. En aquel entonces, las iniciativas de ley contra ambas prácticas habían sido rechazadas. En este sentido, es revelador el testimonio de Fred Martínez, ciudadano mexicoamericano que vive en Texas:
Al cabo Alexander Martínez, mi hijo, ciudadano de Estados Unidos, se le negó un corte de pelo en City Barber Shop, en Rotan, Texas. Me molesta esto con toda mi alma. Otros dos hijos están en el Ejército […]. Seis hijos y tres hijas están labrando la tierra con todas sus fuerzas. Mi esposa y yo hemos vivido en Texas durante cuarenta y dos años y trabajamos duro en el mismo rancho durante treinta y siete años. Nos damos cuenta de que estamos en una guerra santa contra los enemigos del cristianismo y la civilización, además de que también estamos luchando degraciadamente por la libertad de quienes están en casa, que nos están persiguiendo hasta la muerte (Fred Martínez, 19 de julio de 1943, citado en Guglielmo, 2006: 1218-1219).
Un artículo académico del mismo periodo (Woodfin, 1941) lamenta también el escaso reconocimiento de los derechos de los mexicanos, que estimaba en ciento cincuenta mil en Texas. Es más, afirma el autor, los mexicanos deberían considerarse como una oportunidad para el estado:
Los mexicanos han estado rogando en nuestras puertas por el futuro de sus hijos durante muchos años. Son ignorantes, maltratados, aislados y privados de alimento hasta que son prácticamente inútiles. Su progreso se ha visto obstaculizado por nuestra indiferencia, tanto que hasta puede tomar algunas generaciones de ayuda especial para ponerlos en nuestro nivel. Algunos de los refugiados, en años pasados, habían alcanzado un nivel bastante alto, pero sus hijos y nietos no tuvieron oportunidad de desarrollarse y mucho menos de avanzar. Qué desilusión debe ser venir a nuestra tierra prometida y recibir las migajas que les dan. Otros extranjeros encuentran igualdad de condiciones, pero no es así con un mexicano. Él es un artículo casero. Hasta hace pocos años, a los mexicanos se les prohibía ingresar a las escuelas públicas de Texas, excepto en las ciudades que podían costear escuelas separadas. Un mexicano en una pequeña ciudad o comunidad rural no podía asistir a la escuela.
Los padres de la mayoría de los niños que ahora están en las escuelas son totalmente analfabetas. Si los padres nacieron en México, probablemente puedan leer en español, pero si tuvieron la mala suerte de haber nacido en Texas no pueden leer ni español ni inglés. No pueden hablar inglés lo suficientemente bien como para ser iguales en salarios o capacidad. Si regresan a México después de varios años, no pueden hablar ni comprender el idioma actual en gran medida. Se convierten en un grupo sin un país o idioma.
El problema de la limitada educación de los mexicanos, reproducido a través de los años, seguiría siendo objeto de la lucha política y de la denuncia administrativa en los setenta del siglo XX, como veremos a continuación.
LUCHAR CONTRA LA TEORÍA DEL “BAJO IQ”
Y SUS CONSECUENCIAS: LOS BABY BOOMERS
Por principio, la minoría mexicana, y la latina en general, enfrentaban el prejuicio de su menor capacidad intelectual, comparada con la de los blancos, al tiempo que se integraban en escuelas con pocos maestros, bajo rigor académico y pobre infraestructura para la enseñanza.2 Desgraciadamente, la discusión acerca del desempeño académico de las minorías ha sido muchas veces relacionada con su inteligencia o bajo IQ (Jensen, 1969) y su supuesto “entorno familiar inadecuado”, frente a razones como la socialización temprana (Ramey y Suárez, 1985). Al respecto, Ogbu (1990: 50-51) explica cómo históricamente las minorías se han enfrentado a oportunidades desiguales de educación, así como a la discriminación. El autor identifica tres formas en que se les ha negado a las minorías una igual oportunidad educativa:
a) La negación de la igualdad de acceso a empleos y puestos de trabajo deseables en la vida adulta, que requieren de una buena educación;
b) La negación de igualdad de acceso a una buena educación, lo que impide que los niños de minorías aprendan tanto o tan bien como los del grupo dominante, quienes tienen acceso a una educación superior, lo que más adelante influye, respectivamente, en su desempeño laboral, y
c) La reducción de las expectativas de los docentes, en parte debido a su desconocimiento de las conductas basadas en la cultura de los niños de las minorías, es lo que los mueve a etiquetarlos como “discapacitados de la educación”. Ogbu documenta que esta última circunstancia en particular ha resultado en la canalización desproporcionada de una cantidad importante de niños pertenecientes a minorías hacia la educación especial, que algunos confunden con educación inferior.
Otro aspecto importante es la escasez de educación bilingüe. Desde una postura conservadora, se asume que la socialización convencional sólo se puede lograr en el idioma inglés en Estados Unidos, de donde se desprende la defensa de la educación unilingüe: “Al garantizar la dependencia de estos estudiantes del idioma inglés, su naturaleza ‘extranjera’ se perderá con toda seguridad en la medida en que se canalicen hacia la cultura común estadounidense y hacia el consenso con puntos de vista hegemónicos” (Santa Anna, 2002: loc. 4997-4998). Por el contrario, desde una postura más liberal, el bilingüismo puede ser una ventaja cognitiva. El bilingüismo solía ser interpretado como una discapacidad lingüística, debido a la cual, bajo una
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