Donaldo Christman - Fuego salvaje

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Una historia real, que cuenta la desesperada lucha contra la enfermedad más temida en medio de la selva. Un esposo que hace todo lo posible para aliviar a su esposa del extremo dolor de una enfermedad poco conocida.

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Fuego salvaje

Una historia real

Donald Robert Christman

Gral José de San Martín 4555 B1604CDG Florida Oeste Buenos Aires Rep - фото 1

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Índice de contenido

Tapa

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo de los editores

Fuego salvaje

Donaldo R. Christman

Dirección: Ester Silva de Primucci

Diseño del interior: Giannina Osorio

Diseño de la tapa: Romina Genski

Ilustración de la tapa: Shutterstock

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Printed in Argentina

Primera edición, e - Book

MMXXI

Es propiedad. © New Life (2007). ACES, 2021

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-347-0

Christman, Donaldo R.Fuego salvaje / Donaldo R. Christman / Dirigido por Ester Silva de Primucci. - 1ª ed . - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021.Libro digital, EPUBArchivo digital: OnlineISBN 978-987-798-347-01. Narrativa estadounidense. I. Silva de Primucci, Ester, dir. II. Título.CDD 813

Publicado el 25 de enero de 2021 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: ventasweb@aces.com.ar

Website : editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Capítulo 1

ANSIAS DE SABER

–Mira, hermana, me voy para encontrar una escuela en la que pueda, por lo menos, aprender a leer y escribir; yo...

–Ten paciencia, Alfredo, ten paciencia. Por ahora, quédate aquí, en la granja. Recuerda lo que prometió el tío Juan.

–Sí, lo recuerdo. Pero eso fue antes de que papá muriera. Ahora se ha olvidado por completo de su promesa.

Alfredo Barbosa de Souza tenía 15 años ¡y todavía no había pasado un solo día en la escuela! Su tío Juan había prometido enviarlo a una escuela y pagarle todos los gastos, en reconocimiento por lo que el padre de Alfredo había hecho para ayudarlo a comprar su rancho y su hato de vacas.

–El tío Juan siempre dice: “Cuando sea rico”. Ha tenido suficiente tiempo para hacerse rico, pero nunca ha venido ni siquiera a vernos –refunfuñó Alfredo en voz baja–. ¡Promesas olvidadas! ¡Yo haré algo por mi cuenta!

El señor Francisco, como le decían al padre de Alfredo, había sido un próspero ganadero en la zona sudeste del estado de Mato Grosso. El Mato Grosso se extiende por más de mil quinientos kilómetros a lo largo de la frontera occidental de la Rep. del Brasil. Su nombre significa “jungla densa” y abarca casi una sexta parte del territorio de dicho país.

En 1908, cuando Alfredo nació, el Mato Grosso era tierra de nadie. Solamente un puñado de valientes se internaba en la selva, infestada de jaguares, para apropiarse de enormes extensiones de tierras. Cada pionero era su propio juez y legislador.

El señor Francisco estaba orgulloso de sus veinte hijos; catorce eran de su primer matrimonio y seis del segundo. Sentía verdadera ansiedad por inculcar en cada uno el espíritu independiente del pionero.

Alfredo tenía tan solo 6 años cuando murió su padre. Belmiria, una hermana mayor, casada con un joven ganadero, lo invitó a que viviese con ellos por un tiempo. En ese entonces tenía 10 años, y podría transformarse pronto en un buen vaquero.

Le encantaba la vida silvestre y libre de los campos y los bosques, pero nunca olvidó la meta que se había propuesto desde pequeño: estudiar. Los libros, los pocos que había visto, siempre lo habían fascinado. Sus pocas visitas a “la ciudad”, el pueblo de Campo Grande, de diez mil habitantes, situado a unos sesenta kilómetros de su casa, le habían inspirado un vivo deseo de aprender.

“Algún día, algún día, voy a ir a la escuela”, repetía Alfredo para sí mientras cabalgaba de aquí para allá en la estancia.

Cierto día, el señor Luciano, cuñado de Belmiria, condujo un hato de vacas hacia el interior de San Pablo y se fue por varios meses. Cuando regresó, venía entusiasmado por una nueva religión que había encontrado.

–La religión es muy buena –admitió Alfredo mientras Luciano les contaba todo lo que recordaba de las personas que se denominan a sí mismas adventistas–; pero lo que yo necesito en primer lugar es una educación.

–Exactamente, Alfredo –repuso con calma Luciano–; los adventistas tienen en alta estima la educación y poseen un colegio en San Pablo.

Pero, aparentemente, Alfredo no se impresionó con el comentario.

Sin embargo, unos pocos días más tarde habló seriamente con su hermana sobre su deseo de estudiar y, después de conversar con uno de los estancieros que trabajaba en la propiedad vecina, tomó su decisión.

–Hay un hombre en la estancia Brijao que enseña a algunos a leer y escribir –anunció, en la sobremesa, Alfredo–. Me resulta duro salir de aquí, pero voy a partir tan pronto como pueda.

–¿De dónde conseguirás el dinero? Dudo que te tomarán sin que pagues algo –le preguntó el esposo de Belmiria.

–Eso es un verdadero problema. Todavía no tengo el primer cruzeiro [unidad monetaria brasileña de entonces]. Aunque tengo a Mauro, mi caballo. Es realmente mío, ¿no es verdad? No quiero desprenderme de él, pero un tropeiro [hombre que se dedica a las faenas ganaderas] me dijo que me daría trescientos cruzeiros por él. El señor Brijao me tomará por cincuenta cruzeiros por mes, incluyendo pieza, comida, enseñanza y todo lo demás. Por supuesto, tendré que trabajar algo también.

–Eso es por seis meses. Y entonces, ¿qué harás? –repuso Belmiria sin levantar la vista del plato.

–No lo sé. Pero, para entonces, tendré que saber algo más que ahora. Si tengo que desistir allí de mis propósitos... bien; por lo menos, habré comenzado.

Hacer el cambio no fue fácil. A Alfredo le resultó especialmente difícil separarse del fiel Mauro. Había sido su compañero de andanzas durante más de tres años. Pero llevó adelante sus planes tal y como lo había decidido.

Tomó un saco, o bolsa, de arpillera, lo llenó de sus pocas posesiones e inició su camino.

“No saben que voy ahora”, se decía para sus adentros al comenzar la caminata de seis kilómetros hasta la estancia Brijao, “pero seguramente me tomarán”.

El señor Brijao se alegró de tener otro ayudante en la estancia. Pronto, Alfredo ataba su hamaca junto a la de sus compañeros y condiscípulos, en la habitación de techo de paja cercana al establo de los caballos. Se sintió aliviado al descubrir que todos los alumnos eran muchachos de su edad o mayores. Había temido que le tocase ir a la escuela con niños menores que él.

El maestro, el señor Caetano, de ascendencia africana, era un hombre de distinguido aspecto. Alfredo comprendió que estaba capacitado para enseñarles perfectamente lectura, escritura y aritmética a un grupo de toscos muchachos campesinos.

El nuevo alumno se levantó temprano a la mañana siguiente, para ayudar en los trabajos que había que hacer: ordeñar varias vacas, darles agua, alimentarlas y llevarlas a pastar. Después de terminado el trabajo, los muchachos iban juntos a una pequeña pieza, para comenzar sus lecciones.

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