Ingmar Bergman - La buena voluntad

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La primera entrega de la «trilogía familiar» de Ingmar Bergman reconstruye, a partir de fotografías, especulaciones y frases dichas a media voz, los primero años de la turbulenta relación de sus padres. Una relación llena de epifanías y decepciones, malherida por los prejuicios y el hostigamiento familiar, si no por los mismos impulsos que la hicieron nacer.La inmensa estatura de Bergman como cineasta ha eclipsado a menudo su también inmensa importancia como escritor. Concebida como un epílogo al filme «Fanny y Alexander» y convertida en serie de televisión y largometraje por Bille August como «Las mejores intenciones» (ganador, a su vez, de la Palma de Oro en Cannes), «La buena voluntad» es quizá el título más importante de la obra de Bergman como escritor.La cercanía sentimental del autor con lo narrado y el peso de los protagonistas en la formación de su propia sensibilidad convierten esta novela en la más íntima de sus indagaciones en las pasiones humanas, un testimonio rotundo de la conducta de hombres y mujeres que Bergman aprovecha para revisar y fijar la nómina completa de sus obsesiones: la incomunicación, la mentira, la culpa, el vértigo sexual, las relaciones de poder en el seno de la familia, la convivencia en pareja, la esperanza (o la fe) y su pérdida; y el rencor, como un incesante y mórbido baile de máscaras.

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anna: Yo me llamo Anna, y tú, Henrik, ¿verdad?

Se aleja enseguida y se pone junto a su padre, lo toma del brazo y apoya la cabeza en su hombro, todo un poco teatral, pero con encanto, y no desprovisto de talento.

Henrik está aturdido. (Se dice así. Resulta banal, pero en este momento no hay mejor palabra: aturdido). Henrik está, pues, aturdido en la esquina de Trädgårdsgatan con Ågatan, sabe que debería irse a casa a escribirle a su madre esa difícil carta que tiene que escribirle, pero aún es pronto y se siente solo. Su amigo Ernst se fue de juerga con muchas prisas, ­Drottninggatan abajo, agitando los faldones del gabán.

Los castaños están en flor y se oye música militar del parque Municipal. El reloj da las nueve en la catedral y la campana Gunilla contesta con argentinas campanadas desde lo alto, sobre la cúpula de Sture.

Alguien le toca en el hombro. Es Carl. Se muestra muy amable, huele a coñac.

carl: ¿Le parece que vayamos juntos, señor Bergman? ¿Bajamos por esta calle hasta el estanque de los Cisnes a ver los tres cisnes nuevos Cygnus olor o el cisne negro Chenopsis atrata que acaban de importar de Australia? ¿O alargamos el paseo cien metros, nos tomamos una copa y —sobre todo— vemos a las tres putas nuevecitas que han traído de Copenhague? ¡Vamos al Flustret, señor Bergman, vamos al Flustret!

Carl sonríe con agrado y palmea a Henrik en la mejilla con una mano pequeña y blanda.

Se sientan en la terraza encristalada de Flustret; es una noche serena, la gente se ha echado a la calle en este templado crepúsculo de comienzos de verano. Solo unos cuantos profesores universitarios empollan en el interior del restaurante velando en amarga soledad sus whiskies con soda. Una camarera esbelta y muy guapa se acerca a la mesa a preguntar qué desean. Saluda con familiaridad, haciendo una pequeña reverencia.

frida: Buenas noches, señor ingeniero, buenas noches, señor aspirante; ¿qué puedo ofrecerles hoy?

carl: La señorita Frida puede traernos media botella del licor de costumbre y unos cigarros puros.

frida: Voy a avisar a la chica.

Saluda y da media vuelta. Carl la sigue con la mirada azul detrás de los anteojos.

carl: Parece conocer usted a la señorita Frida.

henrik: No… Bueno, quizá. Mi grupo de comedor y yo venimos aquí a veces, cuando tenemos dinero. Pero no, no la conozco.

carl (con ojos penetrantes): El color se le sube a las mejillas al pastor, ¿se avecina una negación? ¿Oiremos cantar al gallo?

henrik: Solo sé que se llama Frida y que es de la provincia de Ångermanland. (Cobra nuevos bríos). Guapa chica.

carl: Guapa, muy guapa. Reputación dudosa, ¿no? ¿Qué opinión le merece a usted? Se dice que los estudios de Teología proporcionan buena vista para las debilidades humanas. ¿O debo decir olfato?

Llega la cigarrera con su bandeja y los señores se proveen de habanos. Carl paga y da una buena propina. La chica corta las puntas de los puros y les da fuego. Echando bocanadas de humo, se recuestan en sus asientos.

carl: Bueno, señor Bergman, ¿qué tal lo ha pasado esta tarde?

henrik: ¿A qué se refiere, señor Åkerblom?

carl: Qué le hemos parecido, para ser breve.

henrik: Es la primera vez en mi vida que estoy en una cena con cuatro platos y tres vinos diferentes. Era como un teatro. Yo estaba allí en medio de la representación y se esperaba que actuase como los demás, pero no me sabía el papel.

carl: ¡Muy bien formulado!

henrik: Todo era atrayente y, a la vez, repulsivo. O mejor dicho, inalcanzable, no es mi intención criticar.

carl: ¿Inalcanzable?

henrik: Si yo desease penetrar en ese mundo de ustedes y aspirase a jugar un papel en su representación, sería, de todas maneras, algo imposible.

Llega Frida con el licor en un enfriador y dos vasitos levemente empañados. Carl contempla a Henrik con discreta atención. Henrik no se atreve a enfrentar la mirada de Frida. ¿Y si se le ocurre darme un beso en la boca o ponerme la mano en la nuca? ¿Qué pasaría? La verdad es que ella, por su parte, también resulta impenetrable. ¿Tal vez es eso, por todas partes? ¿Excluido?, piensa Henrik con amarga voluptuosidad. ¿Excluido?.

carl: Es Karin Calwagen, mi madrastra, la que protagoniza nuestro insignificante drama familiar. Mammchen tiene un notable carácter, bastante más fuerte que las circunstancias que la rodean. Es una persona ávida de poder que nos gobierna con puño de hierro. Hay quien dice que ha sido una bendición para nosotros, otros afirman que es una lagarta redomada. Si a alguien se le ocurriera la idea de preguntarme a mí, diría que su intención es buena, pero los hechos son malos, como dice… Sí, me parece que es san Pablo. Lo que quiere es que la familia esté unida, yo no sé para qué sirve eso. Si algo no casa con su modelo, entonces corta, amputa, deforma. Eso lo sabe hacer bien la encantadora y querida señora.

Carl alza su vaso hacia Henrik, que contesta a su brindis; ambos se miran con simpatía.

carl: Me atrevo a proponer un brindis de fraternidad. Me llamo Carl Eberhard, 1899. Gracias.

henrik: Erik Henrik Fredrik, 1906. Gracias.

Cumplido el ritual de apear el tratamiento, los recién hermanados amigos guardan meticulosamente el silencio que suele seguir a un hecho tan significativo.

carl: Yo, en realidad, soy inventor y tengo algunos inventos de poca entidad registrados en el Registro de Patentes. A ojos de la familia soy un fracasado, la oveja negra. He estado en el manicomio unas cuantas veces. No creo que esté más loco que otros, pero me consideran algo incoherente. Nuestra familia ha producido tanta maldita normalidad que ha dejado un poso de locura y lo he recogido yo. Además, hace unos años tuve problemas con la justicia, y es que imito la letra de la gente con mucha facilidad. Hacerse cura supone tener fe en algún dios, ¿no es esa la premisa fundamental?

henrik: Sí que lo es.

carl: ¿Cómo coño puede creer en Dios un joven de hoy? Perdona la intencionada falta de tacto de mis palabras.

henrik: … Es difícil de explicar, así de pronto.

carl: … ¿Una voz interior? ¿La sensación de estar en manos de alguien? ¿De no sentirse excluido? ¿Como un aliento cálido en la cara? ¿Como ser un pequeño latido en una inabarcable circulación sanguínea? ¿Un latido no insignificante pese a lo grandioso del sistema venoso? ¿Sentido, modelos, instantes de gracia? No, no lo digo con ironía, es que mi garganta no se cansa nunca de producir eructos sarcásticos. Estoy hablando muy en serio, mi joven amigo.

henrik: ¿Por qué preguntas, si lo sabes?

carl: Yo creo que un hombre que ha nacido ciego, puede muy bien figurarse cómo es el color rojo, el azul y el amarillo.

henrik: Yo soy una persona llena de dudas. Tal vez se me figura que la sotana va a ser un buen corsé. Me hago sacerdote para salvarme a mí, no para salvar a la humanidad.

Vuelve Frida con la nota, que deja en la mesa, al lado de Carl. Mira a Henrik por el rabillo del ojo.

frida: Disculpen que les traiga la cuenta, pero como quizás hayan visto los señores en el letrero de la antesala, esta noche vamos a cerrar más temprano. Mañana tenemos la comida del Consejo Académico y tenemos que preparar las mesas en todo el local.

carl: ¿Así que la señorita Frida está…

frida: … ocupada esta noche? (Risas). Y bien ocupada.

Mientras Carl paga la cuenta y se guarda la cartera con gestos ampulosos, Frida se inclina detrás de Henrik y le da un pellizco en la oreja. La cosa sucede con rapidez y pasa ­desapercibida. La muchacha huele a sudor y a agua de rosas.

Poco después, Carl Åkerblom y Henrik Bergman están apoyados en la barandilla del estanque de los Cisnes. Contemplan al cisne negro, que se desliza como en sueños por el espejo negro del agua. Ha empezado a caer una lluvia ligera.

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