Recopilación, cronología y prólogo, Antonio Díaz Oliva.
LA VOLUNTAD TARADA
ROBERTO ARLT
© Roberto Arlt
© de la edición digital: Editorial Sonora
© de la edición impresa: Editorial Sonora
Sonora Ediciones es un sello editorial
del grupo ebooks Patagonia
@neonediciones
www.neonediciones.com
San Sebastián 2957, Las Condes
Santiago de Chile
ISBN impreso: 978-956-9967-12-2
ISBN digital: 978-956-9967-13-9
Primera edición, marzo 2021
Edición: María Paz Rodríguez y Victoria Valenzuela
Arte de portada: Camila Vásquez
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com
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ÍNDICE
El atorrante de Arlt (prólogo)
Cronología
La voluntad tarada
¿Para qué sirve el progreso?
Yo no tengo la culpa
La inutilidad de los libros
Cómo se ofende a la mujer
El que desprecia su tierra
Carta al escritor brasileño Ricardo Güiraldes
Lo que pudrió la civilización
El jorobadito
El facineroso
Ester Primavera
Yo no sé si soy ella
Conversaciones de ladrones
Las fieras
El placer de vagabundear
Corrientes, por la noche
Días de neblina
El placer de vagabundear
Ventanas iluminadas
La vida contemplativa
La luna roja
Los tomadores de sol en el botánico
La tristeza del sábado inglés
Soledad
Soliloquio de un solterón
EL ATORRANTE DE ARLT
¿Qué tan joven murió Roberto Arlt?
El autor argentino Juan José Saer, hoy tan resucitado por los escritores latinoamericanos vanguardistas-wannabe, dice que: «En ciertos casos, una muerte bien colocada puede llegar a tener, como Arlt decía, la eficacia de un cross a la mandíbula».
Quien escribe esto concuerda con Saer: la muerte de Roberto Arlt fue eficaz. La lectura de sus cuentos y crónicas y novelas deja claro que Arlt era de espíritu joven y no un escritor con alma de viejo «a la Borges» que proyectaba una imagen de ratón de biblioteca.
A Roberto Arlt le interesaban los libros, pero también todo aquello que no cabía en los libros. A veces, por ejemplo, el argentino miraba por la ventana y escribía esto: «Cada ventana iluminada en la noche crecida, es una historia que aún no se ha escrito». Y puede que haya sido el espíritu joven, esa energía que lo consumía, lo que finalmente terminó por matarlo. Porque Roberto Emilio Gofredo Arlt, hijo de inmigrantes europeos y pobres y recién llegados a Argentina, nació en 1900 en Buenos Aires. Durante su vida publicó cuatro novelas y varios libros de cuentos y crónicas o aguafuertes. También algunas obras de teatro. Y viajó por España, partes de África, Brasil, Uruguay y Chile. Y tuvo dos esposas, un hijo y una hija.
Murió joven, de un paro cardiaco, a los 42 años.
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El presente libro contiene tres Roberto Arlt. O tres formas de leer a un autor que, según el director de un diario porteño del siglo pasado, habría que presentar así: «El atorrante de Arlt. Un gran escritor».
La voluntad tarada. El primer Arlt es el Arlt justamente tarado. O digamos que aquel que es un lector torpe. Uno que, leyendo, se refugia del mundo y que ilusamente cree que así se salvará de trabajar. Bajo ese espíritu, en esta sección hay dos textos. El primero, «Cuaderno de notas», es una mezcla de viñetas autobiográficas, seleccionadas por quien escribe, de manera totalmente arbitraria, con el objetivo de que sea Arlt quien se presente ante el lector. Le siguen una serie de pequeños ensayos y aguafuertes y hasta una carta de Arlt al escritor brasileño Ricardo Güiraldes que nos permite atisbar su vida personal sin demasiado maquillaje escritural. («Estoy harto... tan harto que hasta siento en mi cuerpo la hinchazón del alma»).
Lo que pudrió la civilización. El segundo Arlt es el Arlt que retrata los márgenes de la sociedad. Criminales; tuberculosos; marginales auténticos; marginales voluntarios; deformes; cafishios; prostitutas; anarcos; y todo aquello que la civilización pudrió. Esta sección contiene cuentos y crónicas policiales. Algunos ya son canónicos, como «El jorobadito». O el relato favorito de Juan Carlos Onetti, «Ester primavera», que sin duda antecede su novela Los adioses. Otros textos estaban hasta hace poco inéditos, como el cuento «Yo no sé si soy ella», en el cual Arlt explora su faceta pop (¿Puig antes de Puig?). También la crónica «El facineroso» es difícil de encontrar y muestra al Arlt más sangriento y crudo.
El placer de vagabundear. El tercer Arlt es el que divaga; aquel que escribió entre 400 y 500 columnas, o aguafuertes, casi un género en sí, y a partir de las cuales aprovechó de caminar por Buenos Aires. Era un flãneur. Y lo era en el sentido total de la palabra. Arlt caminaba para pensar y pensaba para caminar. Y al igual que James Joyce con los callejones y bares y barrios de Dublín, Arlt fue el gran urbanizador de la capital argentina y hasta de América Latina; y por eso todos los que escribimos sobre ciudades, y ciudadanos, le debemos algo. Muchas de estas aguafuertes son conversaciones (cuando no divagaciones) consigo mismo o con sus lectores, quienes le escribían al diario con frecuencia y le preguntaban todo tipo de cosas. Esta sección tiene ese tipo de textos principalmente, aunque también un cuento de una metrópoli distópica («La luna roja») y hacia el final una suerte de auto-ficción en que Arlt explora su vida interior a partir del dedo gordo de un pie («Soy dulcemente egoísta y no me parece mal»).
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Milan Kundera se quejaba que el problema de Franz Kafka es que los estudiosos de Kafka (los kafkólogos) estaban eclipsando la obra del checo y reemplazándola con lecturas forzadas, herméticas, las cuales finalmente confundían y alejaban a los lectores.
Algo similar ha sucedido con Roberto Arlt.
La generación de Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo, y hordas de académicos tras de ellos, rescataron a Arlt y lo presentaron a nuevas generaciones. Pero también lo reciclaron hasta el cansancio. Pero no hay peor lugar para Arlt que los salones universitarios: su lugar era la calle. Por supuesto, Arlt quería ser argentino y no europeo. Porque Europa era la clase alta y los salones finos y Borges y las hermanas Ocampo y el dandy de Bioy. Su plan era convertirse en el Dostoyevski de Corrientes: «Me interesa más el trato de los canallas y los charlatanes que el de las personas decentes».
Así, por frases como esas, Arlt se ganó detractores. Especialmente aquellos que pensaban y escribían desde la alta cultura. El más famoso es el ya invocado Jorge Luis Borges.
«¿Has notado cómo se admira hoy a Arlt? Raro ¿no?», le pregunta Borges a Bioy Casares cuando en los años sesenta, Arlt era redescubierto por nuevos lectores. «La explicación es: cualquier cosa, menos pensar», sigue Borges. «Se puede aceptar o negar. Es preferible aceptar. Es claro que si todo el mundo empieza a decir que Arlt es una porquería dirán que es una porquería».
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