* * *
—Pues mucha democracia y mucho alcalde elegido por el pueblo, pero de trigo, ni un grano —achuchaba la conversación Pepe, en su bar.
—La verdad es que, una vez muerto el dictador, todos esperábamos un poco más de salero —correspondía Paco al envite del camarero.
—¿Cómo lo ve usted, señor político? ¿O ya ha vuelto a ser un simple representante de seguros? —soltó Pepe, mientras se carcajeaba.
—Pepe, yo siempre he sido «simple»; ya haya sido representante, político, contable, ferrallista, repartidor de gaseosas… Pero siempre he sido simple. Lo complicado es para otros más preparados que yo —respondió pausadamente Ramiro y continuó—:
»A ver. Yo creo que la cosa estaba muy difícil y ha coincidido que se han producido todos estos cambios. A Suárez y a todos estos que han entrado les ha pillado el toro. No los veo con soltura, pero tampoco creo que tengan la culpa de todos los males que nos acontecen y que, es cierto, cada día son más y no se soluciona ninguno; al contrario, se van sumando nuevos.
»Pero si pensamos un poco, veremos que no todo, en el plato de arroz, son corcones.2 —Echó el cuerpo hacia delante, apartó el botellín y el plato de aceitunas, apoyó los codos y adquiriendo aire interesante, prosiguió—. El tema del terrorismo… ya llevamos años con él a cuestas. Que ahora, el que la policía sea más cabal y no los «tupa» a leches hace que se sientan más inmunes, puede; pero el problema es antiguo, incomprensible por cualquiera en sus cabales, pero antiguo. Y no se va a resolver de hoy para mañana. ¡Si no pudo el caudillo, sus pelotones de fusilamiento, sus grises, etc.! ¿Será o no será gordo el problema?
»La crisis ya en los últimos años del viejo dictador estaba ahí, pero claro no iba a salir Carrero Blanco a decir que íbamos mal, ¿no os parece? —utilizó la retórica e ironía—. El desempleo… La verdad es que es un problema que yo, que prácticamente no había conocido, quiero suponer que es una cosa propia de intentar mejorar los salarios, la crisis económica, la incorporación de más gente a buscar empleo y, claro, eso hace que haya gente que pierda el suyo y… Otras muchas cosas; tampoco lo tengo muy claro. Y lo del petróleo, ¡a ver qué va a hacer el pobre desgraciado del presidente del Gobierno de España! ¡Pues lo que digan los moros y los yanquis!
—¡No te enrolles, «piquito de oro»! —interrumpió Paco, «el Cura»—. El caso es que yo sé que antes subía al camión, cargaba, entregaba la carga cuanto antes, ponía la mano por pronta entrega, volvía con nueva carga, descargaba, ponía la otra mano por no viajar de vacío, llegaba a cocheras, daba el parte al jefe y, al final de la semana, el sobre llegaba a casa. Le daba un beso a la mujer, cenaba y a dormir que mañana sería otro día.
»Coche pagado, letra de la hipoteca pagada, nevera llena y los domingos aquí o al bar Manolo a tomar el aperitivo. Y luego, por la tarde, si se terciaba, al baile en el Casino. —Paco tomó aire para añadir—: Ahora, subo al camión, cargo, entrego la carga cuanto antes, pongo la mano y me miran mal, vuelvo con nueva carga, descargo, pongo la mano y me la estrechan como amigo, pero sin un duro. Llego a cocheras, doy el parte al jefe y al final de semana me hace firmar la hoja y que pase a cobrar por caja que ya no hay sobres. Llego a casa, le doy un beso a la mujer, ¡que por supuesto está de mala leche!, ceno si tengo suerte y ha hecho la cena y mañana… otro jodido día.
»Coche pagado, letra de la hipoteca pagada, nevera llena y los domingos, aquí o al bar Manolo a tomar el aperitivo. Eso sí, con unos morros que se gasta la parienta que «pa qué las prisas». ¡Y es que tiene razón!: «hace años llegabas antes a casa y traías más dinero». ¡Y espérate! —se arrancó cuando parecía que iba a acabar—, que ahora viene eso del impuesto de la renta que nos va a crujir por todos los lados. Y si no tiempo al tiempo. ¡Qué no, Ramiro, qué no! ¡Que con Franco estábamos mejor!
—Toda la razón que llevas, Paco —sentenció Pepe—. Por muchas guirnaldas con las que aquí el «señor político» quiera adornarlo, el caso es que estamos mucho peor que hace cuatro años. Que vamos ya para final de año, casi nueve meses del nuevo Gobierno y todavía no le acabo de ver yo el color a estos «pelaos».
* * *
Los días, las semanas, los meses…, iban cayendo en el calendario y la zozobra se instalaba en el Ejecutivo, así como en la formación política que lo sustentaba que veía cómo la situación económica lastraba al abismo cualquier iniciativa que quisiera adoptar. Todas las medidas de renovación y modernización social, laboral, administrativa, etc., tropezaban indefectiblemente con la realidad agónica de la economía. Circunstancia que, si bien era de origen, calado y solución internacional, era difícil explicar a una ciudadanía ávida de cambios sustanciales para bien, soluciones rápidas, casi milagrosas, y a la que poco le importaba qué causas motivaban la situación o si estas eran o no ajenas a ese Ejecutivo. Aunque en realidad no le eran ajenas del todo. Porque tan embelesados no habían estado esos años de atrás en pertrechar un escenario idóneo para la instauración de la democracia, sus instituciones y normativas, que se dejaron de lado, un poco, la cuestión económica.
Y así fueron pasando los meses del siguiente año, el año 1980.
La vida transcurría con los mismos problemas que en 1979, pero con mayor hartura por parte de la sociedad española. El nuevo año no trajo nada nuevo, si acaso un recrudecimiento de la crisis económica, con amplia afectación del tejido industrial y servicios y la consiguiente pérdida de muchos puestos de trabajo y toda la conflictividad social que todo eso llevó aparejado.
* * *
A Ramiro no le iban mal las cosas. Dentro de toda aquella vorágine, él se defendía bien. El cambio de trabajo le había llegado en un buen momento. Tampoco es que fuera para echar cohetes, pero peor estaba su hermano con el taller, que no levantaba cabeza por la falta de pedidos y el material pendiente de salida y de pagar.
—No, hombre, no. Te hago el de vida y te aplico un veinte por ciento de descuento en el del coche. ¡Un chollo! —intentaba colocar un seguro a última hora de la tarde.
—Pues la verdad, Ramiro, me parece una buena oferta. Con las cifras que me has dado para el coche, me ahorro duros. Pero ¿para qué narices quiero yo un seguro de vida? —Hundió en la miseria al bueno de Ramiro, cuando ya creía haber colocado dos por uno.
—Pues precisamente es lo que más necesitas —se mostró cual lince—. ¿Tú has visto cómo está la cosa? ¿Has visto lo peligrosa que se está poniendo la carretera? Que hoy en día, cualquier «pelao» lleva un 131-1430 Supermirafiori —argumentó—. El día menos pensado vas tan tranquilo para casa desde el trabajo, en tu vespa, te da un golpecito por detrás uno de esos, te saca de la carretera y, ¡ya ves!, la Emilia con una mano delante y otra detrás. No sé cómo lo verás, pero las cosas no están para no tener las espaldas cubiertas; y más ahora con esos tres maravillosos chiquillos que tienes aún por criar.
No fue fácil, pero Ramiro salió del bar con una cita concertada para colocar el seguro de vida y el de vehículos a motor en casa de Emilio.
«En su casa mejor —razonó—. Con la mujer allí, aún le coloco el de hogar que seguro que no lo tiene».
—Buenas noches. ¿Qué tenemos para cenar?
—¡PAPÁ! —gritó su hijo desde el fondo del pasillo. Y detrás del niño, un ensordecedor estruendo a toda velocidad: el tacataca de su hija, «el ángel del infierno». Y es que otra cosa no, pero la muchacha había salido de «armas tomar».
2. Corcones: castellanización del término corcs en valenciano.
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