Según últimas informaciones proporcionadas por responsables de la investigación, el motivo y objetivo del atentado podría ser un local que la extrema derecha tenía alquilado en la estación de trenes de Alicante y que utilizaba como sede para sus simpatizantes. En el momento del atentado el local estaba cerrando, si bien había dos personas en su interior que, según consta, fueron trasladadas al hospital general de Alicante, desconociéndose, en este instante, su estado de salud. No ha trascendido, hasta ahora, la identidad de esas personas.
Las reacciones políticas a lo largo de la tarde y la mañana de hoy se han ido sucediendo…».
—¡Anda! Eso de la sede del partido de extrema derecha no lo sabía yo —clamó José.
—Lo han dicho esta mañana a primera hora —le informó Antonio que no se perdía nada de lo que saliera por la tele desde la seis de mañana a las nueve de la noche que cerraba. Tampoco tenía otra cosa que hacer, además de atender a la clientela.
Algo confundido y con necesidad de ordenar en su cabeza toda la nueva información y procesarla junto a la que ya tenía, José pagó precipitadamente la ronda y amablemente se despidió sin dar pie a que nadie lo detuviera.
—¿Dónde va con tanta prisa, doctor? —prorrumpió Antonio.
—Tengo muchísimo trabajo en casa —se excusó—. A ver si mañana, que no tengo guardia, puedo venir después de comer y echamos un mus y un «parlao».
El mus era una de sus pasiones. Aunque no había mucha gente con la que jugar. No era uno de los juegos de cartas preferidos en aquellas tierras. A él la afición le venía de sus tiempos de estudiante en Castilla y León.
—Lo esperamos, que le debemos una —dijo Felipe citando al doctor para entonces.
—¡Un atentado entre facciones de partidos de extrema! —hablaba para sí mismo mientras se dirigía a casa—. Estamos perdiendo los papeles y ¡de qué manera!
Una vez estuvo en su casa, José se puso cómodo y se metió en la cocina, otra de sus pasiones. Lo primero que hizo fue encender el televisor que tenía allí. Los boletines informativos seguían en prácticamente todas las cadenas generalistas. Fue haciendo zapping hasta que llegó a La Sexta, donde estaban entrevistando al líder de la derecha moderada, don Carlos Monzón.
El dirigente conservador había sido recientemente elegido preboste de su partido, después de la dimisión de su antecesor en el cargo tras la debacle que obtuvo su formación en las elecciones anticipadas de 2022. En aquel momento, Monzón acaba de hacerse con las riendas del partido en la Comunidad Valenciana, y en 2023 había conseguido mejorar los resultados de la formación en tierras valencianas hasta horizontes que no se podían soñar por ese entonces. Todo eso facilitó, en un no poco convulso Congreso Nacional extraordinario de su formación, que fuera el hombre elegido para dirigir los designios de la derecha centrada de España.
De espaldas a la televisión escuchaba las palabras de joven político, no más de cuarenta y seis años lo vestían, «…pero no cabe duda de que la reacción contra este tipo de actos ha de ser unánime por parte de toda la clase política. No nos podemos permitir fisuras ni desavenencias en este tipo de cuestiones y, desde aquí aprovecho para tender mi mano y la de mi partido político al presidente del Gobierno en funciones y a su gabinete. Al tiempo, quiero aprovechar para mandar un mensaje de ánimo y pésame a las familias de los heridos y fallecidos en este repugnante suceso».
Antes de que pudiera continuar, el conductor del programa le preguntó. «¿Supongo que sabe, tal como han informado fuentes oficiales, que el objetivo del atentado era una oficina electoral de sus más que posibles aliados en el futuro Gobierno? ¿Qué tiene que decirles a sus futuros socios de Gobierno y cómo afecta esto al más que evidente pacto que están ustedes a punto de firmar con ellos y con los liberales?».
El político simplemente se limitó a decir que ya había trasladado su preocupación por los heridos de la formación afín y que con relación a lo otro… «Bueno, todo está en un periodo de negociación, sabemos de lo difícil de la situación, pero a buen seguro que entre todos alcanzaremos un clima que permita sacar conclusiones sosegadas y siempre por el bien del país. Todo a su debido tiempo. Ahora no se puede hablar de socios y, mucho menos, de socios de Gobierno, cuando todavía no existe tal».
—Eso ya sabíamos todos que es lo que iba a contestar. Siempre lo mismo. ¿No se dan cuenta de que esas frases suenan a lo que son, frases hechas, y que la gente se percata de ello? —murmuró el Dr. Marín de espaldas a la televisión e inmerso en el rehogue de la cebolla.
«¿Piensa exigirle responsabilidades o explicaciones al presidente del Gobierno, a sabiendas que desde que se produjeron las elecciones, su partido, el del presidente, ha llamado a la movilización callejera y, junto con la extrema izquierda, han estado creando posiblemente el caldo de cultivo perfecto para este tipo de actos?».
—¡La leche! ¿Es La Sexta seguro? —exclamó José volviéndose hacia la televisión. Se quedó esperando la respuesta del novicio presidente de la derecha…
Titubeó y al final: «Ahora no es tiempo de eso. Si bien será necesaria una reflexión que nos permita entender cómo se ha llegado a esto y, desde luego, calentar el ambiente no es una opción tal como están las cosas. Se han de asumir responsabilidades, tal como le he dicho, desde el sosiego, el dolor del momento y…».
José apagó el televisor repentinamente.
—¡Joder! Siempre lo mismo. No hay ni una vez que bajen al barro y se manchen. Así nos va —le hablaba al televisor apagado aun cuando su mirada estaba clavada en la sartén. Y eso que, a José, el nuevo líder conservador no le era ni desconocido ni antipático. Más bien todo lo contrario, tenía una elevada opinión de él.
Se disponía a comer cuando, desde el banco de la cocina, sonó el tono de WhatsApp. Era Belinda. «¿Comemos juntos?». José se limitó a escribirle que ya estaba comiendo y que luego la llamaría. Veinte minutos después la llamó.
—¿Qué tal? —quiso saber Belinda nada más descolgar.
—Bien. Perdona, pero me has pillado comiendo.
—No pasa nada. Otro día. O podríamos cenar hoy.
—De acuerdo. No está mal la idea de la cena. Pero pronto, que mañana tengo clínica. Por cierto, ¿alguna novedad?
—Nada nuevo. Los heridos evolucionan favorablemente en términos generales y Javier sigue estable.
—¡A propósito! —profirió José—. ¿Qué sabemos de las dos personas que había en el interior del local del atentado?
—Te lo cuento cenando. Sus familiares y amigos, poco amigables, por cierto, no quieren que se haga público nada en relación con su estado hasta que ellos lo consideren oportuno. Sé que uno tiene un fuerte golpe en la cabeza.
—¡Bueno! Luego hablamos —apuntó con tono escéptico el doctor—. ¿Te viene bien que quedemos en «El Kalifa» o quieres que pase a buscarte?
—¿En la avenida de Novelda, camino de San Vicente?
—Exacto, ahí mismo. Ya sabes que es un viejo amigo —anunció el doctor.
—¡Ah, sí, es cierto! Nos vemos allí. A las nueve, si te va bien.
—A las nueve estaré allí. Un beso y hasta entonces.
—Ciao —se despidió Belinda sonando complacida y tierna.
José aprovechó la tarde para repasar papeleo de bancos y otras cuestiones administrativas.
Pero, cuando llevaba un par de horas liado en aquel amasijo de papeles y con el ordenador echando humo, le pudo la tentación y, a eso de las seis de la tarde, volvió a tocar el mando a distancia.
En el canal 24h estaban entrevistando al líder de la extrema izquierda, el recién estrenado líder; eso sí, cortado con el mismo patrón que el antiguo: pelo largo, desvencijado en el vestir y despótico e irónico en las formas. Javier Portuelas sustituía al anterior cabecilla de la formación ultraizquierdista, el último los fundadores de la misma que quedaba, Pablo Iglesias. Subió el volumen, abandonó las labores bancarias y se acercó al sofá para escuchar más de cerca y más cómodo al ínclito político.
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