La libertad que el ajedrez ayuda a cultivar, mediante la disciplina y la concentración, es más parecida a aquello que los filósofos denominan “libertad positiva”. El énfasis en este caso recae no tanto en el hecho de ser libre de cualquier restricción, sino en tu libertad para ser o hacer aquello que tiene valor para ti. Se trata de perseguir visiones sustantivas de la buena vida y determinar lo que suponen para el florecimiento personal. La creencia que subyace en la concepción positiva de la libertad es que la libertad moral y la espiritual no son una cosa dada de antemano, sino que tienen que ser cultivadas. De acuerdo con esto, nunca sabemos por completo qué es lo mejor para nosotros, necesitando en algunos casos de toda una vida para descifrarlo. Por momentos, podemos ser criaturas racionales e incluso sabias, pero también somos seres indisciplinados debido a la pasión y las ilusiones. Nuestra libertad, por tanto, no solo se encuentra constreñida por ataduras externas, sino también por la naturaleza misma de nuestro corazón y nuestra mente: disposiciones egocéntricas, tendencias neuróticas y egoístas, o simplemente la servidumbre ante un conjunto limitado de ideas acerca de quiénes somos y cuál es el sentido de la vida.
Aprender a concentrarse es una tarea crítica para apreciar y desarrollar la libertad positiva, ya que este tipo de libertad, en definitiva, versa sobre la transformación de la conciencia en el tiempo, y para ello necesitamos las cualidades de la concentración para atender a las características de nuestra propia conciencia. La libertad positiva depende de nuestra capacidad para concentrarnos debido a que implica una preferencia por la atención dirigida a un objetivo determinado, más que por la atención dirigida a un estímulo, es decir, cierta inclinación hacia aquellas actividades que requieren de nuestra agencia, más que por aquellas que simplemente nos entretienen. Optar por la libertad positiva en lugar de la negativa implica, en la práctica, preferir jugar al ajedrez antes que ver la televisión, incluso a sabiendas de que la televisión puede servir para informarte o simplemente para pasar un buen rato, mientras que la primera implica horas de agotadora concentración que te harán terminar sintiendo, en el peor de los casos, el amargo sabor de la derrota. Mihály Csikszentmihályi se refiere explícitamente a algo parecido en sus investigaciones y publicaciones. Ya que la experiencia del flujo depende de la relación entre nivel de exigencia de la actividad y las habilidades de cada cual, y también debido a que somos gradualmente mejores realizando una tarea gracias a la práctica, nuestros desafíos tienen que ser cada vez más complejos para que la experiencia del flujo no cese. En este sentido, nuestro amor por la concentración deriva en el crecimiento de la complejidad de nuestra conciencia y, por lo tanto, intensifica nuestra experiencia de la libertad.5
Estimar la libertad positiva no significa que tan solo exista una forma de vida buena, pero sí implica resistirse a la idea de que todo lo valorable es una mera cuestión de opinión. Lo que se afirma es que el proceso de crecimiento a lo largo de toda la vida –que implica, por ejemplo, el aprendizaje continuo en la persecución ideal de un bien mayor– da, en última instancia, una vida mejor que aquella en la que tan solo se persiguen experiencias placenteras –por ejemplo, cócteles indiscretos o comidas deliciosas en lugares increíbles con amigos divertidos–. Por supuesto que valoramos tanto lo placentero como el crecimiento personal, y explorar las tensiones y los compromisos entre ambos nos llevaría a meternos en profundas aguas filosóficas, pero la cuestión acerca de cómo vivir generalmente equivale a la cuestión acerca de qué tipo de libertad resulta más importante para nosotros.
La libertad no consiste tan solo en asegurarnos que somos libres de cualquier coacción, limitándonos a votar de vez en cuando o a comprar todo aquello que podemos permitirnos. La libertad positiva gira en torno a la convicción de que cabe la posibilidad del desarrollo psicológico y espiritual, tanto a nivel individual como social, y que deberíamos hacer todo lo posible para ello. Consideremos, por ejemplo, a todos esos objetores de conciencia que terminaron siendo ejemplos morales, tales como Mahatma Gandhi, Martin Luther King júnior o Nelson Mandela. Todos ellos se vieron privados de libertad por periodos prolongados durante su vida. Ya fuera en la prisión o viviendo en sociedades injustas en las que los peligros siempre estaban al acecho, su libertad de toda constricción siempre estuvo en entredicho y nada puede compensar apropiadamente semejante déficit. Sin embargo, su libertad para desarrollarse interiormente no se vio reducida lo más mínimo, y, como resultado de ello, aún son considerados referentes morales.
La libertad positiva es, por tanto, una idea inspiradora, pero también tiene sus peligros. Por ejemplo, podemos llegar a afirmar que nuestra nación es sagrada y que el servicio cívico nacional es, a la vez, una obligación y algo bueno para nuestra personalidad. También nos puede llevar a decir que la música clásica es preferible para nuestra mente y nuestra alma que la música pop, o que el ajedrez es preferible para nuestra salud mental a los videojuegos. En palabras de Jean-Jacques Rousseau, el riesgo de promover la libertad positiva radica en que la gente puede llegar a sentirse “obligada a ser libre”, cuando decimos, por ejemplo, que la libertad debe ser tal o cual cosa y, por tanto, nos vemos obligados a vivir en concordancia con ese ideal.
Pero también existe el riesgo de sobrestimar dicho riesgo. La libertad positiva abre la puerta a lo mejor y lo peor de nosotros mismos, pero está fundada en un compromiso espiritual con lo mejor de nuestra naturaleza, a la espera de ser desplegado, así como en la creencia de que con el debido apoyo lo mejor de nosotros puede y debe prevalecer. Si confiamos tan solo en la libertad negativa, en teoría, florecerá la acción individual mediante una inspiración creativa y una diversidad de manifestaciones de la vida buena, pero en la práctica generalmente esto se traduce en quedar en manos de publicistas que tan solo buscan el lucro personal, o a merced de políticos que tan solo persiguen la reelección, personajes en ambos casos que tan solo crean preferencias fluctuantes y mentalidades indigentes, reforzadas además mediante el hábito y la convención.
Cuando la libertad negativa es considerada algo más importante y fundamental que la positiva, en lugar de buscar algún tipo de equilibrio o armonía entre ambas, corremos el riesgo de la falta de sentido, la rudeza, y el todo vale a nivel cultural, guiado caprichosamente por los deseos que en ese momento prevalezcan y no por un ideal noble. Podemos llegar a pensar que nuestras decisiones son auténticas y construir nuestra vida en función de ellas, pero parece que la evidencia dice justo lo contrario. A nivel social, la libertad que importa más que nada puede ser la metalibertad de elegir a qué tipo de libertad podemos aspirar, pero el auténtico desafío gubernamental consiste en concretar una elección genuina. Intuitivamente, estoy convencido de que la madurez cultural nos permite comprender que la libertad es, en última instancia, una forma de compromiso. La libertad tiene que ver con construir un bote para salir a navegar a mar abierto, pero en última instancia, consiste más en construir ese bote que en navegar.
Mi comprensión de la relación entre el ajedrez, la concentración y la libertad se basa en una forma de entender la naturaleza humana que he madurado a lo largo de dos décadas. Mientras estudiaba filosofía, políticas y economía en la Universidad de Oxford en 1997, estudié por primera vez el famoso ensayo de Isaiah Berlin titulado Dos conceptos de libertad, donde advierte al lector de los riesgos de la libertad positiva y su deriva hacia el autoritarismo. En aquel momento no tenía los suficientes recursos intelectuales como para comprender o estar en desacuerdo con el riesgo del que hablaba Berlin, pero a medida que aumentaba mi comprensión de la psicología ajedrecística, comencé a entender de manera distinta el asunto de la libertad.
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