Fernando Calvo-Regueral - Homo bellicus

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La violencia está en la naturaleza; la guerra en la historia. Ya que la primera no se puede extirpar, convendría dejar a la segunda en el pasado y buscar formas de cooperación que garanticen un mañana mejor. Entre la peligrosa exaltación de glorias pasajeras o la ingenuidad de un pacifismo que los hechos se empeñan en desmentir, la historia militar, más que la de cualquier otra actividad humana, debe ser conocida para evitar cometer los errores del pasado. ¿Por qué Homo sapiens se transformó muy pronto en Homo bellicus? ¿Qué relaciones guarda el fenómeno de la guerra con el desarrollo político, económico, social, religioso y hasta cultural de las civilizaciones? ¿Es una actividad innata o podemos pensar en la utopía de erradicarla para siempre y dejarla como una reliquia en los libros de historia? Homo bellicus. Una historia de la humanidad a través de la guerra rastrea el fenómeno bélico desde sus remotos orígenes hasta la actualidad buscando deducir lecciones que hagan inteligible la guerra, pero sobre todo buscando comprenderla, quizá la única forma de evitar nuevos conflictos en el futuro. El autor incluye más de cuarenta mapas, croquis y cuadros originales e imprescindibles para la comprensión de guerras y batallas, «ese apasionado drama».

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Los espartanos tenían prohibido permanecer solteros, pues de su sementera dependía la continuación de una raza que, con todas estas características, se sentía diferente. Paradójicamente, y en contraste con otras ciudades-estado, el papel de la mujer era relevante en Esparta, si bien su rol giraba en torno al adoctrinamiento de la progenie: «Otra espartana, tras matar a su hijo porque había abandonado la línea de combate, dijo: “No es mío el vástago… Corre por las tinieblas, jamás alumbré nada indigno de Esparta”» (Plutarco). Unas unidades llamadas de «hombres-lobo» vivían aisladas en el campo, siendo la rapiña su modus vivendi , el sometimiento de los campesinos ilotas su cometido interno y las acciones de escaramuza su misión en la guerra. Como vemos, al contrario que en Atenas y siguiendo la tradición asiria, la política quedaba aquí supeditada al dictado militar. Esparta era, en fin, un ejército acampado en un territorio.

Podría afirmarse que la idea de Darío para la expedición que dio lugar a la primera guerra médica estaba bien meditada: un cuerpo a las órdenes de Mardonio avanzaría sobre Macedonia y otro cruzaría el Egeo en una potentísima flota para clavarse en el corazón del Ática. Eran dos tenazas que subestimaban al enemigo. Cuando los atenienses, conscientes de su inferioridad numérica, se apercibieron del desembarco persa en Maratón (490 a. C.), su estratego Milcíades tomó la iniciativa y, sin esperar a la llegada de refuerzos, cargó sobre ellos. A pesar de encontrar tenaz resistencia, los helenos se alzaron con la victoria gracias a tres factores: una orgánica más lograda, la falange; un armamento superior ejemplificado en la mayor longitud de sus lanzas y, ante todo, el espíritu de victoria de un ejército luchando en y por su país contra una fuerza muy superior pero abigarrada, heterogénea y sin motivación. Al igual que sucedería otras veces, una victoria táctica era capaz de desbaratar una ambiciosa estrategia.

Jerjes I, sucesor de Darío y cegado de rencor por la humillación sufrida, repetiría prácticamente la misma operación un decenio después si bien con mayores efectivos —estimados en doscientos mil hombres y mil navíos— y una clara decisión en la ejecución, lo que demostró al tender un puente para cruzar el Helesponto, un logro de ingeniería que lanzaba el nítido mensaje de que esta vez la campaña no sería de castigo, sino de invasión. Nada quedaba entre su ejército y Atenas tras el sacrificio de Leónidas y sus (más de) trescientos espartanos en el paso de las Termópilas, por lo que sus habitantes abandonaron la ciudad. Hogares, templos y edificios fueron arrasados por la cólera asiática: la afrenta de arrojar a un pozo a los heraldos persas que en su día habían exigido «agua y tierra» a los estados griegos como ofrenda de sumisión quedaba cumplidamente vengada… Olvidaba el gran sátrapa que la polis era más un alto ideal ciudadano basado en la libertad que un mero conjunto de construcciones.

Ensoberbecido por su marcha victoriosa pero minusvalorando de nuevo a sus rivales, Jerjes caería en una trampa lejos de cualquier campo de batalla; fue en un mar que creía dominar con su poderosa flota: es la batalla de Salamina (480 a. C.), donde los persas pierden el grueso de su armada y con ella algo mucho más importante, su línea de abastecimiento. No obstante, el rey medo dejaría el cuerpo de Mardonio en la Grecia continental, quien acosaría a sus pobladores con continuas batidas por todo el territorio fiado en la superioridad numérica que aún mantenía. Hasta que un año más tarde un ejército panhelénico encabezado por los espartanos lo derrotaba decisivamente en Platea, obligando a los invasores a retirarse definitivamente a las profundidades de su imperio. Ciertos tratados militares, acaso influidos por la grandiosidad de las operaciones terrestres, tienden a olvidar la importancia del poder marítimo, por lo que conviene volver por un momento a ese gran primer encuentro naval de la historia.

Salamina es una pequeña isla a poniente del Pireo, puerto de Atenas. Como todo el litoral griego, sus costas parecen recortadas a capricho, con multitud de cabos, arrecifes y auténticos acantilados sucediéndose sin solución de continuidad. Ante la amenaza inminente del rey Jerjes, los atenienses decidieron refugiarse en ella: la noche antes de la histórica batalla verían con horror las llamas de su ciudad arrasada. Se suele decir que los dioses de la guerra son propicios a los audaces, pero mejor sería decir que la fortuna parece favorecer a los más organizados… y mejor mandados. Porque todo el mérito de esta victoria impensable se debe a una sola persona: Temístocles. Veterano de Maratón, el estratego había comprendido tras la primera expedición de Darío que los griegos no habían ganado una guerra, sino solo un periodo de tregua que debía ser aprovechado para construir un «muro de madera», esto es, una flota numerosa, capaz y bien entrenada que asegurara las costas del Egeo.

Temístocles sustentó su plan sobre tres engaños: primero, envió emisarios a su rival para mostrarle su voluntad de desertar, ardid creíble dadas las luchas intestinas dentro de las diferentes facciones políticas de Atenas. Segundo, dirigiría el grueso de su flota aguas arriba de la isla por un canal que se va angostando precisamente en esa dirección, realizando una finta que los medos interpretaran como huida. Tercero y último, iba a dejar oculta una porción de naves en la bahía formada entre la propia localidad de Salamina y la península de Cinosura. A pesar del consejo en contra de Artemisia, reina de Halicarnaso, partidaria de maniobrar sobre el Peloponeso y evitar de momento un encuentro directo, Jerjes fue cayendo en un engaño tras otro al ver la oportunidad de acabar en un combate decisivo con la escuadra contraria: no más de trescientos trirremes contra un millar. Pero las ansias suelen ser muy malas consejeras en la guerra.

Cuando al amanecer el grueso persa se adentraba en el canal en persecución del enemigo cayendo en la trampa, efectivamente su formación fue estrechándose, tornándose cada vez menos maniobrable, momento que Temístocles aprovechó para virar con el grueso de sus buques y cerrar el canal mientras la fracción emboscada atacaba de flanco a los medos. Los espolones de proa griegos rompían las líneas de remos de los contrarios volviendo sus naves ingobernables, lo que fue aprovechado para que los hoplitas embarcados las abordaran y transformasen la batalla naval en una suma de pequeñas batallas «terrestres» en las cubiertas, justo el entorno en que los griegos eran superiores. El genio militar de un buen comandante en jefe, una meditada planificación y saber cuándo tomar la iniciativa lograban imponerse a una abrumadora superioridad numérica: más de un tercio de la armada «bárbara», convertida en una amorfa masa de embarcaciones incapaz de navegar, fue aniquilada el día de Salamina, que algunos autores aventuran era el décimo aniversario de la victoria de Maratón.

Homo bellicus - изображение 8

Homo bellicus - изображение 9

Y, como ocurre a menudo, el antaño defensor pasaba a erigirse en potencia ofensiva… La guerra impulsa no solo corrientes históricas sino que opera como fuerza transformadora sociocultural, económica y política, así que tras las guerras médicas Atenas viviría sus tiempos más brillantes en el llamado siglo de Pericles. Así explica la trascendencia de estos hechos Pedro Barceló en su Historia de Grecia y Roma :

La utilización de la flota como un instrumento de la política exterior ateniense cobrará una importancia decisiva. Por una parte garantizaba la protección de sus aliados; por otra, servía para mantener libres las vías de comunicación […] y permitía finalmente intervenir militarmente allí donde se creyese oportuno. […] A los ciudadanos más pobres no les quedaba otra alternativa para servir a la polis que la armada, dada la enorme demanda de tripulaciones, infantería ligera y remeros que llevaba aparejada su operatividad. De ahí surgió la integración política de este grupo social, bastante numeroso, pero que hasta la fecha se encontraba en los márgenes del espectro social. La flota fue por tanto el vehículo para la implantación de la democracia.

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