Todo iba a cambiar gracias a la unión de dos personajes trascendentales, que traería aparejada la unión efectiva de sus reinos: Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Ciñéndonos de momento a sus logros bélicos, los Reyes Católicos crean el germen de un ejército moderno, compuesto por infantes españoles respaldados por los mejores soldados del momento, los mercenarios suizos; unas tropas especializadas en montaña que saben manejarse en tan abrupto terreno, y una caballería dividida en dos ramas, la ligera, que monta a la jineta al estilo de su rival, muy móvil y dada a la razzia , más otra pesada, a la brida y de corte feudal. A ello unen un cuerpo de zapadores, fundamental para la guerra de sitios, y otro de taladores para la práctica de tierra quemada… Y el primer cuerpo de artillería digno de tal nombre. Las poderosas flotas castellana y aragonesa completan el conjunto y bloquean las costas granadinas.
Los avances, empero, serán lentos en la década de los años ochenta del siglo XV: el sistema de fortificaciones musulmán favorecía lo que hoy llamaríamos defensa en profundidad; contaban, además, con grandes caudillos como el Zagal al frente de unos guerreros curtidos y valerosos. Solo a partir de 1490 el cerco se podrá ir cerrando sobre la capital, Granada, al crear los monarcas cristianos un real, o campamento, llamado de Santa Fe, con una extraordinaria capacidad para albergar miles de infantes y jinetes, el tren de sitio y artillería y un moderno y eficaz servicio de sanidad. Este esfuerzo es empeño personal de la reina Isabel, considerada con justicia como primera gran intendente de la historia. No es casual que el encuentro entre los dos grandes monarcas y Colón tuviera lugar precisamente allí, pues su perfección serviría de modelo para la construcción de las ciudades del Nuevo Mundo, así como el sistema de huestes actuando siempre en delegación de los reyes prefigura el modelo militar empleado por España en América. Los reyes, hábilmente, habían ido tomando posesión de unas islas que se mostrarán trascendentales en el futuro, las Canarias.
Durante ocho meses y ocho días la ciudad fue asediada en fuerza hasta que el 25 de noviembre de 1491 se firman las capitulaciones, con un Boabdil contrito y unos Reyes Católicos recibidos en la plaza el día 2 de enero de 1492 al grito de «¡Granada, Granada, por los reyes don Fernando y doña Isabel!». Era el fin de la Reconquista… y el principio de una gran epopeya. El hecho tenía una triple trascendencia: en lo militar, era la forja del que será en breve el mejor ejército de Europa; en lo político, las instituciones y eficaces maniobras diplomáticas, mérito de Fernando, el Príncipe de Maquiavelo, inauguran una nueva época introduciendo la razón de estado como guía y norte («toda guerra es justa desde el momento en que es necesaria»); en lo espiritual, la conquista de Granada fue celebrada por todo el mundo occidental como una suerte de compensación por la caída de Constantinopla. En palabras de Fuller,
este fue el acontecimiento más fructífero de la historia de Occidente desde que Alejandro cruzara el Helesponto. Ninguno de los dos se produjo por accidente, sino que fueron consecuencia de la necesidad urgente de expansión que a través de la Historia se ha dado en todos los pueblos viriles cuando estos han alcanzado la nacionalidad total. España había alcanzado la mayoría de edad con la Reconquista, última Cruzada contra el islam. ( Batallas decisivas del mundo occidental ).
Desde antiguo, Homo bellicus ha buscado el apoyo de la muralla y del foso, de las torres de vigilancia y las compuertas: es la expresión de su mentalidad defensiva, tanto más acentuada cuanto más retroceden los conceptos de movilidad que definen la verdadera esencia del arte militar. El paisaje de la Edad Media se asocia con los castillos, si bien con concepciones diferentes según regiones y épocas. Para los bizantinos, la fortaleza seguía siendo la pieza clave de su estrategia defensiva, por eso levantaron las que quizá sean las más complejas, robustas y temidas de la historia: las de Constantinopla. Para los franco-germanos, con su mentalidad feudal, los castillos suponían una muestra de poderío de los señores, siendo alternativamente símbolo de ostentación palaciega y refugio de villanos y campesinos. Para los árabes, las plazas fuertes eran conventos-cuarteles en los que preservar intacta su fe pero también desde los que realizar sus razzias , lo que copiarían las órdenes militares nacidas al calor de las Cruzadas… Y para España, unidad política creada en torno a un reino llamado precisamente Castilla, eran la forma de fijar la frontera siempre móvil contra los musulmanes, gozando por tanto de un carácter ciertamente expansivo: cada castillo asentaba el poder cristiano y se alzaba como punto fuerte desde el que lanzar nuevas ofensivas.

Los castillos, en cualquier caso, solían situarse en puntos elevados, con vistas amplias y en un terreno accidentado que dificultara las labores de mina y asedio. Eran enclaves amurallados usualmente rodeados de un foso, inundable o no, y en su interior existía un espacio para refugio de los vecinos, patio de armas y cuadras para alojamiento de la guarnición, almacenes y cisternas y, finalmente, puntos fuertes como la torre del homenaje, válidos como últimos bastiones caso de caer el resto del recinto. Al principio se buscó la robustez más que el ingenio en su diseño, si bien los avances de la poliorcética como ciencia y arte de sitiar plazas fortificadas obligarían al desarrollo de estructuras poligonales, cilíndricas, en fin geométricas que favorecieran la defensa. No obstante, no nos ha de extrañar que hasta el uso generalizado de la pólvora los castillos mejor defendidos rara vez cayeran por efecto de la ofensiva enemiga, sino normalmente por falta de provisiones, epidemias declaradas en su interior o soluciones de compromiso en procesos ritualizados.
La caída de Constantinopla en 1453 vino a demostrar una realidad inexorable: aunque sus muros resistieron bien los embates otomanos y la ciudad sucumbió gracias principalmente a la genial estratagema de Mehmed —trasladar toda una flota por tierra para atacar el flanco más vulnerable de la ciudad—, cuando el hombre se refugia en la coraza y en el muro, se instala a la defensiva, su agudeza se embota y desaparece el espíritu ofensivo. Las defensas pueden ganar batallas, pero las guerras solo se ganan con iniciativa, pues es en la movilidad y en la sorpresa donde estriba el arte militar, que impone el ingenio sobre la mera fuerza bruta.

Pólvora. Del lat. pulvis, -ĕris ‘polvo’. 1. f. Mezcla explosiva de distintas composiciones, originariamente de salitre, azufre y carbón, que a cierto grado de calor se inflama, desprendiendo bruscamente gran cantidad de gases, que se emplea casi siempre en granos y es el principal agente de la pirotecnia.
( Diccionario de la Lengua Española )
Como ocurre con todos los grandes inventos o descubrimientos realizados por la humanidad —si de gran invento puede ser calificado el que ahora estudiaremos—, los orígenes de la pólvora son difusos o, por mejor decir, confusos, con multitud de teorías que reivindican para una determinada persona, región geográfica o momento histórico la paternidad del hallazgo. El debate, aunque interesante, tiene algo de estéril, pues la radicalidad de la innovación no estriba tanto en su partida de nacimiento como en el uso generalizado de la misma. Además, como vimos con la agricultura o la forja de metales, como veremos con el vapor y la electricidad, los grandes avances suelen responder más bien a movimientos colectivos, apuntan siempre a varios centros primigenios o irradiadores, nos indican que si el descubrimiento viene realmente a cubrir una necesidad, entonces su difusión es global y ocupa rápidamente extensos territorios, revolucionando el reloj de los tiempos.
Читать дальше