Fernando Calvo-Regueral - Homo bellicus

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La violencia está en la naturaleza; la guerra en la historia. Ya que la primera no se puede extirpar, convendría dejar a la segunda en el pasado y buscar formas de cooperación que garanticen un mañana mejor. Entre la peligrosa exaltación de glorias pasajeras o la ingenuidad de un pacifismo que los hechos se empeñan en desmentir, la historia militar, más que la de cualquier otra actividad humana, debe ser conocida para evitar cometer los errores del pasado. ¿Por qué Homo sapiens se transformó muy pronto en Homo bellicus? ¿Qué relaciones guarda el fenómeno de la guerra con el desarrollo político, económico, social, religioso y hasta cultural de las civilizaciones? ¿Es una actividad innata o podemos pensar en la utopía de erradicarla para siempre y dejarla como una reliquia en los libros de historia? Homo bellicus. Una historia de la humanidad a través de la guerra rastrea el fenómeno bélico desde sus remotos orígenes hasta la actualidad buscando deducir lecciones que hagan inteligible la guerra, pero sobre todo buscando comprenderla, quizá la única forma de evitar nuevos conflictos en el futuro. El autor incluye más de cuarenta mapas, croquis y cuadros originales e imprescindibles para la comprensión de guerras y batallas, «ese apasionado drama».

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Al norte, las islas británicas aparecen ya con unos contornos que nos son familiares: Inglaterra en proceso de formación, principados galeses, los pictos o escoceses y los reinos irlandeses, mientras que los países nórdicos preparan sus naves vikingas para futuras y temibles incursiones. En los confines orientales, eslavos, polacos, magiares, búlgaros, serbios y un sinfín de pueblos presionan hacia Occidente al sentirse a su vez presionados por el azote de los nómadas de las estepas: antaño los hunos, hogaño los mongoles. El Imperio bizantino, antiguo romano de Oriente, semeja un gigante con pies de barro que se mantiene de momento firme en Anatolia, parte de la península balcánica y sur de Italia: con altibajos, aguantará durante siglos la presión ejercida en sus límites y las entradas de diferentes hordas que lo tantean en busca de sus riquezas. Colinda con el islam, ya fragmentado en califatos pero con fuerte unidad espiritual y capacidad de ser movilizado ante cualquier llamada a guerra santa. En el último extremo occidental de este polvorín, casi como pidiendo permiso, un pequeño reino que atesora tres potentes herencias, la hispanorromana, la visigoda y la católica, aguarda desde su precaria victoria en Covadonga su momento: es Asturias, origen de las Españas, cuya importancia en el advenimiento de un nuevo mundo merece capítulo aparte.

El signo de los tiempos viene marcado por un sistema que Emilio Mitre en su - фото 25

El signo de los tiempos viene marcado por un sistema que Emilio Mitre en su Historia de la Edad Media dibuja con precisión:

El feudalismo se define como un conjunto de instituciones que respaldan compromisos, generalmente militares, entre un hombre libre —el vasallo— y otro hombre libre superior —el señor—. A cambio de ellos, el primero recibe del segundo para su mantenimiento una concesión (en general en forma de tierra) llamada genéricamente feudo . […] De acuerdo con los presupuestos marxistas, el feudalismo se define como un modo de producción con unas peculiares formas de relaciones socioeconómicas. Se desarrolla en todo tipo de sociedades (no solo en la occidental medieval) entre la fase de producción esclavista antigua y la capitalista moderna. Se caracteriza por la explotación de una casta militar sobre una masa de campesinos sometidos a una serie de cargas que les permiten el usufructo de la tierra que ocupan. La propiedad de esta es del señor, pero no en términos absolutos, ya que, al encontrarse inmerso en la jerarquía de su propia casta, es vasallo de otro señor superior.

Se trata de una economía profundamente injusta que condiciona todo tipo de relaciones y solo contempla tres clases sociales: los nobles, que guerrean; los monjes, que —entre otras tareas— oran, y los campesinos, un 80-90% de población sometida a pestes y pandemias, cambios climáticos que arruinan cosechas, arbitrariedades e inseguridad jurídica, calamidades sin cuento. Un régimen legal y religioso, ámbitos entonces de difícil deslinde, dota de un aparataje levemente formal al sistema. En lo político, atomización de poderes apenas compensada por unas monarquías débiles y, en el orden militar, compromisos encadenados que rompen con la tradición de grandes ejércitos de la Antigüedad e imponen una anarquía castrense que solo concluirá con la refundación de formaciones fuertes y vuelta a una movilidad interrumpida por el predominio de los castillos y la armadura pesada. Si definitivamente la Edad Media no fue una época oscura (románico, cantares, universidades, códices, gótico, órdenes religiosas y caballerescas, caminos de peregrinaje…), sí fue desde luego miserable en las condiciones de vida de los habitantes: se dice que en Roma hubo esclavos que vivieron mejor que los agricultores de la Europa intermedia, quienes luchan por la mera subsistencia, se ven impelidos a canjear libertad por defensa y buscan el consuelo de la fe en paraísos prometidos por las religiones del Libro. Artesanos y comerciantes se las ingeniarán, no obstante, para pervivir, los primeros agrupados en gremios, los segundos estableciendo ligas que irán ganando poco a poco músculo financiero, revitalizando ambos las ciudades, estimulando nuevas formas económicas y fomentando la aparición de la burguesía.

Dada la enormidad espacio-temporal que trata este capítulo conviene, no obstante, matizar lo antedicho. Estamos hablando de un ámbito que va desde Islandia a la península arábiga, desde Portugal hasta el Volga, y que abarca un periodo de más de ¡mil años!, dos simples datos que nos han de llevar a reflexionar sobre la mera valencia transicional que se da habitualmente a la Edad Media. La que sigue es una síntesis orientativa de fases e hitos que puede ayudarnos a desbrozar los caminos de esta parte del estudio:

• Transición al medievo (siglos V al VIII). Saqueo de Roma por los godos y de Cartago por los vándalos; azote de los hunos de Atila, detenidos en la batalla de los Campos Cataláunicos (451 d. C.). Bizancio, dique de contención gracias al emperador Justiniano y sus generales Belisario y Narsés. Prédicas de Mahoma y expansión musulmana.

• La Alta Edad Media (VIII al XI). Inicio de la reconquista hispano-lusa. Imperio de Carlomagno. Incursiones vikingas y eslavas. Cisma de Oriente entre Bizancio y Roma (iglesias ortodoxa y católica).

• Medievo pleno (XI a XIV). Cruzadas e irrupción de las órdenes militares, plenitud de las monásticas. Azote de los mongoles de Gengis Kan. Hambruna en Europa.

• La Baja Edad Media (XIV-XV). Guerra de los Cien Años. Peste negra. Cisma de Occidente. Portugal inicia la era de los descubrimientos, Gutenberg acciona las palancas de la imprenta y caída de Constantinopla a manos de los turcos otomanos. El 3 de agosto de 1492 tres naves españolas parten de Palos de la Frontera rumbo a una nueva era.

Homo bellicus - изображение 26

El panorama militar del medievo es relativamente pobre, por más que los cantares de gesta idealizaran un modelo caballeresco mejor retratado en la literatura que en la historia. No obstante, comparecen varias fórmulas que es interesante reseñar siquiera brevemente. Lo mejor que se puede decir del Imperio romano de Oriente (conocido luego como bizantino) es que supo cumplir su ciclo histórico como amortiguador entre dos épocas y entre las fuerzas casi siempre antagónicas del este asiático y de Occidente; no en vano su consolidación coincide con el inicio de la Edad Media y su extinción con la caída de Constantinopla, con el de la Edad Moderna (395-1453).

La derrota de este imperio a manos de los godos en la batalla de Adrianópolis (378 d. C.) marca el fin de unas legiones ya muy adulteradas en su esencia como sistema militar eficaz, lo que llevaría al emperador Justiniano a reconsiderar toda la estrategia del gigante con pies de barro que se encontró al hacerse con el cetro. Se trató de un enfoque conservador basado en una poderosa flota que asegurara el tráfico comercial, un plan de fortificación de las fronteras, la creación de un ejército de nueva planta y el emprendimiento de acciones ultramarinas para crear «marcas» o glacis defensivos que previnieran de incursiones procedentes de los cuatro puntos cardinales, retomando a ser posible regiones del que había sido Imperio romano de Occidente. Así, sus nuevas fuerzas incluían un cuerpo imperial a base de mercenarios, unos contingentes federados con la organización propia del pueblo en que se reclutaban, las milicias locales para la defensa de plazas y las guardias personales de señores de la guerra de corte feudal.

La base de las formaciones bizantinas eran los catafractas, jinetes «acorazados» con cota de malla, casco de acero y escudo mediano montados sobre caballos también protegidos. Sus armas eran una larga espada de ancha hoja, daga y hacha, arco corto y lanza, una grave impedimenta que obligaba a cada caballero a llevar al menos un escudero de apoyo. Formaban a retaguardia de un conjunto muy cerrado que llevaba a vanguardia y en las alas cortinas de caballería ligera y peones. Siguiendo las instrucciones contenidas en una de las primeras grandes obras sobre el arte militar, el Strategikon (atribuido al emperador Mauricio), siempre se disponía de una reserva en la idea de que, sin ella, ningún general tenía posibilidades de decidir la batalla a su favor. Eran las reservas las que permitían alimentar los encuentros, reforzar puntos débiles y maniobrar buscando el doble envolvimiento o el simple, que normalmente y siguiendo la vieja costumbre griega se realizaba por el flanco derecho.

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