Para complicar la situación, los monarcas ingleses de finales de siglo y principios del XV se ven sacudidos por revueltas en Irlanda y también de los galeses, empleándose duramente para sofocarlas. Tras varios intentos fallidos de invadir de nuevo Francia y muchas cavilaciones, el joven rey Enrique V se decide a lanzar una nueva campaña: tras desembarcar en Normandía, incursiona de nuevo por el valle del Somme. Con ello atrae a su enemigo en 1415 hasta una localidad llamada Azincourt, donde contra todo pronóstico su pequeño pero muy motivado y disciplinado ejército logra derrotar a la flamante caballería pesada francesa, que en su orgullo parece haber olvidado las lecciones de Crécy y Poitiers. La batalla es, en realidad, una repetición de aquellas dos, pero esta vez tiene una trascendencia simbólica porque sobre ella se forjará el orgullo de la nación inglesa, los happy few del día de san Crispín. Más allá de la leyenda de que esta batalla es el triunfo del pobre frente al poderoso, el embrión de ejército británico despliega sus virtudes: está bien mandado, cuenta tanto con buenos subalternos como jefes supremos que saben elegir el terreno más propicio para el combate; sus soldados son sometidos a una rígida disciplina, con una instrucción previa que los cohesiona; tienen un sentir nacional y se deben a su país en la figura de su rey, no a los nobles de turno. Este es el modelo militar inglés, que dará sus mejores frutos cuando, en el futuro, sepa coordinarse con su más distintiva fuerza: el poder naval.
Aunque no puede explotar el éxito por lo exiguo de sus fuerzas, dos años más tarde tomará Caen y, casándose con la hija del rey de Francia, Enrique V es reconocido como heredero al trono galo… siempre que respete la independencia del país. Precisamente su muerte antes que la del rey francés dará lugar a la última fase de la guerra. En 1429 los ingleses toman París y el norte de Francia hasta llegar a Orleans, donde habrán de enfrentarse a un enemigo imprevisto: Juana de Arco, que simbolizará la libertad del pueblo francés y cuyo martirio en la hoguera hará más por la cohesión de la nación que cualquier otro factor. Inglaterra comienza a debilitarse en luchas intestinas que desembocarán en la guerra de las Dos Rosas y se batirá en retirada en todos los frentes: sus aliados les abandonan, París es recobrado y solo conserva en su poder Calais. En 1453, mismo año en que los turcos ocupan Constantinopla, termina la guerra de los Cien Años. Su legado, dos poderosas naciones a ambas orillas del canal de la Mancha, que alternarán conflictos y alianzas de los que dependerá en buena medida el orden en el continente en el futuro. Pero por el momento, las dos se conformarán con asistir al auge de un imperio que se ha ido forjando a fuego lento en una guerra larga, no en cien años, sino en ocho siglos.
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Una reconquista para una nación
Resulta imposible superar la interpretación que don Julián Marías hizo en su ineludible España inteligible. Razón histórica de las Españas sobre la trascendencia de la Reconquista, de sus orígenes remotos, de su desarrollo y de sus repercusiones para el mundo; permítasenos, por tanto, comenzar este capítulo con una larga cita del maestro:
La primera unidad humana de España es consecuencia de su romanización . Fue un largo proceso de penetración, dominio y organización. Es decir, no fue una mera conquista. Por eso fue socialmente eficaz. Roma superpone a la Península una unidad administrativa, política, lingüística y finalmente religiosa. Hispania como provincia es la primera versión de «España». […] La España posterior no se reduce a «los visigodos»; es la expresión de una nueva empresa histórica, regida por los godos pero realizada primordialmente por los hispanorromanos, y que consiste en la reconstrucción, con otros principios, de la antigua Hispania romana, regida desde dentro, no por un emperador distante. En el siglo VII España ha logrado una versión, más completa que en ningún otro territorio, de lo que va a ser un país europeo .
La invasión árabe supone la encrucijada más grave de la historia española [y] no fue nunca aceptada por los cristianos […]. La Reconquista [tiene una] multiplicidad de origen pero no debe ocultar lo que fue esencial: su unidad proyectiva . Porque claro es que no se reconquistan los reinos medievales —que no existían, que se van gestando—; lo que se reconquista es la España perdida, que está ante los ojos de los escasos cristianos que viven dentro de territorios no sometidos. Los demás países de Europa se mueven dentro del mundo cristiano, el Islam está «fuera»… La realidad de Francia, Italia, Alemania o Inglaterra no existía como tal; lo que estaba presente era la diversidad, con frecuencia caótica, de reinos, condados, señoríos… en perpetua fluencia, en discordia. España se constituye como aquello que se ha de buscar porque se ha perdido; es decir, como empresa . […] España elige no ser islámica, sino realizar su vocación originaria de pueblo cristiano, y esto significa europeo, occidental.
[En el siglo XV] lo que en realidad parieron el Rey Fernando y la Reina Isabel fue una nueva realidad: la nación española. No ha habido ninguna nación antes que España. […] España, apenas inventada la Nación como estructura de convivencia y forma política, va más allá y descubre —no conceptualmente, sino de modo real y ejecutivo— la Supernación [pues] se proyecta en América, aquella inverosímil aventura. Es la Monarquía Católica o Hispánica, una unión de pueblos heterogéneos unificados no ya por la Corona, sino por una concepción: las Españas… España es un caso excepcional —acaso único— de un país definido por un programa explícito y mantenido durante siglos con asombrosa constancia.
La accidentada geografía de la península ibérica explica sus peculiaridades, condiciona sus relaciones internas y sus empresas exteriores, separa y aúna alternativamente gracias a dos fuerzas que a veces complican su devenir pero otras muchas coadyuvan en la cohesión de sus pueblos: la centrípeta, que gravita en torno a las dos mesetas, y las centrífugas de la periferia. Los Pirineos, que parecen una barrera infranqueable, favorecen en realidad su unión con Europa al marcar tres avenidas de comunicación: una atlántica por el golfo de Vizcaya, otra terrestre por los pasos de montaña y la mediterránea. El resto es casi una enorme isla que invita a varias vocaciones, todas ellas explotadas en mayor o menor medida; un rostro bifaz hace que la península europea más occidental mire hacia las islas atlánticas y, desde ellas, a nuevos mundos, pero también que proyecte su visión al Mediterráneo, desde las Baleares al levante griego. El apéndice formado por la bahía de Algeciras es el puente hacia el pico norteafricano: ambas regiones casi se tocan uniendo el viejo continente con África: no en vano los navegantes fenicios, griegos y romanos imaginaban allí las columnas de Hércules, con un lema, Non Plus Ultra , que las futuras Españas y Portugal desmentirán con sus navegaciones.
El año 711 Tariq Ben Ziyad cruza precisamente el estrecho de Gibraltar con un ejército de árabes y bereberes que derrota a los visigodos en la batalla de Guadalete y en menos de diez años someterá, junto al «moro Muza», prácticamente todo el territorio. Solo la batalla de Covadonga (Asturias, 718), en realidad una bizarra escaramuza, mas de alto contenido simbólico, detiene la irrefrenable marea islámica y tiende una raya entre dos mundos radicalmente opuestos: un reducto cristiano que se siente heredero no solo de la monarquía visigótica, sino de toda la tradición católica e incluso del legado hispanorromano, se enfrenta a la nueva fe de Mahoma que llega aquí al máximo de su expansión a poniente. El intento musulmán de penetrar en el interior de Europa ya vimos fue detenido en Poitiers por Carlos Martel…, y el resorte contrario, el de su nieto Carlomagno penetrando en Hispania, lo será en Roncesvalles, reafirmando los incipientes reinos ibéricos la inequívoca voluntad de controlar por sí mismos un proceso reconquistador que no se inicia con ese nombre pero sí con la idea clara y consciente de recuperar la «España perdida», lo que ya señalaban nítidamente las crónicas de la época.
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