Comienzo por mi director de tesis, el Dr. Carlos Schickendantz, con quien me une un vínculo de largo tiempo. Sus valiosas y acertadas observaciones y su acompañamiento permanente, paciente, incondicional, me facilitaron enormemente la tarea. Agradezco igualmente a mi co-directora, Cecilia Luque, por su lectura atenta y sus sugerencias.
No puedo dejar de agradecer los apoyos recibidos desde la Uni- versidad Católica de Córdoba, particularmente, de Rafael Velasco, su ex Rector, de los ex decanos de la Facultad de Filosofía y Hu- manidades, Cecilia Padvalskis y Ramón Ortellado, sus secretarias, Fernanda Schiavoni y Cecilia Petit, como también de la directora del Departamento de Formación, Ana Carolina Díaz. Agradezco tam- bién a tantas personas de las otras dos Facultades donde trabajo, la de Ciencias Económicas y la de Derecho, a cada uno de los equipos de gestión, y, sobre todo, a las/os secretarias/os administrativas/os de las tres facultades, quienes tantas veces dispusieron para mí un lugar donde trabajar tranquila, o respondieron mis “dudas informá- ticas”. Sobre todo, agradezco la escucha siempre disponible, lúcida y afectuosa de Arturo Sandiano, exvicerrector de Medio Universi- tario.
Quiero agradecer también a la querida gente del CEFyT y del Lumen/ITeC, compañeras/os de tantos años de trabajo, que me posibilitaron crear y ampliar espacios de género… Con el nombre de algunos de ellos/as –Ángel Peralta, Mariza Fernández, Fernando Kuhn y Konrad Pucher (Koni) del CEFyT; Marita Barrionuevo, Mary Cardosso, Lucy Marasca, Guillermo Rosolino y Alejandro Mingo del Lumen/ITeC–, recuerdo y agradezco a todas/os y cada una/o de aquéllas/os con quienes compartí tantos años de quehacer teológico. Un reconocimiento afectuoso, además, a mis alumnas/os, de todos los espacios donde trabajé y sigo trabajando, porque con sus pre- guntas, inquietudes, propuestas, fueron un estímulo fundamental para seguir investigando y actualizándome. Entre ellas/os destaco particularmente a Marta Ibáñez, Élida Bazta, Gisela Giraudo, Alina Rosales, y algunos que llegaron a ser luego colegas míos, como Fer- nando Kuhn, Juan Carlos Stauber, Alejandro Mingo, Lucas Leal…
Agradezco también a la gente del Doctorado en Estudios de Gé- nero del Centro de Estudios Avanzados de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC, particularmente a Adriana Boria, Alejandra Martín y Pilar Anastasia, y también a las/os Profesores/as y a mis compañeras/os. La amistad de algunas/os de ellas/os es uno de los regalos más ricos que me dejó el cursado del doctorado, más allá del bagaje intelectual recibido.
Un especial reconocimiento a quienes forman parte de mi Equi- po de Investigación, Subjetividades, corporalidades y discursos “entre barreras”. Investigaciones inter, multi, transdisciplinares desde la perspectiva de género, radicado en la Universidad Católica de Córdoba. A todas/os y cada una/o de sus miembros: Verónica Luetto, María Belén Elía, Lucas Leal, David Avilés, Julieta Rodríguez, Ximena Paira y, desde el segundo período, también Fernanda Schiavoni y Melisa Gorondy Novak y como colaboradoras Cecilia Padvalskis y Cecilia Petit. Con ellas/os me une esta pasión por las cuestiones del género y del/de los feminismo/s, por la cual pude compartir buena parte de la hechura de esta tesis en nuestros diálogos, discusiones y proyectos comunes. Un agradecimiento particular para Melisa que, además de investigadora, es artista, y me regaló su pintura para la tapa de este libro.
Agradezco a tantas teólogas, conocidas personalmente o no, que han pasado a ser referentes, compañeras, amigas, ya que sin sus aportes hubiera sido imposible mi quehacer teológico. Quiero nombrar a seis de ellas, sabiendo que puedo ser injusta con muchas otras a quienes no señalo, sólo por una cuestión de espacio. A Nelly Ritchie, pastora y “mujer obispo” metodista, porque fue la pri- mera que me acercó producción teológica hecha por mujeres, allá por 1994, cuando trabajábamos ambas en el Instituto Ecuménico de Cultura Religiosa. Mi deseo y decisión de hacer teología feminista (en aquellos tiempos no conocía ese apelativo) fue confirmándose y profundizándose desde entonces. Mi reconocimiento a Mercedes Navarro Puerto, de quien me entusiasmaron y siguen entusiasmán- dome sus estudios feministas –y no sólo los bíblicos–, por su soli- dez, por su diálogo interdisciplinar y sobre todo, cuando la conocí personalmente, por su humildad y coherencia. Agradezco a Elsa Tamez, a quien tuve el inmenso placer de leer y estudiar en profun- didad para los tres tomo de la colección Mujeres haciendo Teología, y después conocer personalmente y compartir más de un encuen- tro. Me impactaron sobre todo su compromiso con las/os pobres de nuestro Continente y ese esfuerzo por una lectura bíblica tan creati- va, abierta a los desafíos actuales, siempre en diálogo ecuménico y sensible a las/os excluidas/os. A Nancy Bedford por su teología tan sólida, tan fiel a su identidad evangélica y latina, y, a la vez, tan en- raizada en la vida cotidiana y comprometida con las/os más pobres. A Virginia Azcuy, y con ella a todo el espacio que supuso y supone para mí el colectivo de mujeres teólogas Teologanda. Le agradezco especialmente a Virginia cómo se ha jugado por abrir el espacio del quehacer teológico a tantas mujeres. Por último, a Mercedes García Bachmann, pastora de la Iglesia Luterana. Su sabiduría y su enorme generosidad me posibilitaron consultarla más de una vez para mis investigaciones. A través de estas mujeres nombro también a tantas que fui conociendo y con quienes fui realizando la pasión por la teo- logía en congresos, jornadas, seminarios, cursos, talleres, todas ellas valiosas referentes para las búsquedas y diálogos feministas. Com- partir con ellas fue mi propia experiencia de sororidad. Quiero se- ñalar, además, que cuatro de estas mujeres nombradas pertenecen a iglesias evangélicas. Lo asumo como fidelidad (de Dios, de ellas, mía propia) a una vocación personal ecuménica y agradezco también por esa experiencia, frecuente en el quehacer teológico feminista.
Estoy muy agradecida al ICALA (Intercambio Cultural Alemán Latinoamericano) por la beca “C” de estudios y a la UCC por las becas de posgrado que me otorgaron y que fueron una significativa ayuda para la realización de esta investigación.
Un agradecimiento especial a quienes fueron un apoyo funda- mental para poder plasmar este trabajo cuando parecía imposible lograrlo. A Silvia Fuentes, Beto Canseco, Silvia Franco, Ivana Alochis y a mis amigas de siempre, Adriana, Marisa, Iris, Mary, Cristina, que “están”, aunque muchas veces no nos podamos encontrar. A Graciela, la “segunda mamá” de mis hijas, que “cuidó mis espaldas” tantas veces, cuando yo no estaba en casa. A Samuel Almada quien resolvió mis dudas sobre traducciones del hebreo bíblico. Ellos/as forman esa red imprescindible que es la amistad y la sororidad, que nos sostiene y nos posibilita ser quienes somos.
A mis padres, Juan y Lucy, que me dieron la posibilidad y apo- yaron mi estudio de la teología, allá lejos y hace tiempo, cuando emprenderla como mujer y laica parecía una aventura alocada. A mis hermanos, Juancho, Pablo y Fernando, porque el afecto siempre está, entiendan y compartan o no mis ideas teológicas.
Finalmente, lo que no quiere decir en el último lugar, agradezco muy especialmente a mi familia. Todas/os y cada una/o han “sufri- do” un poco (o mucho) que la esposa, mamá y abuela haya estado tantos años abocada a esto que fue un sueño y ahora es una rea- lidad: Osvaldo, mi esposo y compañero; Agustina, Lucía Belén y Guadalupe, mis hijas; Anita, mi nieta y Bautista y Felipe, mis nietos (cuando entregué y defendí mi tesis, Joaquín todavía no había naci- do). Espero hacer realidad mis promesas y mis buenas intenciones de “volver a la normalidad” y poder gozar juntas/os del tiempo y el espacio que estuvo dedicado a la exigencia de la tesis.
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