Ricardo Lagos E. - Conversaciones para la nueva Constitución

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Al igual que la mayoría de los chilenos, nos reunimos a conversar sobre el proceso político y social que comenzó el 25 de octubre de 2020, día en que se sentó la primera piedra para un posible pacto social a través de una nueva Constitución que debemos escribir entre todos.
En los días que corren ha pasado a ser un lugar común decir que la elección de la convención constitucional es «la madre de todas las batallas». En realidad, la convención constitucional debiera ser «la madre de todas las conversaciones» y la nueva constitución que logremos, «la madre de todos los acuerdos». Porque se trata de cómo queremos organizarnos para seguir viviendo juntos y no de ver quién dispara más o mejor contra la trinchera opuesta.
Es el momento de encontrar las coincidencias más amplias en torno a principios fundantes para una convivencia respetuosa y líneas directrices para la organización del Estado, que nos permitan transitar a todos —coincidentes, afines, distantes y opuestos— por un camino en el que seguiremos andando y viviendo juntos. El camino ancho.
Este libro es el registro de una conversación entre dos personas sobre algunos de los temas que se debatirán en la convención, dialogando sobre puntos ineludibles a la hora de establecer nuevas bases políticas para los ciudadanos. Fruto del diálogo surgen orientaciones que pudieran reunir consenso entre una mayoría muy amplia de personas en Chile, extendiendo así una invitación a todos y todas a participar en la más amplia conversación que nos debemos, proponiendo puntos de vista a quienes elijamos como representantes convencionales.
RICARDO LAGOS E. – JAVIER MARTÍNEZ B.

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Ricardo Lagos: Hay temas que son sustanciales para los que necesitamos acordarlos por los dos tercios, pero me parece que es muy importante entender que la hoja en blanco, estrictamente hablando, no existe. Todos llegamos a la redacción de una Carta constitucional con nuestras propias historias y conocimientos. Sabemos la historia constitucional de Chile, las tres constituciones que se hicieron en la Patria Vieja, que eran más bien unos reglamentos constitucionales (aunque en uno de los cuales se dijo que la soberanía reside en el pueblo, ni más ni menos) y que después del triunfo de Chacabuco, con Bernardo O’Higgins como director supremo, se estableció la Carta del año 1818. Después surgió la Carta de 1823, luego vinieron un conjunto de discusiones constitucionales que incluyeron hasta repúblicas federativas en el año 1826, a la que la siguió la Constitución Moralista del año 1828 (que tenía preceptos que referían a cómo traer felicidad al pueblo y cómo ordenar las cosas que el pueblo debía y podía hacer) y luego se promulgó como Constitución, que algunos llaman liberal, que rápidamente enfrentó los embates de una Constitución más presidencialista y conservadora, inspirada en Mariano Egaña, en la que participó también un ilustre venezolano recién llegado, Andrés Bello, y que estuvo atravesada por la redacción e ideas de Diego Portales. Esa Constitución, la del 1833, se hace después de la batalla de Lircay, cuando se imponen las fuerzas más conservadoras frente al pensamiento más liberal en el Chile de la época. Uno podría decir que la Constitución del 33 —con las reformas que se hicieron por los constituyentes de 1870— duró hasta 1925. En consecuencia, todos de alguna u otra forma somos sus herederos porque hay párrafos completos de ella que fueron copiados en la Constitución del año 1925 y no necesito decir que la Constitución de Pinochet de 1980 tiene párrafos completos copiados también de la de 1925. O sea, hay una historia constitucional , no se llega a una hoja en blanco como si todo naciera hoy y porque, además, todos somos tributarios de nuestras experiencias, de nuestros conocimientos, de nuestras historias. Y no me cabe duda que los convencionales que conformarán la Asamblea Constituyente luego de las próximas elecciones, van a llegar también cargados de historias y experiencias. Puede que hoy esos convencionales no sepan esta historia constitucional, pero una vez que sean candidatos a una Constituyente y le pidan el voto a una ciudadanía, tienen una responsabilidad histórica que muy pocos chilenos han tenido en la vida, que es poder pensar qué Constitución es la que mejor corresponde a la nación chilena y, por lo tanto, ese espíritu de cuerpo los hace también tener una responsabilidad que los pone por encima, por así decirlo, de las ideologías que cada uno tiene, porque hay que ser capaz de pensar en cómo lograr una Constitución que pueda absorber la riqueza y la diversidad de los diecinueve millones de personas que habitan este territorio, incluyendo aquellos chilenos que están afuera, con derecho a voto en el extranjero y que tienen una perspectiva distinta por sus propias circunstancias.

Javier Martínez: Las historias, las experiencias, las miradas diversas que tienen que aportar y ser incluidas en la construcción de una buena Constitución. No se trata de oponer mis prohibiciones a tus prohibiciones, sino de generar un espacio público efectivamente incluyente.

Ricardo Lagos: Exactamente, y eso que se incluye no significa que usted está poniendo en cuestión elementos básicos de la sociedad chilena. Somos un pueblo que ama la libertad, pero también somos un pueblo que entiende la igualdad necesaria entre los ciudadanos para que todos tengan un acceso a los conocimientos indispensables; somos un pueblo lo suficientemente maduro para exigir una educación pública de calidad a la cual todos tienen derecho a acceder, pero también somos un pueblo que respeta y entiende el derecho a la libertad de enseñanza y por lo tanto puede haber personas que, en virtud de ese derecho, quieran tener su propia orientación en materia educacional e incluso, con reglas bien establecidas, somos un pueblo que reconoce la posibilidad de una educación privada que emerge precisamente de la libertad educacional.

Javier Martínez: Lo que es muy distinto a decir que la educación es una oportunidad más de hacer negocios donde el Estado no debiera interferir, o hacerlo con una oferta de tan baja calidad que sea equivalente a dejar el campo libre al negocio privado, como ha devenido en la práctica el sistema chileno.

Ricardo Lagos: Así es, hay un conjunto de ámbitos en los que usted tiene que convenir y pongamos de ejemplo a la salud. Se podría plantear una salud pública al alcance de todos, pero si alguien quiere tener además un sistema de salud privado y lo puede pagar, bueno, está en su derecho, pero tenemos que ser capaces de compatibilizar ambas cosas. En mi gobierno me tocó liderar una reforma de salud y dije “bueno, quiero una reforma en donde exista un AUGE”, es decir, un acceso universal con garantías explícitas y que ese acceso a atenderse de ciertas patologías definidas por el Estado, sea igual tanto para el ámbito público y privado. Por primera vez se hizo una política pública en materia de salud, pero no desde el punto de vista de la oferta. ¿Qué significa esto? Por lo general, el Estado cuando construye un hospital y contrata médicos, enfermeras y toda la maquinaria necesaria de la institución, lo hace pensando desde la oferta. Pero cuando se asegura acceso y garantías explícitas, el Estado se pone en el lugar del ciudadano porque a él no le interesa que haya un hospital, le interesa que cuando tenga apendicitis, lo operen de apendicitis, porque ese es su problema. Entonces el Estado tiene que analizar cuántas apendicitis se hacen en un año, cuánto le cuesta cada una y qué protocolos tiene que impulsar. En esto consiste la capacidad de ponerse del lado de la demanda, es decir, del adulto mayor que necesita controlar su presión arterial o del joven cuando necesita apoyo para convivir con una diabetes. El Estado, por lo tanto, debe combinar tanto la oferta como la demanda. Por ejemplo, debe estar en condiciones de que un hospital sea capaz de realizar una cirugía para el cáncer de mama, pero al mismo debe garantizar todas las cirugías de cáncer de mama que hay que hacer al año, poder garantizarlas en su totalidad. En otras palabras, se pueden hacer confluir experimentos tanto del ámbito público como del ámbito privado, pero es el público el que garantiza que todos los chilenos tengan acceso a una educación o a una salud de calidad, porque en el ámbito de los servicios hoy nadie concibe que no sea un Estado, o sea la nación chilena organizada jurídicamente, quien provea salud, educación y un sistema de pensión digno a todos sus ciudadanos.

La cuestión de los derechos

Javier Martínez: Bueno, ese es un tema muy importante, que va a requerir un capítulo especial: cuáles son los derechos y cuáles son las prestaciones que se garantizan para su cumplimiento. Pero me parece muy importante hacer algunas distinciones previas, sobre todo porque el debate ha estado dominado por la mención de “derechos” en general, sin mayores especificaciones, como una reacción contra el “abuso” del poder, como si fuese una entelequia. Por esto, cuando se empiecen a poner cosas por escrito es importante hacer precisiones. Por ejemplo, habitualmente se habla del tema de los derechos de los ciudadanos con la clásica distinción entre los derechos civiles y políticos, por una parte, y los derechos económicos, sociales y culturales por otra, en donde los primeros (los derechos civiles y políticos) son derechos a la omisión del Estado, es decir, que el Estado no puede coartar mi libertad, no me puede censurar impidiendo mi derecho de opinión, no me puede impedir mi derecho de reunión…

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