Ricardo Lagos E. - Conversaciones para la nueva Constitución

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Al igual que la mayoría de los chilenos, nos reunimos a conversar sobre el proceso político y social que comenzó el 25 de octubre de 2020, día en que se sentó la primera piedra para un posible pacto social a través de una nueva Constitución que debemos escribir entre todos.
En los días que corren ha pasado a ser un lugar común decir que la elección de la convención constitucional es «la madre de todas las batallas». En realidad, la convención constitucional debiera ser «la madre de todas las conversaciones» y la nueva constitución que logremos, «la madre de todos los acuerdos». Porque se trata de cómo queremos organizarnos para seguir viviendo juntos y no de ver quién dispara más o mejor contra la trinchera opuesta.
Es el momento de encontrar las coincidencias más amplias en torno a principios fundantes para una convivencia respetuosa y líneas directrices para la organización del Estado, que nos permitan transitar a todos —coincidentes, afines, distantes y opuestos— por un camino en el que seguiremos andando y viviendo juntos. El camino ancho.
Este libro es el registro de una conversación entre dos personas sobre algunos de los temas que se debatirán en la convención, dialogando sobre puntos ineludibles a la hora de establecer nuevas bases políticas para los ciudadanos. Fruto del diálogo surgen orientaciones que pudieran reunir consenso entre una mayoría muy amplia de personas en Chile, extendiendo así una invitación a todos y todas a participar en la más amplia conversación que nos debemos, proponiendo puntos de vista a quienes elijamos como representantes convencionales.
RICARDO LAGOS E. – JAVIER MARTÍNEZ B.

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Javier Martínez: La “primera línea”, los piedrazos y los abusos policiales. Pero lo central y más trascendente para la historia de esta nueva etapa del país no fue ni será el tema policial, o el orden público; la batalla “entre delincuentes y fuerzas del orden” o “entre piqueteros y valientes soldados”, sino la enorme demostración popular espontánea del 25 de octubre y el proceso al que dio origen luego, con el amplio acuerdo político de noviembre.

Ricardo Lagos: Es importante entender que noviembre es un momento en que la mayoría de las fuerzas políticas participan.

Javier Martínez: Recuperan, por un momento, la representación.

Ricardo Lagos: Yo sé que nunca se logra la unanimidad. En el plebiscito del 88 también hubo un segmento que al comienzo se restó, que no quería inscribirse en los registros electorales para poder votar y decirle No a Pinochet, y acusaba que “inscripción es traición” porque significaba jugar en la cancha de Pinochet. Pero, por otra parte, nosotros pensamos que si este era el único espacio en el que él jugaría, aunque fuese armado a su medida no nos podíamos restar porque solo ahí lo podríamos derrotar. Lo que sucede ahora es similar, porque hubo un segmento pequeño del mundo político que por distintos motivos dijo no, yo no firmo esto, y tenía sus razones.

Javier Martínez: Siempre habrá quienes busquen seguir representando a los “piqueteros” o a “las fuerzas del orden”, pensando que solo se trataba de eso.

Ricardo Lagos: Lo concreto es que se firmó y que luego tuvimos la elección en la que hubo que decir si nos parecía el itinerario institucional que se estableció en ese acuerdo de noviembre. En otras palabras, en el plebiscito se le plantearon dos preguntas a la ciudadanía. La primera es si aprobaba o no la redacción de una nueva Constitución y, si la aprobaba, ¿cómo quieres que se haga?, ¿la quieres hecha por una Convención compuesta la mitad por el Parlamento y la otra mitad elegida por el pueblo, o por una Asamblea enteramente elegida por el pueblo para tal efecto? Y ganó esto último por casi el 80%. Con ese resultado, nos abocamos a las próximas elecciones para la definición de quienes formarán parte de la Asamblea Constituyente (que sucede en conjunto con otras elecciones como la elección, por primera vez, de gobernadores regionales y las elecciones municipales).

La búsqueda de acuerdo respecto a las reglas de su funcionamiento ha ocupado un tiempo considerable en las Asambleas Constituyentes que han tenido lugar en la historia reciente. En el caso de nuestro país, buena parte de este asunto ha quedado resuelto en el acuerdo que da origen a esta Convención Constitucional.

Una hoja en blanco

Javier Martínez: El punto de partida de la discusión sobre la nueva Constitución es el hecho de que es irreversible la necesidad de cambiarla, más allá de la cuestión formal. Se llegó a un acuerdo de las fuerzas políticas porque la enorme mayoría de la población votó que sí quería cambiar la Constitución y estableció la forma de cómo hacerlo. Sin embargo, hay aparentemente una resistencia de muchos, no solamente de los que no firmaron sino que también de los que firmaron, pero que a las pocas horas estaban diciendo “sí, firmamos el acuerdo, pero nosotros vamos a votar Rechazo, y si no resulta el Rechazo vamos a lograr una mayoría de un tercio para vetar cualquier acuerdo en la Convención y si no resulta eso, vamos a tratar de que quede en blanco y que la ciudadanía después en un plebiscito de salida rechace el trabajo de la Convención”. Y con eso, como dijo un connotado político de la derecha, “volvería la Constitución del 80 en gloria y majestad”. Hay una conducta de negación de la realidad, un sueño al regreso de cuando estaban cómodos.

Ricardo Lagos: Una ceguera ante los cambios.

Javier Martínez: Y miedo también, que se racionaliza como “incertidumbre”. A lo que voy es a lo siguiente: toda esta resistencia de los que firmaron con la esperanza de trancar el proceso a través de la idea de “una incerteza jurídica”, argumentan que los inversionistas necesitan de la certeza jurídica que les otorga la Constitución actual, profetizando la entrada a un mundo de total incertidumbre y caos. Desde luego, todos quienes vivimos en sociedad (no solo los inversionistas) necesitamos certeza jurídica. Pero el primer punto que creo fundamental que se pregunten es si la actual Carta Magna, tal y como está, entrega alguna certeza solo porque “legalmente” existe, aunque en la práctica no tiene ninguna legitimidad social ni política. ¿Es imaginable que la Constitución actual vuelva a regir en gloria y majestad o esto ya no tiene vuelta atrás? Estas son las primeras interrogantes que se tendrían que pensar para proponer algo racional.

Ricardo Lagos: Yo creo que la respuesta a esta pregunta es histórica. La Constitución que nos rige no se ha mantenido en el tiempo por el tema de la certeza o la incerteza jurídica y su crisis proviene de la carencia de legitimidad de su origen, en donde su principal autor, Jaime Guzmán, estableció antes de redactar la primera línea que lo que él quería era “una Constitución que sea pétrea, que sea muy difícil cambiar y, lo más importante, una Constitución que, si el día de mañana llegan a un triunfar nuestros adversarios políticos, impida que ellos lleven adelante sus ideas porque se los prohibirá”. Eso es lo grave, porque no es democrático que una Constitución le impida a un segmento de la población llevar adelante sus ideas. Y de esto algo sé porque lo sufrí como presidente de Chile.

Javier Martínez: Por experiencia propia.

Ricardo Lagos: ¡Efectivamente! Y no me cabía duda que había que iniciar una reforma constitucional muy profunda. Una vez elegido presidente, en los primeros treinta días de mi gobierno intenté utilizar un mecanismo que está en la Constitución, que establece la posibilidad de constituir comisiones mixtas de senadores y diputados para discutir algún proyecto de suma importancia, de manera de que los principios que van inspirar ese proyecto tengan un grado de consenso acordado por ambas Cámaras. Al plantear mi intención al presidente del Senado, de llamar a una comisión mixta para proponer un conjunto de modificaciones (que se las enumeré) a la Constitución que a mi juicio era indispensable, la respuesta que recibí a los tres días públicamente por parte de los partidos de oposición fue: “El presidente ha sido claro en lo que quiere cambiar y nosotros, con la misma claridad, le decimos que no queremos cambiarlo y que por lo tanto seguirá como está”. Y efectivamente eso sucedió. Durante los siguientes cinco años me dediqué a modificar aquellos enclaves autoritarios que a mi juicio había que sacar, lo que logramos el 2005, pero la Constitución siguió impidiendo que determinadas visiones y políticas públicas por las cuales la ciudadanía me votó a mí, las pudiera realizar en la forma como yo lo entendía.

Javier Martínez: ¿Por ejemplo?

Ricardo Lagos: Como cuando me pareció que Chile era un país que tenía que tener un seguro de desempleo. En una economía abierta al mundo como la nuestra, expuesta a situaciones impredecibles que van más allá de nuestras fronteras —como las crisis económicas internacionales que tantas veces suceden—, se puede generar una baja en la demanda de nuestros productos, lo que deriva en una posible disminución del crecimiento y, como consecuencia, que mucha gente quede expuesta a despidos porque este es uno de los mecanismos de ajuste ante la falta de demanda de productos. Por esto, necesitábamos urgente un seguro de desempleo. Envié un proyecto modesto, a la altura de lo que podíamos en Chile para no generar grandes problemas económicos, y me pareció obvio que con ese seguro de desempleo se iba a hacer un pozo de dinero. Es decir, cada trabajador y empleador aportaría un monto de dinero mientras existiera un contrato, que iría a un fondo estatal que lo administraría para que, ante el evento de quedar cesante, la persona pudiera durante un período de seis meses, mientras encuentra trabajo, mantener una remuneración adecuada, no idéntica a la que tenía, pero que le permitiría subsistir por ese período porque no teníamos recursos para más. ¿Cuál fue la respuesta de la oposición? “Vamos a considerarlo”. “Ah, qué bueno”, dije yo. “Pero con una condición”, me dijeron, “el Estado es mal administrador y usted acá plantea que estos seguros los va a administrar el Estado y eso va en contra del espíritu de la Constitución, por lo tanto, si usted quiere un seguro de desempleo tendrá que ser administrado por un privado y si no, no hay seguro de desempleo”. Yo me quedé con la frase “ese es el espíritu de la Constitución”, o sea, lo que me estaban diciendo era que es inconstitucional porque el Estado no está para administrar recursos, y nos pusieron en una situación muy compleja: o tengo seguro de desempleo y lo administran los privados o no hay seguro de desempleo. ¡Ahí estaba la Constitución del señor Guzmán funcionando de la mejor de las formas! Y como este, te puedo dar diez ejemplos más a lo largo de mi presidencia. “Esto está en contra de la Constitución, vamos a recurrir al Tribunal Constitucional para que diga que esto que usted quiere está en contra de ella”.

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