Los atributos reconocibles de España, referidos en todos los estudios de las instituciones y think-tanks que han estudiado nuestros valores, muestran acuerdos sobre:
Gente solidaria, buena para trabajar y bien formada.
Organizaciones rigurosas y eficientes.
Lugares agradables para vivir, con amabilidad.
Un patrimonio artístico y cultural de primer nivel.
Capacidades creativas en diversos ámbitos del saber.
Un país europeo, convencido del futuro de Europa.
Un líder de conocimientos en varias actividades: Sanidad, turismo, alimentos, moda, ferrocarriles, bioquímica, construcción, energía…
Con empresas competentes en prestación de servicios.
Y personas de talento que dan visibilidad a su éxito.
Estos atributos, y otros, derivados de una interpretación utilitaria de los anteriores, en conjunción con características personales o sociales propias del occidente latino, generan una percepción de gran país para vivir, quizás no tanto para trabajar o hacer negocios.
En mi deriva profesional para profundizar en el valor inmaterial de la marca como activo del negocio de cualquier empresa, he acabado convencido de que, sin cultivar la percepción, es imposible influir en la conducta. Por ello he trabajado en construir un modelo para la reputación de España como expresión de ese activo inmaterial, decantado durante siglos por generaciones sucesivas de españoles. En una visión actual, globalizada e hipercomunicada, hemos de ser capaces de identificar los componentes principales que definen su valor, seleccionar las variables que la dotan de contenido, los indicadores que facilitan la medición de su evolución y los procesos que orienten el consenso para una gestión descentralizada. Algo complejo, quizás muy influido por una mentalidad de ingeniero, pero imprescindible para dar contenido objetivo a un sentimiento, que cualquiera puede abordar desde una personalidad e ideología propias.
Sin embargo, esa percepción, cultivada o no con una estrategia de país, es un instrumento contributivo al bienestar general de los ciudadanos. Actúa como impulso previo en múltiples decisiones que nos afectan y genera repercusiones en lo económico y en lo cultural, llegando a convertirse en un parámetro del análisis social. Para casi nadie es dudosa la idea de que la percepción sobre España, en una visión globalizadora del mundo, puede contribuir a una mejora determinante del éxito de nuestras relaciones y de nuestro poder de influencia, que acaba traduciéndose en inversiones, exportación, visitantes y respeto institucional. Para un país que ha llegado a construir el 34 % de su PIB con contribuciones del exterior, estamos ante una necesidad que requiere, al menos, atención y conciencia de implicación por parte de todos.
Y esa es la cuestión principal. En qué forma nos sentimos con la fortaleza interior, con las convicciones que impulsen la seguridad y la proactividad en la proyección de nuestra naturaleza; del valor de nuestro origen y del potencial de éxito asociado con el mismo en el desempeño de nuestras actividades. Profesionales españoles alcanzan reconocimiento en su trabajo, como muchas de las empresas que compiten en una apertura al mundo sin precedentes, médicos, deportistas, funcionarios, militares, músicos, cocineros, artistas…, miembros de una sociedad moderna que solo se inquieta ante la calidad relativa de sus representantes en instituciones públicas de gobierno, un aparato hipertrofiado, en el que el ciudadano parece quedar subordinado al interés personal de quienes hacen de la política un objetivo de supervivencia.
Esta obra es un minúsculo ejemplo de los múltiples argumentos que pueden dar soporte a un sano orgullo por haber nacido en España. Somos menos del 1 % de la población del mundo, pero hemos influido en lo que son el 10 % de la misma. Nuestra lengua es la segunda en importancia en términos de utilidad franca y, para quienes hoy atraviesan años de juventud que inspiran el conocimiento del mundo, España es una prioridad. No estamos ante un adoctrinamiento interesado, ni en busca de réditos que favorezcan un bienestar personal; los motivos que se incluyen en las páginas que siguen son hechos, casi datos de una evolución colectiva que es, sin duda, una de las más ricas entre las que ofrece la humanidad.
El potencial colectivo está fuera de duda también. Construir la percepción exterior es una cuestión de Estado y ha de asumirse como una responsabilidad compartida tanto en el espectro temporal como en el ideológico. Porque, en cierto modo, cuando el antagonismo busca la destrucción del contrario para ocupar su posición, algo del ideario colectivo y del valor común a todos también se destruye.
Estos «datos» convertidos en argumentos para nuestra seguridad intelectual al disfrutar del origen español, no son únicamente herramientas para quienes asumen la acción exterior: embajadores, representantes públicos, empresarios, promotores de una presencia institucional o comercial, que han de favorecer expectativas de éxito en su misión. Son elementos para un orgullo de pertenencia, que nos permita agregar valor competitivo a las emociones y sentimientos arraigados con el origen y cultura próximos a cada individuo; los que han nacido de la familia, la escuela y el lugar que da origen a nuestra memoria. Porque son compatibles, pertenecen a la misma cadena de valor que conduce al reconocimiento ajeno, y quienes no construyen valor a lo largo de sus vidas, reducen el recuerdo y su significado para los que han de seguir, en una competencia continuada, en entornos más difíciles de comprender si no prestamos atención a la necesaria solidaridad con el pasado, que ha de permitirnos hacer más accesible el futuro.
Quienes hemos participado en esta obra nos sentimos parcialmente satisfechos y quienes juzguen la utilidad de nuestra selección podrán sumarse a esa satisfacción divulgando y promoviendo nuevos contenidos capaces de construir la reputación colectiva que nos merecemos; no solo por lo que hicieron nuestros ancestros hispanos, sino por lo que somos capaces de aportar ahora, desde cada perspectiva y personalidad individual, en un ecosistema de tolerancias fértiles.
No es casualidad que un convencido de su marca triunfe en Noruega con soluciones que nacen del conocimiento y del trabajo bien hecho.
César Vacchiano
INTRODUCCIÓN
Quizá el título de nuestro libro te haya sorprendido. Con él queremos hacer un guiño al país nórdico, considerado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) «la mejor nación para vivir del mundo». Porque estamos convencidos de que hay sobradas razones objetivas por las que ciudadanos de otros países adoran España, mucho más allá de las más evidentes, como nuestro clima, nuestras playas o la excelente gastronomía.
POR QUÉ ESTE LIBRO
Los españoles tenemos un concepto de nosotros mismos muy inferior al que tienen fuera de nuestras fronteras. Así lo constatan estudios recientes, como el del Real Instituto Elcano, que muestran que, mientras los extranjeros nos dan una puntuación de un notable, nosotros apenas nos concedemos el aprobado. Además, esta es una de las mayores diferencias de valoración de todos los países que han participado en el estudio.
Pero ¿por qué desde fuera nos perciben mucho mejor de como nos vemos a nosotros mismos?
¿Por qué no somos capaces de valorar todo lo positivo que tenemos como país y como sociedad?
Este problema de autoestima del español no es reciente, ni mucho menos. Y como ejemplo nos sirve la afirmación que ya en el siglo XIX hacía el poeta Joaquín María Bartrina:
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