Mientras que su «producto» principal —la obra de investigación— cuesta cada vez más, las universidades disminuyen sus subvenciones. Según sir Keith Thomas, casi todas las editoriales universitarias estadounidenses son subvencionadas por sus propietarios, pero un número creciente de ellas están obligadas a obtener un equilibrio o utilidades. Recientemente, la Universidad de Ohio pidió el 7 % de los ingresos de ventas a su editorial, aunque esta cifra luego se negoció a la baja. Luego de un año particularmente fasto, University of New Mexico Press fue gravada con un 10 % por su universidad. La Universidad de Chicago, a imagen de los cursos de economía que dicta, considera la institución un lugar lucrativo y exige de cada uno de sus departamentos —incluyendo su editorial— un aumento anual de rentabilidad. Se dice que jóvenes contadores persiguen cada céntimo reunido en el campus, y —como un ritual bien conocido por todos los que han trabajado en Estados Unidos en los grandes grupos— les preguntan a los directores de departamentos si lograron los objetivos fijados en el business plan. Una reciente investigación, realizada con 49 editoriales universitarias, muestra que, a lo largo de los últimos cuatro años, la subvención anual otorgada por las universidades bajó un 8 % (en valor efectivo), y que doce editoriales perdieron casi el 10 % de su apoyo financiero. Para retomar la elegante fórmula de Peter Gilver, presidente de la Asociación de Editoriales Universitarias de Estados Unidos, muchas universidades ofrecen un «apoyo negativo».
Durante las discusiones con directores de editoriales universitarias me sorprendía ver hasta qué punto refunfuñaban por llamar las cosas por su nombre. Estaban completamente dispuestos a mencionar lo que pasaba en otras editoriales, pero, a menudo, no querían ser citados directamente. Una vez más, podía sentirse allí el tabú que pesa sobre los grandes grupos, en lugar del espíritu de apertura y de curiosidad que se supone reina en la universidad.
Si las obras de investigación ocupan cada vez un lugar menor y el apoyo de la universidad no deja de reducirse, estamos en el derecho de preguntarnos por el futuro de las editoriales universitarias. Hace ya cierto tiempo algunas de ellas intentaron reconvertirse en editoriales regionales con el fin de resolver ese dilema. Las editoriales universitarias de Nebraska o de Oklahoma, por ejemplo, desarrollaron colecciones notables de libros sobre la historia local. Para los temas que no están cubiertos por editoriales locales independientes, no hay duda de que tal reconversión presenta ventajas considerables.
Otros editores universitarios se volvieron resueltamente comerciales. La editorial de la Universidad de Princeton, que gozaba, gracias a las donaciones recibidas en el pasado, de una de las más cómodas bases financieras, con un capital de veintitrés millones de dólares, se lanzó activamente a la publicación de títulos rentables y más populares que sustituyen las obras de investigación clásicas. Tal enfoque reduce el lugar otorgado a las publicaciones serias. Una de las primeras decisiones de Walter Lippincott, luego de su llegada a la dirección de Princeton en 1986, fue intentar suprimir la colección Bollingen: esta se publicaba en Pantheon antes de que Random House comprara la editorial175 y decidiera ceder esta colección a una editorial universitaria sin ánimo de lucro. Afortunadamente, el consejo de administración de Princeton rechazó tal propuesta.
Teniendo en cuenta sus últimos catálogos, un gran número de editoriales universitarias han venido concediendo un lugar significativo a títulos más comerciales con la esperanza de que estos puedan cubrir sus costos176. De manera sorprendente, muchos editores estiman ahora que el béisbol es un tema digno de interés; de igual forma, son muchos los libros sobre las estrellas de cine. El catálogo actual de University of California Press contiene una edición revisada del libro de Antonia Fraser L’Histoire de la monarchie britannique, uno de esos libros populares de historia que antes se publicaban en Knopf. Esta política de publicación plantea cuestiones serias. Nada indica, como es evidente, dado el estado del mercado, que estos títulos sean lo suficientemente rentables hoy; muchos editores universitarios están descubriendo la inestabilidad del mercado de las midlist, los libros que no son ni novedades ni obras de fondo. Por lo demás, suponiendo que estos puedan generar dinero, ¿es normal que sean publicados por editoriales universitarias? Desde hace años, estos editores han recibido centenas de millones de dólares depositados por los contribuyentes, directa o indirectamente, por medio de donaciones deducibles de impuestos. Dicho dinero se supone que permitía a las editoriales universitarias seguir siendo lugares de difusión del saber y de la información, entre los pocos que aún existen en este país.
Cuando miro las insignias de las editoriales universitarias, me parece ver las letras «pbs»177. La televisión pública sufrió, en efecto, presiones políticas muy fuertes a lo largo de los años Reagan-Bush: las subvenciones del Gobierno fueron deliberadamente suprimidas con el fin de obligar a los difusores a que buscaran socios financieros privados y a elegir programas menos críticos en el plano político. El declive de la televisión pública es otro ejemplo de lo que sucede cuando el mercado llega a decidir la oferta. La búsqueda de audiencia reducirá, de manera implacable, los contenidos educativos. Si las editoriales universitarias deciden ceder al espejismo del mercado económico del libro podría producirse entonces una evolución análoga.
Un día tuve la oportunidad de participar en el comité científico de Harvard University Press con el fin de discutir su programa editorial. Yo había preparado un buen número de notas muy precisas. Luego de haber reconocido su posición de líder en el ámbito de las publicaciones académicas y de las obras de investigación, le propuse a Harvard emprender en adelante algunos esfuerzos —y créditos— en otros ámbitos. Señalando que John Silber, el muy conservador presidente de la Universidad de Boston, era muy activo en la dirección de escuelas de la ciudad de Boston, le sugerí a Harvard utilizar una parte de la experiencia adquirida en el ámbito de la educación para publicar libros destinados a profesores y estudiantes de la región. También le propuse estar más atenta a las publicaciones académicas del extranjero, y apoyar el desarrollo de editoriales universitarias en Europa del Este, así como en los países del tercer mundo, gracias a una política de traducciones y coediciones.
Mi intervención no habría dado una peor impresión si hubiese sugerido a los distinguidos miembros de ese comité que caminaran por Harvard Yard y prendieran fuego a la biblioteca Widener. Evidentemente, Harvard estimaba que su papel era el de publicar exclusivamente para los departamentos de la Universidad y para sus pares en el mundo académico. En el programa no estaba previsto en absoluto que la editorial se interesara por las necesidades de las escuelas locales. Sin embargo, en Massachusetts, como en cualquier Estado, los colegios imparten cursos de historia local. Gracias a la afl-cio178 local, el Gobierno adoptó recientemente una petición en favor de la enseñanza de la historia local del trabajo. Las editoriales escolares comerciales no se interesan en la publicación de libros de alto nivel intelectual o académico que traten estos temas, se trataba, entonces, de un reto digno de las editoriales universitarias.
Bibliografía
Schiffrin, André. Allers-retours, traducido por Fanchita Gonzalez Batlle. París: Liana Levi, 2007.
Schiffrin, André. Le Contrôle de la parole, traducido por Éric Hazan. París: La Fabrique, 2005.
Schiffrin, André. L’Édition sans éditeurs, traducido por Michel Luxembourg. París: La Fabrique, 1999.
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