Las ediciones universitarias, al estar financiadas por las universidades y no estar directamente sometidas a las metas de rentabilidad de los accionistas ávidos de ganancias, podrían constituir el lugar de difusión de tales ideas. No obstante, señala Schiffrin, el modelo alternativo que encarnan también presenta dificultades. En efecto, cada vez más están sometidas a los mismos imperativos económicos y ceden a la presión de sus universidades, suprimiendo de sus catálogos los libros intelectual y políticamente audaces.
Cuando los editores publicaban libros políticos
Cuando se consultan los catálogos de los editores de los años sesenta y setenta, se constata que Pantheon no era el único que publicaba libros políticos. Incluso los que, como Harper, encarnaban el conservadurismo más rígido publicaban un gran número de libros sobre las desigualdades sociales o raciales. La edición estadounidense estaba entonces atravesada por un claro consenso político que iba del centro hasta la derecha. Pantheon se demarcaba por su cosmopolitismo; es decir, por su propensión a buscar nuevas ideas, a menudo subversivas, fuera de Estados Unidos. De manera general, los libros de Pantheon eran de la misma línea que los producidos por las otras editoriales. A propósito, en ciertos ámbitos, había editoriales mucho más radicales que Pantheon. Entre ellas se encontraban viejas editoriales marxistas, como Monthly Review, pero también editoriales que encarnaban la izquierda cultivada y sexualmente liberada, como Grove Press, dirigida por Barney Rosset.
En sus memorias del periodo histórico en cuestión, Another Life171, un libro agradable de leer y bien recibido por el público, Michael Korda presenta un panorama interesante sobre la manera como la edición se transformó en el curso de los últimos años y asumió, quizá de manera inconsciente, la responsabilidad por una parte de esos cambios. Korda, director editorial de Simon & Schuster desde hace muchos años, ingresó a la editorial en 1958. En esta época su catálogo contenía a la vez libros populares, entre ellos una serie muy rentable de libros de crucigramas, y títulos más exigentes, por ejemplo los volúmenes de Story of Civilization de Will y Ariel Durant. En su libro, Michael Korda se burla gentilmente de Max Schuster, que debutó como redactor en jefe de una revista automotriz, y de su colaborador Dick Simon, un antiguo vendedor de pianos. Korda, que pertenece a la famosa familia de realizadores húngaros del mismo apellido, y quien recién salido de Oxford despreciaba a los judíos de clase media y sus pretensiones de ponerse al servicio de la cultura, escribe que los muros de Max Schuster estaban cubiertos con las fotos de los autores más célebres de la editorial, lo que, a fin de cuentas, era una práctica común. Pero señala que el historiador del arte Bernard Berenson, por ejemplo, parecía sorprendido de verse así, fotografiado, al lado de Schuster y su esposa, probablemente sin saber ni quiénes eran ni lo que hacían ahí. Según Korda, en el momento en que Max Schuster comenzó en la profesión de editor:
La vulgaridad aún se veía con malos ojos. Los editores temían caer en el mal gusto. Bennett Cerf172 bien podía verse atraído por el show business, ser el seguidor de todo Broadway, tener una mina de chistes y ser miembro del jurado de What’s My Line?173, pero en su calidad de editor esperaba ser tomado en serio y se preocupaba por los libros «de gusto dudoso». Como editor, Max [Schuster] deseaba llenar el catálogo de S. & S. con trabajos de filosofía, de historia y de gran literatura; se mostraba receloso y refunfuñaba ante cualquier publicación de mal gusto en la que su nombre corriera el riesgo de aparecer.
Sin embargo, es cierto que Simon & Schuster publicaba, en esa época, libros serios sobre un montón de temas, a diferencia de lo que publican hoy. Aunque la mayoría de estos títulos no aparezca en las memorias de Michael Korda, vale la pena resaltar que en 1960 la editorial publicó, en una nueva colección de bolsillo, Sense of Nuclear Warfare de Bertrand Russell, un libro cuyo éxito no estaba ciertamente asegurado. En el catálogo se encontraba también The Open Mind de J. Robert Oppenheimer y The Rise and Fall of the Third Reich de William Shirer. El mismo año, Random House propuso un conjunto de novedades completamente respetables, con The End of Empire de John Strachey y Rococo to Cubism in Art and Literature de Wylie Sypher, títulos que hoy ya no podrían figurar en el catálogo de la editorial.
El catálogo de Harper de 1960 es aún más sorprendente. En la actualidad, HarperCollins es visto tanto como editor de libros muy comerciales como de libros prácticos, de bricolaje y de hobbies. El contraste es impactante si se compara con la editorial tal como existía hace cuarenta años. A pesar de un catálogo de literatura que no tenía nada de excepcional, publicaba un número impresionante de obras de historia o de libros políticos de alto nivel. Entre los 28 libros publicados en la primavera de 1960 se encuentran The Future As History de Robert Heilbroner y The United States in the World Arena de W. W. Rostow. Harper, por su parte, creó los Harper Torch Books (que hoy ya no forman parte del fondo), que incluían desde un conjunto de títulos sobre la religión, como The Destiny of Man de Nicholas Berdyaev, hasta los dos volúmenes de introducción marxista a la novela inglesa, de Arnold Kettle.
Estos títulos se publicaron cuando el despertar intelectual de finales de los años sesenta, desencadenado por la oposición a la guerra de Vietnam y por los debates alrededor de los grandes asuntos de la sociedad, todavía no tenía lugar. En Estados Unidos, la vida intelectual aún estaba lejos de ser muy animada. En consecuencia, los libros en cuestión no apuntaban a un público intelectual y universitario muy preciso. Más que beneficiarse del cambio este catálogo ayudó a provocarlo.
En 1970, la escena intelectual en su conjunto se había transformado por completo, en parte gracias a los esfuerzos anteriores de los editores. En el catálogo de primavera de 1970 de Simon & Schuster se encuentra Do It! de Jerry Rubin, Grapefruit de Yoko Ono, así como Labor and the American Community de Derek Bok y John Dunlop. El catálogo de Random House proponía, a su vez, I Know Why the Caged Bird Sings de Maya Angelou y la traducción de W. H. Auden de The Elder Elda, The Fifth World of Enoch Maloney del antropólogo Vincent Crapanzano y Points of Rebellion de William Douglas. El catálogo de Harper incluía el libro de Alexander Bickel sobre la Corte Suprema; el libro de Hugh Thomas sobre la historia de Cuba; un libro fundador sobre Vietnam escrito por Paul Mus y John McAlister, The Vietnamese and their Revolution; Civilisation de Kenneth Clark, y el primer libro de Todd Gitlin sobre los blancos pobres en Chicago, Uptown.
Quienes se ocupaban de publicar estos libros no eran una banda de izquierdistas (radicals) despelucados decididos a transmitir su mensaje por todo el país, aunque, de hecho, muchos editores que trabajaban en las grandes editoriales estaban políticamente muy comprometidos. Harper aún era, en cierto grado, un pilar de ese conservadurismo que la editorial siempre había encarnado. Conocida por sus vínculos con el Gobierno y la Ivy League, Harper era dirigida por hombres distinguidos y prudentes. No obstante, estos dirigentes eran buenos editores, capaces de reaccionar frente a la efervescencia política del momento.
Una docena de editoriales, la mayoría de las cuales ha venido desapareciendo (como editoriales independientes), publicaban en esa época libros intelectualmente decisivos. Editoriales como McGraw-Hill, que editaba a grandes autores como Vladimir Nabokov, luego se orientaron hacia los libros técnicos y de administración. Otros, como Schocken, Dutton o Quadrangle, fueron absorbidos por grupos más grandes y hoy han perdido su identidad editorial. Otros más, como John Day y McDowell Obolensky, se unieron a los anales de la historia y pertenecen desde entonces a un pasado en parte olvidado.
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