Las ventajas tanto simbólicas como pragmáticas que los «dominados» pueden sacar de la coedición, al menos en el corto plazo, son muy evidentes. Las motivaciones de los «dominantes», al contrario, son un poco menos claras, a menos que se ponga en primer plano un factor que solo tiene un peso secundario en el modelo de Casanova: el factor económico. Pues aunque la coedición procura una ganancia simbólica a quienes buscan la consagración, implica una renuncia del mismo orden para el consagrante, al menos cuando este ocupaba hasta ese momento todo el espacio por sí solo. ¿Por qué conceder una parte de este espacio? ¿Y a qué precio? Para responder estas preguntas hay que hablar de un tercer actor, porque, con excepción de algunos autores quebequeses y colectivos, parece que la vasta mayoría de los títulos literarios, en particular las novelas y ensayos coeditados entre Francia y Quebec, son traducciones, es decir, textos cuyo copyright original está en manos de otro editor o agente —nueve de diez de lengua inglesa—, que tiene el poder de dividir o no los territorios francófonos. Son posibles dos escenarios: este editor original cede los derechos mundiales para el francés a una sola editorial que, a su vez, delegará el esfuerzo de difusión sobre el territorio extranjero a un colega de ultramar, o bien elige dividir de entrada los territorios. En el primer caso la coedición es elegida por el primer editor-comprador; en le segundo, es impuesta. En ambos escenarios, los editores francófonos podrán al menos compartir los costos finales de la obra. Si el editor-traductor obtiene una subvención para la traducción, la operación será incluso más rentable para todo el mundo (o con un menor déficit).
Aunque en Francia la coedición de traducciones literarias tiende a desarrollarse, la de títulos franceses aún es escasa, al menos con los editores más establecidos, en los géneros dominantes (novela, ensayo, biografía), a pesar de que los títulos (de estos géneros y para estos editores) se prestan para una gran difusión. Por el contrario, esta práctica, como lo recordaba Pierre Filion, es más frecuente en poesía y en la edición académica, dos sectores de difusión más restringida, pero más aceptados por los «pequeños editores» y así, parece ser, por las nuevas editoriales independientes. En la introducción de L’Édition littéraire aujourd’hui, obra publicada en el 2006 por Presses de l’Université de Bordeaux, Olivier Bessard-Banquy recuerda que la edición literaria es «la principal vitrina de la edición», «el corazón, el pulmón, el alma de la vida cultural escrita en francés»158. Parece que cuanto más se acerca uno a los símbolos que dominan esta vida cultural escrita en francés, a los nombres (autores, títulos o editoriales) que encarnan su historia, y también cuanto más se acerca uno a la esfera de la gran difusión de esta vida cultura (y por tanto a su nicho más rentable a corto plazo), más fuerte es la resistencia, por razones análogas a las que incitan, al contrario, a los autores y editores quebequeses a promover esta estrategia desde hace veinte años, tal como los estadounidenses pudieron hacerlo doscientos años antes.
Entonces, paradójicamente, es la idea misma de la relación la que es inherente a la coedición —los temas sensibles que esta relación estimula, las fricciones que conlleva, las ganancias y las pérdidas que se producen— y explica en gran parte las diferencias de percepción que se generan. Ellas no son tanto el fruto de la ignorancia como de las operaciones de traducción (cognitiva), de filtrado159 más o menos conscientes, lo que Pierre Bourdieu llamaba la doxa epistémica: «Lo que los investigadores dejan en estado impensado»160. El primero, que caracteriza el discurso y surge en Quebec, consiste en presentar la coedición como la estrategia de exportación que tiene como primer objetivo Francia y la edición literaria. En la práctica, la coedición-importación o la coedición de obras ilustradas también existe, pero esta faceta no se menciona, probablemente porque es menos emancipadora, menos alentadora, encaja menos con la imagen que se desea proyectar. Al contrario, la concepción que surge de las obras francesas consiste en considerar la coedición una estrategia que permite disminuir los costos de producción de obras ilustradas. Así, la coedición de géneros literarios, tal como la idealizan los profesionales y observadores quebequeses, cae en una no man’s land. Según esta visión, la coedición se presenta como una práctica puramente económica, despojada de contextos sociales o simbólicos. La colaboración editorial en el ámbito del libro ilustrado está bastante admitida, reconocida y estudiada por parte de los especialistas franceses de la edición. Desde hace tiempo, se ha hecho necesaria, y, por tanto, se ha legitimado debido a los costos de producción elevados de este tipo de obras. En este sector, incluso «se volvió la norma», explica Christian Robin161. En contraste, las coediciones literaria y en una misma lengua tienen mayor dificultad para labrarse un lugar en el paisaje editorial francés (en particular, en las esferas que lo dominan162) y más aún en el discurso de los universitarios que se dieron a la tarea de estudiarlo. También allí quizá la razón se debe, en parte, al hecho de que estas formas de coedición menoscaban los relatos identitarios y las formas de categorización sólidamente ancladas dentro de este espacio. Estas hacen tambalear la idea según la cual la francofonía formaría una sola y gran nación (y a quienes aún tienen nostalgia sobre esto). Así, se sabotea, al menos en la superficie, la frontera que distingue el mundo de la «edición literaria» del «resto»; frontera que es estructural y que implica una dimensión axiológica clara. En efecto, si la edición literaria es el «corazón», «el alma» y «el pulmón» del mundo de la edición, lo que la hace vivir y le da su razón de ser, debe existir entonces, como corolario, una edición «no literaria» (¿general?, ¿ilustrada?, ¿práctica?, poco importa, porque, en conjunto, las sociologías y las historias le otorgan un interés bastante limitado) que sería menos noble, menos vital, más instrumental, pragmática, fútil… No obstante, un editor literario que, por ejemplo, decide deslocalizar una parte de su producción subcontratando el terminado o la impresión de un texto en Quebec (porque sale menos costoso), que adquiere una traducción ya hecha para producir más rápido, o bien, al contrario, que autoriza a un colega para «reciclar» una traducción hecha por él, para disminuir los costos de su producción, sigue finalmente la misma lógica de sus colegas del mundo del libro ilustrado. Sacar estas realidades del conjunto de lo que puede y vale la pena ser estudiado permite mantener formas de categorización claras y tranquilizadoras, pero ¿a qué precio?
La colaboración editorial es quizá menos frecuente en el ámbito de la literatura que en el del libro ilustrado, aunque, sin lugar a dudas, existe. Permite a cada uno (editor o campo nacional) economizar, enriquecer su catálogo, reforzar su visibilidad. Como la traducción conduce sobre todo a «“recuperar” el tiempo (literario)»163, y lo hace aún con mayor rapidez, a tal punto podemos preguntarnos si llegando eventualmente a generalizarse no invalidaría los modelos de análisis en los cuales la distinción entre los dominantes y los dominados se da en función de un capital literario acumulado a lo largo del tiempo. En esta caso, modelos menos rígidos, como la teoría de los actores-redes, por ejemplo, que les da más lugar a la indeterminación y a los fenómenos de hibridismo resultantes de las transformaciones e intercambios incesantes podrían resultar más adecuados164.
Finalmente, aunque la coedición no se convierta en la norma en el ámbito de la edición de libros de texto, los proyectos desarrollados por editores literarios que resultan a veces en fracasos no son menos ricos en enseñanzas. El estudio de Hervé Serry sobre el fracaso relativo del proyecto Faire l’Europe (una colección de libros de historia concebida por Seuil en colaboración con varios socios europeos) es un excelente ejemplo. En la edición de los libros de texto, el desafío parece no residir tanto en los costos de impresión como en la distribución, en la difusión, en otras palabras, en la mercadotecnia. Cada vez más, explica Gaston Bellemare, los coeditores prefieren recibir los archivos electrónicos165. Esto permite evitar los costos de transporte, pero también (podemos imaginar) adaptar el título a un mercado, una línea editorial, una lengua, una marca locales. Nos acercamos aquí a la acepción inglesa según la cual la coedición, por otro desplazamiento semántico, se relaciona con la venta de derechos y de archivos ya finalizados, listos para ser reciclados y, de ser necesario, localizados.
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