Humberto Arcos Vera - Autobiografía de un viejo comunista chileno

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Santiago asumió la reorganización del PC, luego del asesinato de las dos direcciones clandestinas. Las comunicaciones con la dirección en la URSS, no fueron fáciles, hasta que decide enviar al mejor de sus hombres.

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Pancho quedó tan sorprendido que no supo cómo reaccionar. Podría decir que eso me dejó ganador de ese round. Pero el ambiente en la casa se puso tenso. Entonces decidí hablar con mi padre. “Papá”, le dije, “como están las cosas voy a terminar agarrándome con el Pancho y eso va a ser muy triste para ustedes. Así que prefiero irme a Concepción. Al principio, puedo llegar donde mi hermana Ester y con todas las obras que están haciendo allá, siendo soldador, no me va a faltar donde encontrar trabajo”.

Mi padre me respondió: “Humberto, nuestra casa está abierta para todos nuestros hijos. Nunca voy a echar de ella a ninguno de ustedes ni tampoco nunca los voy a retener contra su voluntad. Así que si tú lo quieres, ándate, pero ten en claro que esta es también tu casa y que estará siempre abierta para ti”.

Así que me las eché para Conce.

Al llegar, resultó que mi cuñado, el marido de Ester, estaba trabajando en las obras de construcción de la planta de la CAP –Compañía de Aceros del Pacífico– en Huachipato (ya había, y de mucho antes, una planta de la CAP en Corral). Me llevó con él y me probaron como soldador en uno de los talleres. Quedé al tiro. Esa era la manera que se usaba en ese entonces. Nadie, o muy pocos, tenían títulos. Así que en vez de certificados estaban las pruebas prácticas. Te miraban cómo trabajabas: si les parecía que sabías lo que estabas haciendo te enrolaban, y si no … a buscar pega en otro lado.

Establecido como “allegado” donde mi hermana Ester, asegurado un trabajo y un ingreso para aportar a la casa, me fui a presentar al Comité Regional de Concepción de las JJCC. Allí, después de conversar un rato sobre mis actividades y responsabilidades en Valdivia, decidieron incorporarme como integrante.

El trabajo era también fundamentalmente con los obreros y los mineros. La novedad, para mí, fue el trabajo con los estudiantes universitarios. A diferencia de Valdivia, en Concepción no desarrollaban ningún trabajo hacia los campesinos ni había un periódico local, pero les llegaba regularmente el periódico nacional, El Siglo . Algunos días en la semana, después del trabajo, asistía –con otro(s) compañero(s)– a reuniones de bases de la Jota en Concepción. Y los fines de semana casi siempre los reservaba para visitar las organizaciones de los jóvenes comunistas en otras ciudades, como Lota, Coronel y Lirquén.

A la empresa que me había empleado se le terminó el trabajo de construcción en la CAP, pero entonces surgieron obras de ampliación en la Universidad de Concepción, así que, durante esos dos años 56 y 57, no me faltó trabajo. Y tampoco el trabajo político.

Primero, fue la lucha contra la misión Klein-Saks: el gobierno de Ibáñez contrató a unos asesores yanquis para decirnos cómo debíamos ordenar nuestra economía. Sus recetas –¡que casualidad!– se parecían enormemente a lo que después, en la dictadura, hicieron los Chicago boys : congelar los sueldos de los trabajadores, favorecer la entrada de capitales extranjeros, desproteger la industria nacional, terminar con el control de precios, en fin. Aprovechábamos el descontento que todo esto generaba para pedirles a los trabajadores que analizaran a quiénes se beneficiaba y a quiénes se perjudicaba con estas medidas. (La respuesta era bastante obvia y evidente: los beneficiados eran las empresas extranjeras y los más perjudicados eran los trabajadores chilenos. Pero también se perjudicaba a los dueños de las industrias chilenas, fueran chilenos o alemanes –como los de Immar– o árabes –como la mayoría de los textiles– o españoles –como los de la Industria Metalúrgica Española).

El ambiente en contra de la misión era harto grande. La gota que rebasó el vaso fue que, mientras se mantenían congelados los salarios, subieron los precios de la locomoción que las personas usaban para ir a sus trabajos. La CUT, presidida por un sindicalista cristiano, don Clotario Blest, llamó a un paro nacional el 1 y 2 de abril de 1957. Fue muy exitoso y en Santiago llevó a que se declarara estado de sitio. Fue una pelea que nos causó muertos. (Recuerdo que por una de ellas, estudiante universitaria comunista de Santiago, coreábamos: “Compañera Alicia Ramírez”, y nos respondíamos: “¡Presente!”. Jamás la conocimos, pero para nosotros, jóvenes penquistas y valdivianos, era una inspiración para seguir en la lucha).

Pero junto a los muertos –algunos hablaban de hasta 40 personas–, hubo otra muerte, esta vez política: la de la misión Klein-Saks. Su desprestigio fue tan grande que nadie se atrevía a defender sus recetas. Recuerdo que ese desprestigio se plasmó en la revista Topaze , revista de caricaturas políticas que no tenía nada que ver con la izquierda: salía una caricatura de Pepo 4 en que Verdejo (personaje que representaba al pueblo chileno) estaba en el suelo, aplastado por una enorme roca que llevaba inscrito misión Klein-Saks, reclamándole a alguien del gobierno con algo así como: “¿Y ahora se dan cuenta de que nosotros somos los perjudicados?”. Tal vez ese fue el mejor reflejo de la derrota de esa misión.

Todavía no se terminaba esta lucha cuando estábamos en otra: la formación del FRAP (Frente de Acción Popular) con la alianza de comunistas, socialistas (populares y de Chile) y otras fuerzas democráticas. Empezamos a trabajar en la segunda campaña presidencial de Salvador Allende.

En el Partido se había conversado sobre el XX Congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) donde se denunció el culto a la personalidad en el periodo de Stalin. Hubo desconcierto entre algunos militantes que no creían lo que se decía de Stalin. Incluso unos pocos se fueron del Partido. Sin embargo, la mayoría de los militantes y la Juventud estábamos en otra: en los problemas nuestros, en la pelea contra la misión Klein-Saks, en la formación del FRAP y en el trabajo por la candidatura de Salvador Allende. En eso estábamos cuando me llegó la noticia de la muerte de mi padre y decidí regresar a Valdivia.

Mi padre murió no por una afección a los pulmones, como todos esperábamos, sino por una falla en su sistema intestinal. No pude dejar de recordar (y de culpar) a ese remedio que le recetó una señora en el puente del río Calle-Calle.

Fue poco después de que lo liberaran de prisión y cuando estaba con sus pulmones muy dañados. Salimos a pasear con la mamá y él, y justo en el puente nos pidió que paráramos un poco para descansar. Pasó una señora a la que le llamó la atención la dificultad con que respiraba mi padre. Se nos acercó y nos preguntó si sufría de los pulmones. Al responderle que sí, nos dijo que nos iba a dar una receta que era casi mágica y le había servido para recuperar a su marido que también había estado enfermo de los pulmones. La receta consistía en una mezcla de parafina, ajo, aceite y limón (no recuerdo en que proporciones, pero sí los ingredientes).

Mi padre fue de la idea de que nada se perdía con probar y empezó a tomarla. Como se fue sintiendo mejor, terminó bebiendo esa mezcla casi religiosamente. No entiendo nada de medicina ni pedimos en ese entonces informes médicos especiales, pero nada me quita de la cabeza que la receta de la señora –bien intencionada, sin duda– pudo haberle mejorado los pulmones, pero terminó cagándole el estómago.

1En ese entonces presidente del Partido Comunista. Antes había sido secretario general de la Federación Obrera de Chile.

2Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Obrero Socialista en 1912, que en 1922 se transformó en el Partido Comunista afiliándose a la III Internacional.

3Carlos Contreras Labarca, secretario general del Partido Comunista entre 1931 y 1946, diputado y senador durante varios periodos.

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