Oirás mi voz. Fijémonos en que esto no es tanto una oración como una resolución. No voy a quedar mudo, no voy permanecer silente, no voy a contener mi discurso: voy a clamar a ti, porque el fuego que hay en mi interior me empuja a orar. Antes morir que vivir sin oración. Ningún hijo de Dios está poseído por un demonio mudo. 27
De mañana.28 Es la hora más adecuada para intimar con Dios. Una hora en la mañana vale por dos del atardecer. Dejemos que la gracia descienda sobre el alma cuando el rocío está todavía fresco sobre la hierba. Consagremos a Dios el amanecer de nuestros días y la mañana de nuestras vidas. La oración ha de ser la llave que abra cada uno de nuestros días y cierre nuestros párpados cada noche. 29La devoción debe ser a la vez lucero del alba y astro del atardecer. 30
Dirigiré mi oración a ti. 31Si nos limitamos a lo que dice nuestra versión inglesa, la mejor explicación a esta frase la hallamos en la figura de un arquero: Pondré mi oración sobre el arco, apuntaré al cielo, y una vez la haya disparado cual flecha me concentraré en mirar arriba para ver hacia dónde ha ido. Pero en el hebreo אֶֽעֱרָךְ־לְ֝ךָ֗ ’e‘ĕrāḵ-ləḵā, de עָרַך arak, “desplegar, presentar”, tiene un significado todavía más profundo: “presentaré mi oración”. Se trata la misma palabra hebrea que se utiliza para definir la disposición sobre el altar de la leña para el fuego y las piezas de la víctima para el sacrificio; 32y se utiliza también para la disposición de los panes de la proposición sobre la mesa. 33Significa simplemente esto: “Presento ante ti mi ruego”. Es decir, lo depositaré sobre el altar por la mañana, al igual que el sacerdote deposita el sacrificio de la mañana. 34 Dispondré mi oración; o, como el viejo maestro John Trapp 35lo expresa: «Pondré en orden mis oraciones». Esto es, voy a organizarlas, a desarrollar todo su potencial y situar cada una en su marco adecuado, a fin de que pueda orar con todas mis fuerzas y de manera aceptable.
Y miraré hacia arriba . 36O como mejor corresponde traducir el texto hebreo “Quedaré a la espera”. Aguardaré la respuesta. Después de haber orado, esperaré a que llegue la bendición. El salmista utiliza aquí un verbo hebreo: וַאֲצַפֶּֽה wa’ăṣappeh de צָפָה tsaphah que utiliza también en otro pasaje donde nos habla de los que aguardan la mañana. 37Así dice que estará expectante y vigilante de la respuesta, ¡Sí, Señor, desplegaré mi oración cual víctima sobre el altar, alzaré la mirada hacia arriba, y aguardaré la respuesta: fuego del cielo que consuma el sacrificio! La última parte de este versículo da pie a dos preguntas. ¿No será que nos perdemos buena parte de la dulzura y eficacia de la oración, debido a la ausencia de una cuidadosa meditación previa, y de una posterior expectativa esperanzadora? Con frecuencia nos apresuramos en exceso a la hora de acudir a la presencia de Dios, de forma poco premeditada y carentes de humildad. Nos comportamos como aquellos súbditos que se presentan ante su rey sin haber elaborado previamente su petición. ¿Y nos extrañamos de que tan a menudo nos quedemos sin respuesta? Deberíamos tener mucho más cuidado en mantener el flujo de la meditación manando constantemente, ya que es el agua que impulsa y hace girar el molino de la oración. Es de necios levantar las compuertas de un arroyo seco y esperar que los engranajes comiencen a moverse. Orar sin el debido fervor es pretender cazar con un perro muerto; orar sin la debida preparación es practicar la cetrería con un halcón ciego. La oración es obra del Espíritu Santo, pero la lleva a cabo con medios concretos. Dios creó al hombre, pero utilizó como material para formarlo el polvo de la tierra; el Espíritu Santo es el autor de toda oración, pero utiliza los pensamientos del alma ferviente a modo de oro con el que revestir y adornar su recipiente. No permitamos que nuestras oraciones y alabanzas sean simples destellos puntuales de emoción ardiente y precipitada, sino la llama constante de un fuego bien encendido y bien abastecido.
Pero además, ¿no será también que fallamos a la hora de esperar el resultado de nuestras peticiones? Hacemos como el avestruz, que pone sus huevos y los abandona, olvidándose de sus crías. Sembramos la semilla y luego somos demasiado indolentes como para recoger la cosecha. ¿Cómo podemos esperar que el Señor abra las ventanas de su gracia y derrame sobre nosotros su bendición, si no somos capaces de abrir las ventanas de nuestra expectativa y mirar hacia arriba en busca del favor prometido? Dejemos que la meditación santa y piadosa junte sus manos con una expectativa ilusionada y paciente, y comprobaremos como la respuesta a nuestras oraciones aumenta sustancialmente.
C.H. SPURGEON
De mañana oirás mi voz.
Justo cuando abras tus ojos a la luz del día,
dale a tu alma licencia para hacer lo mismo;
pues el cuerpo no hace más que preceder al alma,
y es también deber del espíritu abrir el corazón ante su Dios.
Despliégate ante tu Creador cual hacen las flores ante la luz del sol,
dedícale a él tus primeros pensamientos; y después,
mantente aferrado a él durante el día, hasta el anochecer,
cuando vuelvas a cerrar de nuevo los parpados y tu alma repose.
Cuídate de no dormir más allá de la salida del sol;
pues la oración debe amanecer junto con el día.
El alba es la hora propicia para entablar comunión con cielo;
el maná se malograba después de la aurora, 38y el calor marchita las flores.
Levántate temprano, adelantándote al sol; y acuéstate pronto para evitar pecados;
ya que las puertas del cielo se abren cuando las de este mundo se cierran.
Observa las cosas creadas, escucha su silencio, percibe sus murmullos;
y verás que no hay manantial de agua, ni hoja verde,
que no entone su propio himno matutino.
Cada matorral y cada roble reconocen a su Creador, y le cantan.
¿Y tú no puedes cantar? ¡Oh, deja un lado tus preocupaciones y locuras!
Sigue su ejemplo y verás cómo el día se te hace más agradable y más próspero.
HENRY VAUGHN, [1621-1695]
“Silex Scintallians: sacred poems and pious ejaculations”, 1847
De mañana oirás mi voz . “Mi oración llega ante ti por la mañana” exclama Hemán ezraíta en otro salmo. 39La mañana el momento más propicio para la devoción, cuando nuestro estado de ánimo está más fresco y libre de las distracciones. ¿Qué mejor oportunidad, y más apropiada, para nuestros deberes sagrados a la que tan justamente merece el calificativo de “las alas del alba” ? 40
EDWARD REYNER [1600-1668]
“Rules for the Government of the Tongue”, 1656
De mañana. «Antiguamente, “en los días de nuestros padres” 41–dice al respecto el Obispo Burnet–, 42cuando alguien llamaba temprano a la puerta de su vecino solicitando hablar con el dueño de la casa, era costumbre habitual que los sirvientes contestaran: ‘El señor está orando’ con la misma libertad y franqueza con que hoy en día contestan: ‘El señor todavía no se ha levantado’».
C.H. SPURGEON
Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré. O, dicho de otro modo: “pondré en orden mis palabras y monitorizaré mi oración”, esto es: me mantendré a la espera, aguardando vigilante, reiterando mi petición una y otra vez, añadiendo súplica tras súplica, hasta convertirme como Jacob en un príncipe de Dios, 43y haber ganado la batalla antes de que raye el alba. Pues aquí la metáfora se aplica por igual tanto a contender físicamente como a suplicar a Dios en oración. Más aún, en este caso el texto bíblico nos da pie a tomar el significado literalmente y sin necesidad de figuras retóricas: “Ordena tus palabras, ponte en pie” se le dice a Job. 44Ser metódico y ordenado siempre es bueno en todo, bien sea que apliquemos un método explícito o implícito. A veces lo mejor es el método implícito y hemos de cultivar ese arte hasta perfeccionarlo y dominarlo. Pues al expresarnos, de manera especial en el discurso y la predicación, el método es esencial. Ya que a pesar de que alguien ha dicho muy acertadamente (refiriéndose a ciertos oradores más preocupados por el método que por la materia) que “la homilética nunca ha convertido a nadie”, 45cuando nos dirigimos a los demás, el método y el orden en las ideas y las palabras es fundamental. Nuestros discursos no pueden ser un torrente desordenado de palabras buenas, sino un flujo progresivo de ideas y expresiones coordinadas; no un torbellino de vocablos bien sonantes, sino una brisa suave de conceptos bien dispuestos y cohesionados entre sí, o, por decirlo de otro modo, en su debido orden y concierto.
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