Lola Toro - Veintiún días Alexa

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Nueve meses después de su secuestro, el mundo de la famosa pianista Alexia Quiroga se desmorona. Su marido la ha dejado, ha perdido a sus amigas porque no puede soportar la manera que tienen de mirarla y su carácter se ha agriado lo suficiente como para saber que ya no puede seguir fingiendo que nada ha pasado. Decide aceptar un consejo de un amigo de la familia y se inscribe para participar en el Campamento de Resistencia Extrema más duro del país a cargo del exmilitar y prestigioso psicólogo Izan Sandoval. Lo de ellos es odio a primera vista, y cuando entra en escena Blue, todo se desmadra hasta límites insospechados. ¿Podrá Alexia encontrar lo que tanto necesita en ese campamento, aunque él la odie por encima de todas las cosas?

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El hombre la analizó con ojos críticos.

—Veo una mujer con dinero, tiene unas botas de 600 pavos —le señaló Izan—, ha venido en el coche de papa y se retirará antes de que oscurezca porque las malditas botas que lleva, a estrenar, por cierto. ¡hay que ser inconsciente! Le destrozarán sus preciosos pies. ¿Tienes suficiente?

Se volvió divertido a su socio y espantó con la mano una avispa curiosa que se había acercado a ellos sobrevolando entre la cara de los dos hombres.

—Eso puede verlo cualquiera, pero no has estado tres años trabajando para el FBI, creando perfiles psicológicos, para decir hasta lo que un niño vería. Quiero que la mires y me digas que ve Izan Sandoval, el prestigioso psicólogo del FBI.

Izan suspiró y se pasó las manos por el corto pelo moreno poniéndoselo de punta como un puercoespín.

—No vas a camelarme haciéndome la pelota —pero sonrió derrotado sin poder seguir enfadado más tiempo con Doc. Su socio respiró aliviado y también sonrió sabiéndose ganador de esta disputa.

Izan sabía que evidentemente tendría sus razones y ya tenían que ser poderosas para saltarse el procedimiento habitual. No le gustaba ella; Alex Quiroga parecía ser todo lo que odiaba en una persona. Niña de papá, con privilegios y sin necesidad de luchar por nada en la vida porque podía conseguirlo con las influencias o el dinero de su padre… Esas personas le daban asco. Despertaban un rechazo en él que pensaba que los años ya habrían mitigado, pero al verla se dio cuenta de que seguía tan arraigado como el primer día. La observó unos minutos en silencio. Ella lo miró a su vez, sintiéndose observada por los dos hombres.

Izan comenzó a hablar casi sin darse cuenta.

—Mujer de unos treinta años y de 1,70 de estatura. Pelo pelirrojo natural, por el blanco de su piel —por un momento deseó verla de cerca y comprobar si tendría algunas pecas en la cara típica de los pelirrojos—, de clase alta por la ropa de marca y sus botas de seiscientos pavos ¡a estrenar! —dijo mirando a Doc con sorna— ¡No le quedaran pies al final del día! Está extremadamente delgada, ¿o ha estado enferma? —siguió analizándola con atención— Ahora no lo parece, ¿o ha pasado por una situación de estrés?, alguna pérdida o algo parecido —Izan entrecerró los ojos como si centrándose más en ella pudiese adivinar lo que le había sucedido.

Podía verlo en su actitud. En la manera en que lo observaba todo con ojos nerviosos

—Tiene un alto nivel de estrés. Está tiesa como las cuerdas de un violín y ha estado observándolo todo. —No pudo evitar la sorpresa de su voz— Juraría que ya tiene hecho un mapa con las vías de escape por si tuviese que salir corriendo… y eso, Doc, sólo lo hacen los asesinos o las víctimas que tienen que huir —miró a su socio con seriedad—. Dime ¿en qué situación está ella.?

Doc también la miraba en silencio, luego miró a Izan

—¿Te parece que tiene pinta de haber matado a alguien?

“No”, pensó Izan. Ella parecía haber aguantado bien su escrutinio, para ojos menos observadores que los suyos. Pero se había cogido sus manos y se las apretaba de manera nerviosa, ajena a las miradas curiosas de sus compañeros, que estaba claro que especulaban sobre la pelirroja que esperaba el veredicto de los dos hombres que seguían con los ojos puestos en ella.

—Bien, ¿podemos salir ya?

No tenía sentido alargar más la conversación cuando se había dado por vencido. Doc sabía muy bien cómo conseguir algo de él.

—Cuando quieras, recojo mi mochila. —Se volvió de nuevo al acordarse de algo— ¿Qué pasará con su mochila? —dijo, refiriéndose a la gran mochila que estaba junto a sus pies.

—Si la quiere, tendrá que llevársela. —Los ojos de Izan brillaban divertidos. Parecía que aún conseguiría una pequeña venganza— Los camiones con las otras mochilas salieron ya, y lo sabes. ¡Eso les pasa a quienes tienen la poca delicadeza de llegar tarde!

—Pero…

—Sin peros —le cortó Izan con rapidez—, las normas son las normas. Sin privilegios, ¿recuerdas?

—Izan, sé razonable. Esa mochila pesará unos 30 kg y hay que andar 50 km…

—Lo sé. Ya tiene su primera misión a superar…

—No es justo —dijo Doc alejándose pesaroso al edificio principal. Sabía que Izan no entendería de razones, pero sintió la necesidad de quejarse de todas formas.

“Es posible que al final me deshaga de ella antes de lo que pensaba”, pensó Izan acercándose al grupo, sonriendo sin poder evitarlo. Notó como ella respiraba hondo y se erguía, como preparándose para la batalla.

“Vamos a comprobar de que pasta estás hecha, pequeña Barbie”.

—Bien, parece ser que ya estamos todos. Ella es Alex Quiroga, la persona que faltaba— les presentó al resto de los integrantes del grupo y no le pasó inadvertido la mirada que le dirigió Marcos, ni el gesto de disgusto que le dirigió ella a su vez ¡más problemas! —Os recordaré rápidamente las normas básicas. Esto es un campamento de Resistencia Extrema, y ustedes vienen por voluntad propia, ¡no entiendo por qué! —Todos rieron como él pretendía— Aquí mi voluntad es la ley.

Todos comenzaron a hacer bromas, pero escuchó el resoplido que Alex dio.

—¿Algún problema al respecto? —se sorprendió mucho al oírla contestarle.

—Espero que no —dijo mirándolo a los ojos, que observó él que eran de un azul muy oscuro.

—¿Le importaría explicarse? Si tiene algún problema con las normas, aún puede marcharse.

—Que espero que sea un hombre justo —Izan levantó una ceja de manera interrogativa, ella continuó—, ha dejado muy claro que no le gusto. No se crea que me importa. No vengo aquí para gustarle a usted ni a ninguno. Pero me han contado lo duro que puede ser esto y no quisiera pensar que estaré en desventaja por el malestar que parezco provocarle. Dígame, ¿me odia a mí por llegar tarde o a las mujeres en general?

Se hizo un silencio absoluto al oír las palabras de ella.

Todos lo miraron esperando su reacción. Los que lo conocían de años anteriores sabían que Izan era un hombre justo y estaba allí para indicarles el camino y ayudarles a conseguir las metas individuales que tuviesen cada uno. Pero también tenía un genio temible. Todos intentaban no estar en su camino cuando afloraba su mal humor. El color gris humo de sus ojos cambió a un gris tormentoso y esa mirada podía conseguir que muchos hombres se amilanaran sin necesidad de tener que decir nada. Se sorprendió de que en los ojos de ella no había miedo, “¡una chica valiente!”

—Escuche, usted no me gusta porque ha hecho que todo mi equipo se retrase en su salida. Tenemos un día muy duro sin tener que ir contra reloj porque una niña mimada no ha tenido la consideración de llegar en hora. No me conoce para hacer acusaciones tan desafortunadas —su tono casi consigue que ella se avergonzara, casi…—, no tengo nada contra las mujeres, pero ya que lo ha preguntado, se lo diré abiertamente, es cierto que usted no me gusta.

—Siento haber llegado tarde —dijo ella, mirando a los integrantes del grupo—, pero eso no justifica su mirada recriminatoria de todo este tiempo. Le pediré a Luis que me cambie de grupo —decidió pensando que eso solucionaría el problema— no pienso tolerarlo por más tiempo. No me gusta estar donde no se me quiere.

—No hay ningún otro equipo —explicó Izan sonriendo—, y ya que nuestro desagrado es mutuo, quizás quiera volver a llamar a su chófer y librarnos de su caprichosa presencia.

Se lo quedó mirando en silencio, procesando toda la información.

Estaba claro que a él le desagradaba su presencia, pero no pensaba darse por vencida y retirarse antes siquiera de haberlo intentado.

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