Eric D. Weitz - Un mundo dividido

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¿Quién tiene derecho a tener derechos?
Solo los hombres blancos los tenían al principio, pero no tardaron en reclamarlos los colonizados, los esclavos, las mujeres, los indígenas…
La creación de los Estados nación se ha ligado a la de los derechos, pero la historia nos muestra que es un vínculo complejo. Vinculados a los nacionalismos, han generado importantes conflictos: desde los rebeldes griegos y los abolicionistas brasileños del siglo xix hasta los sionistas en el xx, incluso la crisis de los refugiados y el auge de la extrema derecha actual.
Weitz retrata a los protagonistas, los ideales que los inspiraron y el contexto que transformaron algunos de los episodios más importantes.

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Sibley creó una comisión militar para juzgar a 16 indios. De hecho, ya se había ahorcado a 20. El brigadier general recibió órdenes de enviar a un grupo de prisioneros a Fort Snelling; a mediados de octubre de 1862, 101 indios con grilletes se vieron forzados a recorrer un largo camino a pie. 62Más tarde llegarían al fuerte 2.000 más. Varios centenares murieron allí en el invierno de 1862 y 1963. 63

Se llamó a testigos y se escucharon sus declaraciones. Los procesos fueron muy rápidos; a veces se condenaba a cuarenta prisioneros al cabo de un solo día de juicio. Hubo quienes protestaron contra estas irregularidades, entre ellos algunos misioneros. En Minesota, sin embargo, la hostilidad contra los reos llegó al paroxismo. El público exigía que se ajusticiara a todos los prisioneros y se expulsara del estado a todos los demás indios. 64Le indignaba especialmente que un gran número de indios “civilizados” hubiesen participado en las masacres. El fiscal del distrito de Saint Paul, George A. Morsey, le expresó así este sentimiento al presidente Lincoln:

Mientras quede algún indio en los asentamientos fronterizos o sus inmediaciones, ni el más riguroso de los castigos nos pondrá totalmente a salvo. El indio es, por naturaleza, tan poco de fiar como el lobo. Por mucho que uno lo dome e intente civilizarlo y cristianizarlo, la visión de la sangre hará aflorar enseguida los instintos salvajes y lobunos de su raza. Es bien sabido que, entre los primeros sioux en perpetrar masacres, y los más sanguinarios, había muchos ‘indios civilizados’ […] a pesar de que llevaban el pelo corto, vestían como el hombre blanco y vivían en casas de ladrillo que les había construido el Estado. 65

De los 393 indios sometidos a juicio, 75 fueron absueltos y 16 condenados a penas de cárcel, y el tribunal sobreseyó varios casos por falta de pruebas. Fueron condenados a muerte 309 indios. 66Se informó de los fallos al presidente Lincoln, que pidió todas las actas de los juicios; pero el gobernador Ramsey le escribió advirtiéndole de que había que ejecutar las sentencias, porque temía que de lo contrario se produjeran “venganzas privadas”: turbas furiosas que se tomarían la justicia por su mano. 67De hecho, ya se había oído a algunas amenazar a los prisioneros indios, y las autoridades temían no poder salvaguardar el imperio de la ley ni contener a una multitud decidida a asesinar a todo indio con el que se encontraran, y en particular a los que estaban presos. 68Sin embargo, Lincoln y unos cuantos consejeros suyos veían con escepticismo las palabras belicosas que llegaban de Minesota. El presidente creía ante todo en el imperio de la ley. Decidido a formarse su propia opinión sin dejarse influir por las histéricas filípicas de Pope, suspendió las ejecuciones y leyó con detenimiento las actas de los juicios y las sentencias. Los funcionarios y colonos de Minesota se indignaron, querían que se ajusticiara de inmediato a todos los condenados.

Finalmente, Lincoln redujo el número de ejecuciones a 39, salvando la vida a quienes se habían unido a la sublevación, pero de los que no se había probado que hubiesen participado en ninguna matanza. Dos días antes de la fecha fijada para las ejecuciones, el comandante militar de Mankato, que temía las acciones de multitudes incontroladas, impuso la ley marcial y prohibió la venta de alcohol en la región.

El 26 de diciembre de 1862 en Mankato, 38 indios (a uno de los condenados se le había conmutado la sentencia) fueron asesinados legalmente, todos al mismo tiempo (véase ilustración de la p. 123). 69El patíbulo era uno de los mayores jamás construidos. Nunca en la historia de Estados Unidos se ha ajusticiado a tantas personas de una vez. Había más de un millar de soldados vigilando que no se produjeran incidentes. El verdugo había perdido a tres hijos suyos en la rebelión, y los dos restantes y su mujer seguían en poder de Pequeño Cuervo. 70Al día siguiente, Sibley telegrafió a Lincoln informándole de que se había dado muerte a los reos. “Todo se desarrolló con normalidad –le dijo–, y los otros prisioneros están a salvo”. 71Era el propio Lincoln quien había firmado la orden de ejecución. El presidente había exigido al mismo tiempo que se protegiera a los otros prisioneros, evitando que sufrieran actos de “violencia ilegal”. 72Los soldados estadounidenses que escoltaron a los reos –tanto los que iban a ser ajusticiados como los condenados a penas de cárcel– tuvieron que contener en el camino a multitudes que amenazaban con masacrar a los indios. La prensa local enardeció los ánimos clamando “¡muerte a los bárbaros!”. 73

No hubo masacres de indios. Los dakotas, al contrario que los indios de California, no sufrieron un genocidio. 74Se optó, en efecto, por una política de expulsión que afectó igualmente a los ojibwa y los winnebago, aunque estas tribus no habían librado más que unas cuantas escaramuzas.

Las decisiones importantes se adoptaron en el ámbito federal. El 16 de febrero de 1863, el Congreso revocó todos los tratados suscritos con los dakotas, rechazando el compromiso de pagarles rentas anuales, así como todas las reivindicaciones territoriales de los sioux de Minesota. Parte de los fondos que habrían recibido los indios se destinaron a compensar a los colonos blancos por las pérdidas que habían sufrido. Otra ley, aprobada el 3 de marzo, eximía de deportación a los dakotas que hubiesen auxiliado a los blancos y adjudicaba a “individuos de mérito” haciendas de ochenta acres en antiguas reservas indias. 75

El 26 de diciembre de 1862 se ejecutó a 38 sioux en lo que fue la mayor - фото 17

El 26 de diciembre de 1862 se ejecutó a 38 sioux, en lo que fue la mayor ejecución en masa de la historia de América

Sus nuevos hogares, sin embargo, se encontraban en el territorio que más tarde se convertiría en Dakota del Sur, y no en Minesota. Los indios se dispersaron por el Territorio Dakota, Iowa y Nebraska. Muchos fueron a parar a la reserva Crow Creek, en la actual Dakota del Sur, o Fort Totten (donde hoy se encuentra la reserva Spirit Lake), en la actual Dakota del Norte. 76Algunos dakotas permanecieron en el lado canadiense de la frontera; otros se desplazaron al oeste y acabaron uniéndose a sus hermanos lakota para abrir un nuevo capítulo en la historia de la resistencia india. Unas cuantas familias formaron comunidades dispersas en Saint Paul y Faribault, asentándose en extensiones de ochenta acres; pero su presencia suscitó enorme hostilidad entre sus vecinos blancos. 77

Todos aquellos que vieron su sentencia de muerte conmutada por Lincoln fueron enviados a la cárcel de Davenport, en Iowa. Los misioneros ayudaron a no pocos prisioneros y perseveraron en su esfuerzo educativo. Los dakotas sufrieron condiciones atroces en la cárcel. Algunos murieron de hambre, y otros de frío en invierno. A todos les daba pena no poder ver ni cuidar a sus parientes. Gran parte de los centenares de presos perecieron, como ya había ocurrido en Fort Snelling. 78

Muchos de los que se habían convertido al cristianismo –antes o después de ser condenados– escribieron al reverendo Stephen Return Riggs, un famoso misionero, suplicándole que averiguase cómo estaban sus parientes o intercediese por ellos para que se les liberara. Aseguraban creer en el “Gran Espíritu” y haber dejado la bebida y renunciado a las “costumbres indias”. 79También le pedían que rezase por ellos y sus familias. “No paran de morirse jóvenes que han aprendido a escribir –le escribió a Riggs un prisionero llamado Su Nido Sagrado–. Me da mucha pena. […] Desde que llegamos aquí han muerto por lo menos cuarenta y cinco, y morirán muchos más. […] Las mujeres están tristes y asustadas, y algunas pasan hambre y huyen. Hay varias que no se acuerdan del Espíritu Santo. Se las está dispersando y separando”. 80Otro prisionero, Robert Hopkins, al que Riggs había escrito preguntando por las condiciones de vida en la cárcel, le contó que muchos compañeros suyos estaban enfermos y algunos morirían, en su mayoría de frío cuando llegara el invierno. “Si saca usted a alguno [de mis parientes] de la cárcel –le escribió–, me alegraré mucho”. 81

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