Registro de la Propiedad Intelectual Nº 307.097
ISBN edición impresa: 978-956-6048-06-0
ISBN edición digital: 978-956-6048-07-7
Imagen de portada: Pedro Reyes, Disarm (Violin III), 2013. 67 x 23 x 13 cm.
© Pedro Reyes; Courtesy Lisson Gallery. Photography by Adam Reich.
Diseño de portada: Paula Lobiano
Corrección y diagramación: Antonio Leiva
The Work of Art in the World
© Duke University Press 2014
De esta edición © ediciones / metales pesados
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Santiago de Chile, marzo de 2020
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Índice
Prólogo. Bienvenidos, de nuevo
Desde arriba. La creatividad en la gestión social
Presione aquí. Acupuntura cultural y estímulos ciudadanos
Arte y responsabilidad pública
Pre-Textos. Las artes interpretan
La pulsión a crear. El recurso estético según Schiller
Prólogo
Bienvenidos, de nuevo
Larry Summers era todavía rector de la Universidad de Harvard, aunque en ese momento le preocupaba la posibilidad de perder el cargo, cuando decidí pedirle una cita para presentarle un resumen de mi propuesta «Iniciativa Agentes Culturales», con la que buscaba reincorporar la responsabilidad ciudadana a la educación humanística. A raíz de sus declaraciones públicas sobre las escasas aptitudes de las mujeres para las ciencias, muchos colegas, preocupados por el futuro de las carreras científicas en la universidad, calculaban los días que le quedaban en la rectoría. Entonces, algunos de nosotros añadimos una nueva preocupación a este ambiente de zozobra. Además del sexismo, temíamos por el futuro de las humanidades. Mientras las discusiones sobre la participación femenina en las carreras científicas estaban generando un escándalo internacional, la reducción presupuestaria en las artes y las humanidades levantaba algunos pataleos apenas audibles. Nos preocupábamos por el futuro de las humanidades precisamente porque no eran una prioridad de la agenda institucional. Los campos empíricos efervescían de manera explosiva, mientras que las áreas creativas se enfriaban agonizando. A pesar de que habíamos sido capaces de despertar un tibio entusiasmo para defender las artes y la interpretación, no habíamos logrado descongelar el gélido clima corporativo de la educación superior. Mi jugada táctica con el rector Summers fue convencerlo de encender la discusión sobre la educación humanística con un argumento pragmático-responsable, quizás inesperado para él. No había nada que perder, en realidad, más allá de las aprensiones de colegas humanistas frente a conjugar las palabras arte y responsabilidad. Por último, sabía que podía contar con la actitud pragmática de Larry y su capacidad para resolver problemas. Y podía apoyarme también en una larga tradición democrática que se había desarrollado en colaboración con la filosofía estética1.
–Usted sabe mucho sobre América Latina –le dije para comenzar.
–Así es –admitió.
–Muy bien. Ahora imagínese que lo eligen alcalde de Bogotá, Colombia, en 1995, que en ese momento era la ciudad más violenta, corrupta y caótica en el hemisferio. ¿Qué haría usted?
Summers lo pensó largamente: el estímulo económico no funcionaría en esa situación caótica, porque las nuevas inversiones terminarían en los bolsillos de los traficantes de drogas. Una policía más numerosa y mejor armada tampoco, porque la policía corrupta estaba también en manos de los traficantes y lo único que harían las inversiones en la policía sería aumentar los niveles de violencia. Al final me admitió que los remedios convencionales y conocidos no servirían. Y luego dijo algo inusitado en él:
–Yo no sé qué hubiera hecho.
Fue entonces que le conté sobre el genial alcalde de Bogotá, Antanas Mockus, y también sobre el ya legendario artista brasileño Augusto Boal. Mockus había atacado situaciones de crisis aparentemente insuperables con una pregunta creativa que convirtió en consigna: «¿Qué haría un artista?». Si esa pregunta le fallaba, tenía a mano otra salida, más intelectual y humanista que artística: «Cuando estás bloqueado, reinterpreta». Lo primero que hizo Mockus fue reemplazar a los policías de tránsito corruptos por mimos que convirtieron los semáforos y los pasos de peatones en escenarios de una performance participativa y divertida. Después pintó las calles con estrellas fugaces que señalaban los lugares en los que habían caído las víctimas de los accidentes de tránsito. «Vacunó» a los ciudadanos contra la violencia y siguió acudiendo a fórmulas performativas para inventar una cultura cívica que pudiera sanear la ciudad. Entre los efectos acumulados por la invitación que les hizo a los ciudadanos por toda Bogotá para participar en los escenarios de juego, estuvieron la reducción a la mitad de las muertes causadas por accidentes de tránsito, un descenso en los homicidios de casi el 70%, y un aumento en la recaudación de impuestos que triplicó la suma recolectada para financiar obras públicas2. Mockus fue un alcalde que se convirtió en artista e intérprete con el fin de recuperar una gran ciudad. Trabajó desde arriba hacia abajo.
Augusto Boal, por su parte, hizo su magia de abajo hacia arriba como artista y teórico del teatro. Al ser elegido concejal de Río de Janeiro, Boal montó en la ciudad coproducciones teatrales sobre la vida urbana, que incluían su «teatro legislativo». También se multiplicó en la escena internacional capacitando a facilitadores para no actores que representaran sus problemas más graves (incluyendo la enfermedad mental y las leyes injustas), para después improvisar soluciones a los conflictos. Tanto en sus talleres como en sus libros, Boal demostró que se podían abstraer principios generales sobre el desarrollo social y psicológico a partir de sus experiencias en el escenario. El alcalde Mockus y el artista Boal trabajaron en direcciones opuestas –de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba– estableciendo vínculos entre la creatividad y la interpretación humanística, lo que los hace agentes culturales. Son maestros en el doble sentido de la palabra: artistas y expertos en un oficio, creadores y filósofos. En el momento en el que decidieron usar el espacio de ciudades enteras como salones de clase, tanto Mockus como Boal sabían que el arte y la interpretación se entrecruzan con la educación ciudadana.
Larry Summers quedó afectado con estas historias. Espero que ustedes también sientan su impacto y el deseo de explorar vías poco convencionales para alcanzar un desarrollo ciudadano positivo. No se trata solo de las historias de aquellos artistas que promueven cambios desde arriba o desde abajo, sino también de coartistas en campos adyacentes, que son los que ayudan a convertir estas excelentes ideas en prácticas duraderas.
Un comienzo
El arte obra en el mundo se inspira en proyectos artísticos que ameritan una reflexión más sostenida de la que hasta ahora han tenido. Se trata de obras creativas a gran y pequeña escala, que se transforman en innovaciones institucionales. Pensar estas obras es una tarea humanística, ya que las humanidades enseñan a interpretar el arte para identificar puntos de vista, ocuparse de las técnicas, del contexto, identificar los mensajes que compiten entre sí, y evaluar los efectos estéticos. Como parte de su tarea, las humanidades deben entrenar la capacidad de juicio de una manera libre y desinteresada. Esta facultad que conlleva hacer pausas, dando un paso atrás para evaluar mejor una obra determinada, es fundamental para todas las disciplinas. Pero el mejor terreno para la formación del juicio, según la filosofía de la Ilustración, es el despreocupado espacio de la estética. La razón es sencilla: decidir si algo es hermoso requiere dar respuesta a una experiencia intensa y sorprendente, algo que no obedece a principios ni a conceptos establecidos. Por lo tanto, esta decisión estaría libre de prejuicios. Fuera de la estética, los motivos de excitación (económicos, morales, sentimentales e intelectuales) conllevan estructuras y lógicas preexistentes. El juicio estético es un ejercicio de evaluación desprejuiciada, una destreza que la ciencia y la educación ciudadana necesitan tanto como el arte. Por eso la formación humanística contribuye de manera fundamental a la investigación en general y al desarrollo social3. (Al respecto ver el capítulo 3, «Arte y responsabilidad pública»).
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