Doris Sommer - El arte obra en el mundo

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Celebrar el arte y la interpretación como prácticas capaces de abordar los desafíos sociales es lo que propone Doris Sommer en este libro. Para refrescar el compromiso de las humanidades con el mundo más allá de las aulas, a lo largo de los capítulos ofrece muestras de proyectos reformistas que inspiran fe en lo posible porque logran metas que hubieran sido inalcanzables sin arte.Los casos incluyen iniciativas de arriba hacia abajo –como los de Antanas Mockus, ex alcalde de Bogotá, Colombia y movimientos de abajo hacia arriba como el Teatro Oprimido creado por el brasileño Augusto Boal–. Asimismo, la propia iniciativa de Sommer, Pre-Textos, es un proyecto de alfabetización en zonas de pocos recursos materiales, que cuenta con las artes populares para interpretar cualquier texto; de este modo desarrolla destrezas tanto intelectuales como cívicas. Con la consigna «todos somos agentes culturales»,El arte obra en el mundo demuestra la urgente actualidad de la educación estética propuesta por Friedrich Schiller para evitar la violencia y lograr la ilustración. El libro de Sommer es un llamado a la acción y una invitación a jugar.

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Un enérgico movimiento académico todavía inconexo llamado Humanidades Comprometidas en los Estados Unidos ha aceptado el reto de explorar lo que significa el civismo para la educación liberal18. Más allá de los programas de humanidades públicas, que llevan servicios y eventos culturales universitarios a las comunidades vecinas, los programas de Humanidades Comprometidas y de investigación compartida con comunidades siguen el ejemplo de colaboración que han dado los artistas. Hoy en los Estados Unidos docenas de programas universitarios –coordinados a través de la asociación nacional «Imaginar América: Artistas y académicos en la vida pública»– promueven coproducciones con diversos aliados19. (Así como Community Arts Network y Animating Democracy’s Project Profile Database). Una de las maneras de apartarse de lo convencional consiste en promover proyectos artísticos que tienen un impacto social real pero que difícilmente encajan en las disciplinas académicas existentes. Otra manera es aprender de aquellos proyectos en los que la actividad creadora –como por ejemplo la enseñanza– conlleva consecuencias que nos obligan a ser responsables.

Abra paréntesis

Prestar atención a la obra del arte en el mundo solía ser un asunto básico y formativo para la educación. Por encima de los cambios en la suerte de las humanidades, el humanismo comprometido seguía siendo una pieza central de la educación ciudadana hasta una reciente y prolongada ola de pesimismo (ver capítulo 3, «Arte y responsabilidad pública»). Para ponerlo en términos sencillos, hace cincuenta años los efectos instrumentales del arte se convirtieron en anatema para muchos humanistas que dejaron de lado las preocupaciones sociales y se replegaron, huyendo de la terrible realidad de una posguerra atravesada por crudos intereses e ideologías. Para salvaguardar la libertad estética, la belleza y el desinterés, las humanidades dejaron atrás ese optimismo riesgoso que le da impulsos a la responsabilidad ciudadana y a la educación. La falta de propósito se convirtió en el signo de autenticidad del arte. Los defensores del arte por el arte invocaron a Immanuel Kant para defender la apreciación desinteresada de la belleza. Pero utilizar a Kant para excluir el propósito social del arte trunca su ambicioso proyecto. Porque este era a fin de cuentas un proyecto cívico en donde el desinterés no era sino el primer momento en el camino hacia nuevas instancias de negociaciones en aras de un propósito colectivo. Para su discípulo, Friedrich Schiller, los desvíos del proceso estético eran también una invitación –y una obligación– a producir nuevas formas, cuando las viejas causaban conflictos. Nadie en el inestable mundo moderno se safa con solo ser observador.

Los paréntesis que separan a la estética de la educación cívica se abren por las provocaciones de proyectos modelos y de algunos textos clásicos de la interpretación humanística, comenzando por las Cartas de Schiller. Escritas durante la Revolución francesa, las Cartas nos advierten de los peligros de entregarnos en alma y cuerpo a la razón, porque la libertad se alcanza solo de manera indirecta, a través del arte y la belleza. La educación estética universal permitirá que el público general imagine, juegue, se detenga a ejercer su juicio desinteresado para luego «cortejar acuerdos»20. Producir arte y pensar acerca de las obras de arte podría entonces sobreponerse a la inflexible razón, que con frecuencia no es más que un disfraz de la ideología. Los artistas-ciudadanos juiciosos saben extraer las nuevas creaciones de magma de los conflictos. Schiller, que era al mismo tiempo poeta y filósofo, se movía entre la obra artística y la interpretación, la imaginación y la comprensión teórica, para construir un tejido social colaborativo y resistente. Aunque mencionaré otros mentores e intérpretes del arte que obra en el mundo –incluyendo a Wilhelm von Humboldt, Viktor Shklovsky, John Dewey, Hannah Arendt, D. W. Winnicott, Paulo Freire, Antonio Gramsci, Jürgen Habermas, Edward Said, Jacques Rancière, Martha Nussbaum, Grant Kester, Paul Bloom–, es Schiller quien ata todos los hilos con sus atrevidas Cartas en las que la creatividad y el juicio estético son la urdimbre del tejido social en las democracias modernas. ¿Están listos para inscribirse como aprendices?

El arte obra en el mundo es un libro que pudo haber presentado solo proyectos artísticos fascinantes y dejado de lado la interpretación. Algunos lectores del manuscrito hicieron, de hecho, esa recomendación. Los proyectos creativos serían seguramente suficientes para captar el interés, debido a la sorpresa y el placer que los hace estética y socialmente efectivos, mientras que los comentarios carecerían de brillo en comparación. Poner el énfasis en la interpretación humanística puede parecer impropio de la estación (para decirlo con las palabras de Schiller al hablar de la educación estética durante el periodo del Terror) en momentos como el actual, cuando los departamentos de humanidades se reducen o desaparecen del todo. Para agravar las amenazas externas debidas a los cortes presupuestarios, las bajas matrículas de estudiantes inscritos y los escasos puestos de trabajo, las campañas internas de los estudios culturales y de las artes performativas aumentan nuestra impaciencia con el análisis formalista (retórico, genérico y estilístico) de todo lo que es propio de la interpretación humanística. Pero vale la pena resucitar el compromiso con las humanidades en su acepción más clásica. Si resulta útil o interesante leer un libro sobre las intervenciones artísticas en la problemática social, es porque los libros acumulan casos y abstraen principios generales, así como lo hace el artista Boal en sus publicaciones. Los buenos catálogos lo hacen también.

«Solo captamos la plena importancia de una obra de arte cuando reproducimos en nuestros propios procesos vitales los procesos del artista al producir la obra. Es el privilegio del crítico participar en la promoción de estos procesos activos. Su condena es que muy a menudo los obstaculiza»21. Estas son las últimas palabras que articula John Dewey en El arte como experiencia. ¿Por qué «obstaculizar» esa obra de crítica creativa cuando es su ejercicio el que sostiene las relaciones democráticas con el arte? Como hombre pragmático, Dewey comprendió que el pragmatismo en una democracia requiere una educación masiva; después comprendió que la educación necesita al arte, y que el arte precisa de la interpretación. A través del arte reformulamos la experiencia, contrarrestamos los prejuicios y refrescamos nuestra percepción de lo que existe, de manera que todo nos parece nuevo y digno de atención. Y a través de la interpretación humanística compartimos los efectos cívicos del arte. Las destrezas interpretativas conducen a juicios informados, a la apreciación del contexto histórico y una comunicación efectiva.

Los artistas piensan de manera crítica cuando interpretan los materiales existentes para darles nuevas formas. ¿De qué otra manera podría uno imaginarse y luego realizar proyectos incluyendo los de desarrollo social, político y económico? La interpretación humanística es el agente publicitario del arte, el que recorre los caminos irregulares que van de la libertad artística al bien público, para estimular con ello más viajes. Esos caminos de ida y vuelta entre la creatividad y los objetivos cívicos incluyen ahora las tecnologías digitales, la investigación aplicada y las alianzas con instituciones públicas. También abren nuevos puntos de entrada, rutas y rodeos, que son parte de la intervención artística en aquellas geografías que son al mismo tiempo familiares y desconocidas para la Europa ilustrada.

El pensamiento crítico es tanto una condición como un complemento del quehacer artístico –de la fabricación del mundo en el sentido pragmático y democratizador en que lo utiliza Dewey para hablar del arte como experiencia– que suscita más indagaciones y más experiencias. Inspirándose en Schiller, a quien cita entre sus muy escasos mentores, Dewey consideraba que todos los ciudadanos activos eran artistas creadores. Este, que era un pensamiento radical en el siglo XVIII, lo fue también en los años treinta, cuando Dewey ayudó a inspirar el programa de empleo masivo de Franklin Delano Roosevelt que contemplaba contratar pintores, actores, escritores y músicos (ver capítulo 1, «Desde arriba»). Hoy en día, la línea de pensamiento que vincula al arte con la libertad ha sido rescatada por Jacques Rancière, quien defiende un «régimen estético» en política. Por régimen estético Rancière entiende la conciencia de que la vida humana está hecha de construcciones artificiales que deben ser ajustadas continuamente a partir de una participación artística cada vez más amplia22.

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