Eric D. Weitz - Un mundo dividido

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¿Quién tiene derecho a tener derechos?
Solo los hombres blancos los tenían al principio, pero no tardaron en reclamarlos los colonizados, los esclavos, las mujeres, los indígenas…
La creación de los Estados nación se ha ligado a la de los derechos, pero la historia nos muestra que es un vínculo complejo. Vinculados a los nacionalismos, han generado importantes conflictos: desde los rebeldes griegos y los abolicionistas brasileños del siglo xix hasta los sionistas en el xx, incluso la crisis de los refugiados y el auge de la extrema derecha actual.
Weitz retrata a los protagonistas, los ideales que los inspiraron y el contexto que transformaron algunos de los episodios más importantes.

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En este extraordinario drama histórico –la expulsión de los pueblos indígenas por parte de los euroamericanos y la creación de Estados Unidos como un Estado soberano que se extendía del Atlántico al Pacífico–, la condición legal de los indios como estadounidenses sería definida por un enorme número de actores, entre ellos la Constitución (si se le puede llamar “actor” a ese pergamino), el Tribunal Supremo, el Congreso, el Departamento de Asuntos Indios del Gobierno estadounidense, los tribunales federales de rango inferior, las asambleas legislativas y los Gobiernos y tribunales estatales, los colonos… y, por supuesto, los indios que resistieron la fuerza avasalladora que se desplegó contra ellos. El Gobierno federal era en teoría, según la Constitución, el competente para decidir la política india; pero los estados se arrogaron una autoridad que el ejecutivo central casi nunca impugnó. 90

Para complicar aún más las cosas, esa política fue variando con los años, a veces radicalmente. 91Quizá la única observación general que cabe hacer sobre la cuestión de los indios y los derechos humanos sea que las autoridades estadounidenses oscilaron entre reconocer derechos a los indígenas supervivientes como comunidades o naciones que se encontraban en Estados Unidos y reconocérselos como individuos, a condición de que adoptaran las costumbres y los valores “estadounidenses”. Las dos opciones presuponían la desaparición de los indios, o al menos reducirlos en número, ya fuera asesinándolos o expulsando a los supervivientes y confinándolos en reservas. Se trataba de destruir a estos pueblos nativos como naciones poderosas que se habían rebelado contra la transformación de Estados Unidos en un Estado nación unificado que dominaba el continente de costa a costa. 92

Pese a los múltiples cambios de política, y aunque el papel decisivo lo desempeñaron alternativamente diversas instituciones gubernamentales y otros actores, como misioneros y reformadores, hubo en la represión de los indios y la consolidación del dominio estadounidense sobre Norteamérica ciertas constantes, que se expresaron con palabras como civilización, descubrimiento, soberanía y derechos , utilizadas por los colonos y las autoridades de Minesota, así como por instituciones nacionales, entre ellas el Tribunal Supremo.

Civilización definía la ideología predominante entre los blancos, incluidos misioneros, funcionarios, oficiales del Ejército, granjeros y comerciantes, y que podía llevar a esfuerzos humanitarios, pero también al exterminio de los indígenas. Por lo demás, ofrecía a los indios la posibilidad de integrarse en la sociedad estadounidense y acceder a la ciudadanía a cambio de que renunciaran a su filiación tribal, se cristianizaran y, lo que era igual de importante, se convirtieran en propietarios de tierras individuales, haciéndose así sedentarios. Vivir de la caza, de perseguir animales, era la antítesis de la civilización. Para las mujeres indias, el sedentarismo significaba coser e hilar mientras los hombres desempeñaban la tarea “masculina” de cultivar la tierra: la inversión de los papeles que la tradicional cultura agrícola india asignaba a los dos sexos. Además de la Biblia, “los misioneros protestantes llevan consigo el arado y el telar”, según escribió el misionero Riggs. 93De rechazar los indios las oportunidades que les ofrecían los ciudadanos blancos, no quedarían otros recursos que las matanzas y las expulsiones.

“La raza inferior –escribió Charles S. Bryant, autor de una de las primeras historias de la guerra entre Estados Unidos y los dakotas– tiene la alternativa de retroceder ante el avance de la superior o disolverse en la masa y, como las gotas de lluvia que caen en el océano, perder todos sus rasgos distintivos”. A continuación, relacionaba así lo ocurrido en Minesota con un fenómeno global:

Esta guerra se libra en todo el mundo, y tiene su origen en un principio de progreso intelectual y material. […] Antes o después, el superior aplasta al inferior. […] En este continente virgen, la raza blanca estaba dispuesta a cumplir el mandato divino de henchir la tierra y someterla . […] El resultado no se podía evitar por ningún medio humano. […] Las razas indias eran las ilegítimas dueñas de un continente que el hombre blanco tenía que poseer en razón de un derecho superior. 94

Bryant llegó a la amarga conclusión de que “el intento de civilizar a estos indios dakota, los cuarenta años […] de labor misionera y otros esfuerzos han sido claramente inútiles, y el dinero destinado a ellos se ha desperdiciado, por desgracia”. 95

La civilización, ya fuera en su forma pacífica o violenta, supondría la desaparición del modo de vida y de la cultura indios. Casi ninguno de los llegados a Minesota a mediados del siglo XIX puso en duda este principio, para ellos, el destino de los indios estaba escrito. En 1880, en uno de los primeros volúmenes que dedicó a la historia del estado, la Minnesota Historical Society expresó elocuentemente esta conciencia histórica y la idea del destino de los pueblos nativos. A propósito del “periodo indio” de la historia de Minesota, los autores describían a los indios como una “raza que está desapareciendo con rapidez”, como si fuera este un proceso natural. “Se extinguirán prácticamente –decían–, o cambiarán sus costumbres y su religión de tal modo que el indio primitivo […] se convertirá en una mera curiosidad histórica”. Una vez que hubieran desaparecido, una vez que hubieran dejado de ser una amenaza, los indios serían mitologizados e idealizados. La Minnesota Historical Society tenía por misión “recopilar y registrar todos los datos valiosos e interesantes sobre los indios. […] El periodo indio de nuestra historia, la del noroeste, será el capítulo más conmovedor y apasionante de los anales del descubrimiento y de la colonización [de la región], y la historia de la raza roja está tan ligada a la de nuestro estado que no cabe omitirla”. 96La estrecha relación entre civilización y exterminio no se podía expresar con mayor claridad. 97

La idea de civilización determinó la política federal, así como las acciones de los misioneros y las autoridades del estado de Minesota. En 1819, el Congreso aprobó una ley que llamaba al Gobierno a fomentar “las costumbres y las técnicas de la civilización” entre los indios, enseñándoles, entre otras cosas, “la forma de agricultura indicada para su situación”. 98Lo mejor que puede decirse del Congreso es que no autorizó una política de exterminio, aunque se propuso acabar con la forma de vida india. 99El coste de este esfuerzo civilizador se vio compensado una vez más por las rentas anuales acordadas en los tratados: los indios sufragaban así la campaña de abolición de su cultura. 100

Nunca fue sencillo, sin embargo, distinguir entre civilizados y bárbaros, entre estadounidenses e indios; algunos dakotas sioux habían adoptado ciertas costumbres foráneas. Hasta Pequeño Cuervo se había acomodado a la vida de pueblo. Estaba rodeado de granjas, aunque no era granjero. Iba a la iglesia, aunque no estaba bautizado. A veces llevaba ropa euroamericana, y había viajado dos veces a Washington para negociar los tratados entre el Gobierno federal y los dakotas. Se casó con indias, pero entre sus vecinos había no pocos mestizos. Los misioneros solían desaprobar los matrimonios mixtos, pero no llegaban a pedir su abolición. 101El reverendo Riggs reconocía que quienes formaban estas uniones aprendían la forma de vida y la lengua dakotas aún mejor que los misioneros, lo que suponía una gran ventaja para estos en su trabajo. El propio Riggs dominaba la lengua y le había dado forma escrita.

Todas las instituciones del Estado, en especial el Tribunal Supremo, utilizaron la ideología de la civilización. Treinta y cuatro años antes de la represión de los dakota sioux, el tribunal dictó tres sentencias decisivas que se conocen como la “Trilogía Marshall”. Se las llama así por John Marshall, el entonces presidente del tribunal; las sentencias que redactó en nombre de la mayoría de los jueces, y en las que desplegaba un lenguaje grandilocuente y una amplia visión histórica, determinarían la política india de Estados Unidos en el siglo y medio siguiente.

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