Eric D. Weitz - Un mundo dividido

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¿Quién tiene derecho a tener derechos?
Solo los hombres blancos los tenían al principio, pero no tardaron en reclamarlos los colonizados, los esclavos, las mujeres, los indígenas…
La creación de los Estados nación se ha ligado a la de los derechos, pero la historia nos muestra que es un vínculo complejo. Vinculados a los nacionalismos, han generado importantes conflictos: desde los rebeldes griegos y los abolicionistas brasileños del siglo xix hasta los sionistas en el xx, incluso la crisis de los refugiados y el auge de la extrema derecha actual.
Weitz retrata a los protagonistas, los ideales que los inspiraron y el contexto que transformaron algunos de los episodios más importantes.

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Otros pidieron sin rebozo que se exterminara a los indios. Como en Grecia en la década de 1820, los nacionalistas aborrecían a quienes se interponían en su camino a la unificación nacional. “Tiene que ser una guerra de exterminio, como en el caso de los sioux”, le telegrafió el secretario de Lincoln, Nicolay, a Stanton. 51El gobernador Ramsey utilizó muchas veces la misma palabra. 52Tras la derrota de los dakotas, Pope escribió a Sibley lo siguiente:

Las atroces matanzas de mujeres y niños y los escandalosos abusos a las prisioneras siguen vivos [en nuestra memoria] y reclaman un castigo que excede el poder humano. Ningún tratado ni ninguna manifestación de buena voluntad por parte de los indios traerá la paz a esta región. Deseo el total exterminio de los sioux. […] Destruir todos sus bienes y forzarlos a marcharse a las llanuras. […] Se les debe tratar como dementes o bestias salvajes, y en ningún caso como personas con las que se puede llegar a acuerdos. 53

Estas palabras son similares a la famosa “orden de exterminio” dictada en 1904 por el general alemán Lothar von Trotha en el caso de los herero y nama que vivían en el sudoeste de África, como veremos en el capítulo VI. Aún no existía un código de leyes de guerra internacional. El Código Lieber del Ejército estadounidense, en el que se basarían no pocos intentos de definir la conducta aceptable en los conflictos, se redactó un año más tarde; y la primera Convención de Ginebra se celebró en 1864. Había, sin embargo, ciertas normas consuetudinarias relativas a las guerras, pero ni a Pope ni a otros se les ocurrió que pudieran aplicarse al conflicto con los indios.

De haber tomado Fort Ridgely y New Ulm, los dakotas habrían podido atravesar libremente el valle de Minesota hasta llegar a la capital del estado, Saint Paul, y al río Misisipi. Sus triunfos habrían animado a otros indios a sublevarse. Pero no lo lograron, y en su fracaso estuvo el origen de una derrota aún mayor. Que el país estuviera en plena guerra civil no impediría a los estadounidenses utilizar todo su poderío militar contra los indios. Además de reprimir la sublevación y culparlos de los abusos cometidos por los blancos, Estados Unidos haría desaparecer a todos los dakotas de Minesota, allanando así el camino a los colonos para el pleno ejercicio de sus derechos.

El Ejército de Estados Unidos entró en la guerra contra los indios y contribuyó así decisivamente a asegurar los asentamientos blancos. En ella también participaron voluntarios, colonos armados con rifles y muy decididos que se incorporaron casi inmediatamente a la milicia estatal. Además de luchar contra los indios, contribuían a guardar los fuertes cuando las tropas regulares entraban en combate, sirviendo así al ejército durante días y a veces meses. Se daban a sí mismos nombres inmodestos como los Vengadores de la Frontera, los Tigres de Le Seur, la Caballería Alirroja y la Guardia Escandinava, y a veces formaban compañías mayores y más regulares (aunque provisionales). Los Gobiernos estatal y federal les daban una paga y compensaban por los daños que sufrían. 54

Como voluntarios y milicianos representaban una importante tradición estadounidense: el ideal democrático del pueblo en armas (expresado en la Segunda Enmienda, que reconoce el derecho de los ciudadanos a portar armas) y la aversión a los ejércitos regulares. Pero esta tradición tomaba ahora un carácter racial, porque era el pueblo blanco en armas el que se movilizaba para reprimir la sublevación de los dakotas. Algunos soldados eran profesionales, pero muchos tenían casi tan poca experiencia como los granjeros y comerciantes que tomaron sus rifles, abandonaron sus propiedades y se unieron a los Vengadores de la Frontera u otros grupos.

El conflicto fronterizo era idéntico en este aspecto a los que surgieron en otras colonias como Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica y la alemana del sudoeste de África. 55En todos estos casos, los pueblos indígenas aceptaban en los tratados ceder tierras a los Estados o a los colonos, que posteriormente usurpaban más. Los nativos eran por lo general ajenos a la idea del derecho a la propiedad privada de la tierra. Creían en derechos colectivos, en la propiedad tribal: una visión radicalmente incompatible con la de los colonos blancos, que pretendían establecer lindes, cercar las tierras de las que se apropiaban las familias de los pioneros, a veces por la fuerza y violando así los tratados. También era muy frecuente que los indígenas desaprobaran o incluso desconocieran los acuerdos a los que habían llegado sus jefes con los colonos, a menudo en beneficio propio, como veremos igualmente en el caso de Namibia. Las usurpaciones de tierras acababan por hacerse insoportables, y se producían rebeliones que terminaban con la derrota de los pueblos nativos y su idea de derechos colectivos.

Al contrario que Sibley, Pope se oponía a entablar negociaciones. 56Finalmente, el 18 de septiembre de 1862, un ejército compuesto por 1.500 hombres y comandado por Sibley avanzó hacia el norte por el valle de Minesota. Muchas rehenes blancas habían gozado de la protección de los indios “amistosos”; otras habían sido violadas y habían visto morir a parientes suyos a manos de los dakotas. 57El 23 de septiembre, Sibley y sus tropas se enfrentaron a Pequeño Cuervo y los guerreros dakota (cuyo número posiblemente alcanzara el millar) en la llamada batalla de Wood Lake (que en realidad se libró a orillas de otro lago cercano). 58“La pradera estaba plagada de indios”, escribiría más tarde un antiguo combatiente estadounidense. 59Algunos indios querían matar a todos los rehenes, otros eran partidarios de retenerlos como instrumento para negociar con el enemigo. Los dakotas decidieron esperar. Finalmente, más de setecientos arremetieron contra los hombres de Sibley, y los demás se quedaron vigilando a los prisioneros blancos y mestizos. Los guerreros atacaron por tres flancos, pero sufrieron cuantiosas bajas y acabaron retirándose. Acostumbrados a atacar a colonos aislados, se encontraron ahora con el Ejército de Estados Unidos: bien organizado, pertrechado y con experiencia. Los cañones estadounidenses resultaron tan decisivos como en batallas anteriores. Pequeño Cuervo y unos ciento cincuenta o doscientos guerreros huyeron al Territorio Dakota y a Canadá. Otros se quedaron, aun sabiendo que sufrirían represalias.

Se les castigó muy pronto, con dureza y, en general, indiscriminadamente. Unos treinta mil colonos blancos se habían convertido en refugiados y se encontraban hacinados en fuertes y ciudades. Entre quinientos y mil habían sido asesinados, a veces brutalmente, y sus cuerpos mutilados. 60Las atrocidades cometidas por los indios habían soliviantado a los colonos y las autoridades, que buscaban venganza. No pensaban tolerar ninguna rebelión más, estaban decididos a conjurar de una vez por todas la amenaza india y tomar las medidas necesarias para que el extremo norte del Medio Oeste fuese para siempre una región segura y libre para el asentamiento de los blancos.

Había que ajusticiar o encarcelar a quienes hubiesen participado en la rebelión. Hasta Sibley (recién ascendido a brigadier general y que, siendo comerciante de pieles, había vivido con los indios y engendrado un hijo con una nativa y estaba a favor de negociar con los dakotas) creía firmemente en la necesidad de ejecutar a quienes hubiesen matado a blancos. “Habiendo visto los cuerpos mutilados de sus víctimas –escribió el gobernador Ramsey–, no puedo ser magnánimo con ellos. […] Si no reprimimos ahora esta insurrección con total eficacia, el estado quedará sumido en la ruina, y esos desgraciados, que, de todos los demonios con forma humana, se cuentan entre los más crueles y feroces, volverán a adueñarse de algunas de las regiones más bellas y las conservarán durante años. […] Los barreré con la escoba de la muerte”. 61Son palabras aterradoras las escritas por el hombre que se había convertido en el primer gobernador de Minesota cuando el territorio fue reconocido como estado en 1858.

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