Verdad.
–Y no hay ningún motivo para no creer que solo está haciendo lo que considera correcto para su manada.
Ah, qué fácil era mentir sin mentir realmente.
Michelle asintió con lentitud. Estaba atenta a las irregularidades de mi ritmo cardíaco. No hubo ninguna.
–¿Y saben que tienen que mantenerse en contacto a partir de ahora?
–Lo saben –dijo Ezra–. Cuando me reuní con la Alfa Wells a solas, le dejé clara la importancia de tener líneas abiertas de comunicación. Ella…
Se quedó mirando el vacío, con la boca abierta. Me estiré y le toqué el brazo. Parpadeó al mirarme.
–Lo siento. Solo… –sacudió la cabeza–. Hacerse viejo. Les recomiendo que lo eviten. La mente tiene tendencia a divagar con la edad.
Sonrió con tristeza.
–Creo que la manada Wells está en buenas manos. Tienen mucho que aprender, pero no sé si es necesario que nos preocupemos por eso ahora. Tenemos cosas más importantes en las que concentrarnos.
Como un Omega escondido en el piso de un silo y rodeado de una magia desconocida.
–Robbie, ¿nos dejarías solos por un instante? –pidió Michelle–. Tengo que hablar con mi brujo. Cumpliste con tu deber. Gracias. Te necesitaré de nuevo en los próximos días. La computadora sigue haciendo ruidos extraños. Necesito que le vuelvas a echar un vistazo. Sabes que soy un desastre con esas cosas.
Lo era. No sabía nada de tecnología. Siempre me daba un poco de ternura lo mucho que se frustraba.
Vacilé. Si no decía algo ahora, no podría hacerlo jamás. Nunca volverían a confiar en mí si supieran lo que les estaba ocultando.
Y, sin embargo…
–Ve –dijo Ezra–. Te veo más tarde. Date una ducha. Apestas.
Los saludé con una inclinación y dejé la oficina, cerrando la puerta detrás de mí.
El complejo estaba animado, pero apenas si lo noté.
Estaba perdido en mis pensamientos.
Acababa de mentirle a mi Alfa.
De mentirle a Ezra, su brujo.
¿Y por qué? ¿Por una manada que no conocía que estaba protegiendo a un Omega?
¿Qué demonios me sucedía?
Me choqué con una loba. Me disculpé.
–No hay problema –dijo, frunciendo el ceño y apurando el paso, no sin echarme un vistazo por encima del hombro.
Me la quedé mirando mientras desaparecía en la multitud.
Algo… andaba mal.
La gente pululaba como siempre.
Nadie se detuvo a hablar conmigo, como solían hacerlo.
Nadie me saludó.
Me miraban de reojo, pero cuando notaban que los estaba observando, sonreían y apartaban la mirada. El acuse de recibo más mínimo posible.
No como si tuvieran miedo de mí, pero… No sabía.
Sacudí la cabeza.
Estaba cansado. Era eso. Estaba cansado e imaginándome cosas. Proyección o alguna mierda de esas. Me sentía culpable y lo proyectaba en los demás. No era nada.
Estaba bien.
Estaba bien.
Tenía que ir a casa. Ducharme. Dormir. Eso era todo.
Con un plan en marcha, avancé.
Y, sin embargo…
No podía dejar de pensar en la expresión de Malik mientras acunaba al niño Omega en sus brazos, un niño Omega a medio transformar, aunque era muy joven para poder convertirse en lobo.
¿Puedo confiar en ti?
Había dicho que sí. No sabía por qué.
Por qué había dicho que sí. Por qué me lo había preguntado. Por qué me había mostrado lo que me había mostrado.
No me conocía. No sabía nada de mí.
Y, sin embargo…
Hay un prisionero.
En tu complejo.
El suelo se tambaleó bajo mis pies.
Me estaba empezando a doler la cabeza.
Me iba a casa.
Me iba a casa .
Pero en vez de eso, me detuve frente a la casa en la que estaba el prisionero. El que nadie nombraba. Todos lo sabíamos, por supuesto, y nos manteníamos alejados, pero su identidad y lo que había hecho era conocido por pocos.
Santos estaba de nuevo allí. Cuestión de suerte.
Qué cómico.
–Oí que te habías ido –me espetó.
–Una misión.
Y:
–Eso es todo.
Y:
–Fueron un par de días, algo sencillo.
Y, y, y:
–¿Quién está ahí?
–¿Quién está dónde ? –entrecerró los ojos.
Me sentí afiebrado. Acalorado y deslumbrado. El sol me calentaba el cráneo. Había magia, ah, sí, pero me resultaba familiar . La conocía porque conocía a Ezra. Conocía su aroma y su sabor. La magia era
(una huella digital)
única de cada usuario.
El suelo onduló.
Me caí hacia adelante.
–¿Qué mierda te pasa? –gruñó Santos, sosteniéndome antes de que tocara el piso.
–No lo sé –jadeé, tratando de ignorar la voz en mi cabeza, la voz que decía una huella digital porque venía de algún lugar allí dentro, y no la conocía. No la reconocía. No la reconocía, maldición…
Tenía que ser eso.
Tenía que ser eso lo que estaba pasando.
Sea quien fuera quien estaba en la casa, estaba filtrando su magia, que deformaba todo a mi alrededor. Las defensas que la rodeaban se habían resquebrajado, y este brujo las estaba usando a su favor. Sin importarle que se le habían quitado sus poderes. Sin importarle haber hecho algo tan espantoso que había tenido que ser encerrado. No estaba funcionando.
–¿Quién es? –farfullé, apretando los dientes–. ¿Quién está allí dentro? ¿Me oyes, bastado? ¿Quién mierda eres?
Santos me alejó de un empujón.
Caí al suelo y me deslicé por la tierra.
Tenía los ojos naranjas cuando me miró con furia.
–No sé qué demonios crees que estás haciendo, pero tienes que detenerte. Tienes que…
Abrí la boca para mandarlo a callar, pero no salió ningún sonido.
Alcé la vista.
Era azul, azul, azul.
Y entonces grité, clavando las garras en la tierra.
El cielo estaba prendido fuego.
Quemaba.
Quemaba y…
QUÉ ESTÁS HACIENDO
robbie
robbie
por favor no
por favor no lo hagas
ay cielos qué te sucede
no eres
por favor por favor por favor no quiero morir
por favor me estás lastimando robbie me estás lastimando
ay cielos no
no
suéltame suéltame SUÉLTAME SUÉLTAME
robbie
robbie
ROBBIE
Cuando abrí los ojos, tenía la boca llena de sangre.
Sabía bien. A miedo. Fuera lo que fuera que había cazado me había tenido miedo.
La ansiaba.
Dejé que me cubriera la lengua.
La tragué, pero había más.
Mucha más y yo…
–Ahí estás.
Giré la cabeza.
Ezra estaba sentado junto a mi cama, en mi dormitorio.
No tenía la boca llena de sangre. De hecho, estaba seca. Tenía sed.
–¿Qué sucedió? –pregunté, con la voz ronca. Carraspeé–. ¿Lastimé a alguien?
Casi prefería no saber la respuesta.
–No –contestó Ezra, sacudiendo la cabeza, con aspecto cansado–. Por supuesto que no. Te desmayaste. Santos te encontró. Dijo que estabas… No importa qué dijo. ¿Cómo te sientes?
–Como si fuera la mañana siguiente a la luna llena. Confundido. Embotado.
–Mmm. ¿Te has exigido de más, quizá? Suele suceder.
Читать дальше