Luis Íñigo-Madrigal - Propios y Próximos
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e) … y nos sentimos parte del pueblo .
También el verbo de esta frase es significativo. Sentirse equivale a considerarse, esto es, más allá del voluntarismo que indica, a no ser realmente.
Como escribió Gramsci, refiriéndose a los italianos de su época,
Los intelectuales no salen del pueblo aunque, accidentalmente, algunos de ellos sean de origen popular; no se sienten ligados a él (aparte de la retórica), no lo conocen ni sienten sus necesidades y aspiraciones, sus sentimientos difusos; con relación al pueblo son algo separado, sin fundamento, es decir una casta y no una articulación del pueblo mismo, con funciones orgánicas 24,
y aunque al caso de los escritores del 38 esas ideas no pueden aplicarse puntualmente, es posible que en ellos pesase un difuso sentimiento semejante, culpable, que les llevó a intensificar, en su obra, su incondicional adhesión al pueblo 25.
f) Nos impulsaba un ansia apasionada y vaga de cambiar la vida nacional …
Ansia apasionada es casi una redundancia: ansias, anhelos, deseos o aficiones vehementes son prácticamente una y la misma cosa. La contradicción entre la intensidad de esos movimientos anímicos y su vaguedad (incrementada por la tensión entre la esperanza de “cambiar la vida nacional” y el temor de que el nuevo intento fuera, otra vez, fallido) encuentra plena expresión en el género novelesco, esa “búsqueda de valores auténticos en un mundo degradado por un héroe degradado”. Si el nuevo héroe novelesco era, regularmente, un héroe colectivo (el pueblo o sectores de él), persistía, sin embargo, el carácter difuso de los valores que perseguía; es más, esos valores auténticos, también en el caso del autor, se manifestaban como un deber ser y no como una realidad plena y efectivamente vivida. Al pueblo se le quería ahora no solo protagonista de la obra, sino de la historia; pero en uno y otro caso su concepción era, en más de un sentido, romántica.
g) … de dar al obrero y al campesino y también al escritor y al artista un sitio de dignidad bajo el sol …
En un artículo famoso publicado en 1925, el peruano José Carlos Mariátegui se refería a las frecuentes quejas de los artistas y escritores contra la sociedad burguesa:
Entre los descontentos del orden capitalista, el pintor, el escultor, el literato, no son los más activos y ostensibles pero sí, íntimamente, los más acérrimos y enconados. El obrero siente explotado su trabajo. El artista siente oprimido su genio, coartada su creación, sofocado su derecho a la gloria y a la felicidad. La injusticia que sufre le parece triple, cuádruple, múltiple. Su protesta es proporcionada a su vanidad generalmente desmesurada, a su orgullo casi siempre exorbitante 26.
Los novelistas del 38, para poner las cosas en su lugar, no se distinguieron por las características negativas que enumeran las últimas palabras de Mariátegui. Talvez por ello su protesta, al revés de la que como común señalaba el peruano, no se enderezó hacia el rechazo del presente por la nostalgia del pasado, sino al rechazo del pasado por la esperanza del futuro. Sin embargo, aquel temple de ánimo general, el aborrecimiento al orden burgués que oprime su libertad creadora, está sin duda en la base de la adscripción de estos escritores al pueblo; en la base también de esa curiosa enumeración (obrero - campesino - escritor - artista) cuyos disímiles elementos se unen a partir de la voluntad de los últimos, en una concepción nuevamente romántica.
h) … de crear una nueva atmósfera donde la poesía ocupara una silla dorada en el proscenio .
El afán de colocar a la “poesía” en el lugar del escenario más próximo al público es congruente con lo dicho hasta el momento. El que, además, la poesía “ocupara una silla dorada ” merece alguna observación. Por una parte remite a ese lugar feliz, futuro, a esa Edad Dorada que el nuevo proyecto histórico, con la participación popular, acarreará a la nación. Pero esta silla dorada es un mueble lujoso en el que se presentan muchas de las características de la literatura del 38.
Asiento para una sola persona (supongamos: para el pueblo, héroe colectivo), cumple una función práctica: la función social que le asigna a la literatura el grupo a que nos referimos; pero esa condición utilitaria se reviste de oropeles que, de alguna manera, la realzan. La singular voluntad de ‘estilo’ que anima a los treintaiochistas, su preferencia a menudo abrumadora por un lenguaje literario cargado de imágenes de todo tipo, la concepción del lenguaje ‘literario’ como otro lenguaje, ese relumbrón de similor que se advierte en muchas de sus obras, son el “dorado” de la silla. Se pretende dignificar así el nuevo sector material atraído a la narrativa, revelando una suerte de desconfianza en la legitimidad propia del nuevo objeto.
El caso más destacado en este aspecto es, sin duda, el de Juan Godoy 27, cuyos personajes (marginados sociales, elementos de las masas urbanas periféricas, a veces lumpen-proletariat) utilizan un lenguaje barroco y conceptista que establece no solo la distancia entre lo vivido y lo representado, sino también entre lo narrado y el narrador 28.
i) Queríamos imponer escalas de valores en que la inteligencia, el espíritu de sacrificio por la belleza, el pueblo y el país, desplazaran al gobierno podrido de los opulentos, espiritualmente exhausto, inculto, mediocre y vacío.
La gradación de la primera parte de esta frase, esa “escala de valores” que asciende desde la “inteligencia” hasta el “país”, muestra en sus diversos elementos una referencia inequívoca a los diferentes grupos que conforman el proyecto de futuro que se gesta en el período representado por la novelística del 38: las clases medias radicalizadas (sobremanera estudiantes, profesionales, intelectuales); los ‘artistas y escritores’, considerados como un grupo social con entidad propia; el “pueblo”, concebido abstractamente pero como un miembro diverso dentro de la enumeración; y, finalmente, “el país” que, en el interior de esta acumulación coordinativa-creciente ocupa el lugar más alto, aunque también, como el resto de los elementos del conjunto, ostenta una condición abstracta y una existencia independiente.
La segunda parte es una enumeración que antepone el concepto colectivo (“el gobierno podrido de los opulentos”) y que, por tanto, resalta particularmente el último miembro de conjunto: “vacío”.
Al llenar ese vacío se endereza la acción política y social de las clases medias urbanas, pero para lograrlo precisan del concurso de otros sectores. La representación narrativa de nuevos contenidos está en relación de homología, en el terreno literario, con ese proceso sociopolítico. El protagonismo del proletariado urbano ( La sangre y la esperanza, etc.) o minero (Mi camarada padre, Norte Grande, etc. 29); de las masas urbanas periféricas (La vida simplemente, Angurrientos, etc. 30); del campesinado, que por aquellos tiempos comienza a politizarse 31( Ranquil, Tierra fugitiva 32), reconoce una doble motivación sociológica que puede reducirse a una: por una parte el fenómeno migratorio campo-ciudad que hacia aquellos años alcanza su más alta expresión 33, pero por otra el creciente protagonismo de los sectores populares en la vida nacional y su imprescindible concurso en el nuevo proyecto de futuro.
j) Fueron sueños dichos en voz alta .
Evidentemente sueños se utiliza aquí en el sentido figurativo de deseo o esperanza que carece de fundamento. Sin embargo, la dimensión prospectiva de esos sueños solo está relacionada con la actividad pública, no literaria, de los hombres del 38; lo dicho en voz alta, la literatura de los treintaiochistas, en cambio, se refería al pasado (o a lo que se quería pasado) social. Las imágenes y escenas que aparecían en sus novelas habían sido elegidas específicamente y cumplían una misión absolutamente determinada para la situación del ‘soñador’ en la época en que los elaboraba. La función compensadora frente a aquellas imágenes y escenas de índole traumática se cumplía ahora, por una curiosa inversión, en los “sueños dichos en voz alta”: las esperanzas y la actividad político-social de estos novelistas.
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