—A ver;… ¡venid para acá!
Le seguimos hasta su despacho.
—Por favor; sentaos. —nos ordenó.
Lo hicimos los tres, en unas sillas que dispuso frente a su escritorio.
—No sé quiénes sois —dijo dirigiéndose a Gabino y a mí—. Y en este momento de incertidumbre, no es aconsejable fiarse de nadie; por buena sensación que causen. Pero, basta que seáis amigos de mi hijo, para que yo admita su buen criterio.
Continuó:
—Nuestra familia no vive ahora un momento muy tranquilo, y las circunstancias que nos rodean son muy inciertas. Solamente por vivir aquí, en esta casa que se ve lujosa, y tener una buena situación, podemos ser víctimas de la barbarie anarcosindicalista y de las exaltadas masas populares. De hecho, ya está pasando. En algunos casos, están entrando a saco en los domicilios particulares y robando lo que les da la gana con la excusa de requisar para la República. Y eso no es lo peor… Ayer mismo me dijeron que unos cuantos de esos que andan por la calle con fusiles, entraron en casa de un señor que vive por aquí cerca y cuyo único delito era tener una pequeña fábrica con una docena de empleados. Y no solamente saquearon su domicilio y confiscaron su coche, sino que además violaron a su hija y a él se lo llevaron… Ya podéis imaginar dónde… Menos mal que yo no tengo obreros que vengan a acusarme de explotador. Soy un simple abogado laboralista que he respetado a todo el mundo; aunque pueda ser que alguno que no haya quedado satisfecho con mi intervención me la tenga jurada.
—Como tú has dicho antes, Mariano —continuó dirigiéndose a mí—, cuando explicabas vuestra postura en esta España dividida, en esta familia respetamos el orden y deseamos que se restablezca lo antes posible. Tampoco abogamos por la violencia ni por la represión, pero somos conscientes de que no es la forma en la que ahora se están desarrollando las cosas. Las represalias, la venganza, la envidia y el odio son actitudes y sentimientos que afloran en un momento de descontrol como el que vivimos. Tenemos miedo de los criterios que esos exaltados se pueden formar sobre nosotros, porque de ellos pueden depender nuestras vidas.
—Si os ayudo, será con los ojos cerrados —dijo ahora mirándonos a los dos alternamente— Lo haré sin pensarlo y dejándome llevar por los sentimientos, más que por la razón. No sé si en estos inciertos momentos os podéis meter en algún follón o adoptar una postura más radical. Si eso fuese así y supieran que yo os he ayudado, nuestra familia correría peligro; y a mí, no sé qué me harían… aunque podéis intuirlo.
—Lo comprendemos, don Manuel. No se preocupe, ya nos las arreglaremos… —intervine yo. Y me levanté de la silla con intención de no agobiar más y marcharnos.
Gabino, titubeante también se levantaba. Salía ya por la puerta del despacho, comprendiendo su postura, cuando escuché que nos llamaba.
—¡Un momento! —nos detuvo don Manuel levantando la mano—. A mí también me da que sois buenos chicos… Y por eso voy a ayudaros en lo que pueda.
Volvimos a sentarnos despacio, en silencio y sin levantar la vista y esperando lo que quisiera decirnos.
—Vamos a ver —dijo dirigiéndose a su hijo Juanito—. La prima Antonia, sabes que tiene una pensión en la calle Fuencarral. Ahora, tal y como está la situación, no tiene huéspedes. He hablado antes con ella por teléfono y le he pedido que, por favor, acoja a tus amigos por unos días. Tampoco se fía mucho de la gente. Por eso, Juanito, tú tendrás que acompañarlos, para que no desconfíe. Tened mucho cuidado y evitad los tumultos en la calle. No intervengáis en nada y procurad pasar desapercibidos. Cuando los dejes allí alojados, vuelve inmediatamente a casa. Por favor, no nos tengas en vilo.
—Y vosotros, si necesitáis algo u os encontráis en algún apuro —nos dijo mirándonos—, podéis llamar a Juanito por teléfono. Si puedo, intentaré ayudaros. El número del teléfono Juanito os lo dará. No lo escribáis en ningún papel. Aprendedlo de memoria. Es más seguro. No quiero que nos relacionen.
—Muchas gracias, Don Manuel —dije— No queremos ponerle a usted en ninguna situación comprometida. Le estamos muy agradecidos y esperamos no tener que molestarle
—No es molestia —dijo ofreciéndonos su mano— Hay valores, como el de la amistad, que no podemos perder. Sois amigos de mi hijo y eso hace que también lo seáis míos.
—Y el de el agradecimiento, Don Manuel —volví a decirle— Siempre le estaremos agradecidos
Regresamos a la cocina a despedirnos de la madre y la hermana de Juan. Allí estaba también el pequeño, Raulito, que inmediatamente se lanzó sobre su hermano Juanito con la alegría desbordada de su corta edad. Me pareció un chico educado y espabilado.
—Adiós, señora. Muchas gracias por todo —nos besó en la mejilla y su hija, Aurorita, también se apresuró a besarnos, primero a Gabino y después a mí.
Me dio la sensación de que el beso que me daba a mí se prolongaba más de lo normal. Si no era así, al menos fue lo que yo deseaba, y así lo percibí… Y ¡cómo olía! Fue un momento que rememoré después durante mucho tiempo.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.