La primera de esas concepciones objetables [de Freud] es la que considera la libido como fuente y causa de las manifestaciones neuróticas. [...] Pero si traducimos el concepto de libido por el vasto y vago de amor, y manejamos los dos términos con habilidad, ampliándolos o achicándolos, según el caso, se podrá, si no explicar, al menos encerrar el devenir cósmico entero en los límites de la libido. De esta manera se logra suscitar la impresión de que todas las tendencias y todos los impulsos humanos están plenos de libido, siendo que, en verdad, no se hace sino encontrar en ellos lo que previamente se había introducido65.
Freud distingue entre el fin (Ziel) y el objeto (Objekt) de la pulsión sexual (Sexualtrieb)66. El fin sería simplemente la descarga del exceso de excitación. El objeto, aquello sobre lo que esa energía se descarga. Inicialmente, el sujeto (yo-ello indiferenciado, como lo llamará después) es el reservorio de toda la energía (ver Anexo 1). Más adelante, esa energía va a investir determinados objetos presentes en las representaciones. En principio no hay para Freud una conexión natural entre fin y objeto. Es la biografía de la persona la que los conectaría. El primer objeto significativo es la madre. Es por ello que para Freud la madre es el prototipo del objeto sexual. Atiéndase bien a esto: para Freud el único tipo de relación amorosa posible es el que ve a los otros como objetos de descarga de la energía sexual. Por naturaleza no hay aquí lugar para el amor de benevolencia, ni para ningún tipo de amor desinteresado u oblativo. De aquí procede también la expresión “relaciones objetales” (Objektbeziehung; Object-relation), que tendrá un desarrollo propio en algunos psicoanalistas posteriores (M. Klein, D. Winnicott, M. Balint, R. Spitz). Las relaciones objetales no son en Freud relaciones personales. Se trata de la relación entre un exceso de energía que debe ser descargado y el objeto que permite tal descarga. Por eso, en Freud el afecto es siempre egocéntrico. Si amo a los demás es porque a través de ellos me amo a mí mismo67.
7. El complejo de Edipo
Por ser la madre el primer objeto sexual, en la fase fálica del desarrollo de la libido aparece el complejo de Edipo (Ödipuskomplex), complejo nuclear de toda neurosis. Este complejo, conjunto de representaciones cargadas de afecto, se refiere al deseo de tener satisfacción sexual con la madre y de eliminar al obstáculo a este deseo, que es el padre. Se trataría de ocupar el lugar del padre junto a la madre, para obtener de ésta el placer sexual.
El niño toma a ambos miembros de la pareja parental, y sobre todo a uno de ellos, como objeto de sus deseos eróticos. Por lo común obedece en ello a una incitación de los padres mismos, cuya ternura presenta los más nítidos caracteres de un quehacer sexual, si bien inhibido en sus metas. [...] Los sentimientos que despiertan en estos vínculos entre progenitores e hijos, y en los recíprocos vínculos entre hermanos y hermanas, apuntalados por aquellos, no son sólo de naturaleza positiva y tierna, sino también negativa y hostil. El complejo así formado está destinado a una pronta represión, pero sigue ejerciendo desde lo inconsciente un efecto grandioso y duradero. Estamos autorizados a formular la conjetura de que con sus ramificaciones constituye el complejo nuclear de toda neurosis, y estamos preparados para tropezar con su presencia, no menos eficaz, en otros campos de la vida anímica. El mito del rey Edipo, que mata a su padre y toma por su esposa a su madre, es una revelación, muy poco modificada todavía, del deseo infantil, al que se contrapone luego el rechazo de la barrera del incesto68.
El complejo de Edipo alcanzaría su período de máximo desarrollo en la fase fálica del desarrollo sexual, entre los tres y los cinco años. A partir de los seis años, por la acción de la represión, el complejo de Edipo pasaría a su período de latencia, dando lugar a la amnesia infantil, que explicaría por qué no recordamos el conflicto edípico en la adultez. Durante la latencia del Edipo, las relaciones objetales se desexualizarían, y aparecerían los sentimientos estéticos (asco, repugnancia, etc.) y éticos característicos del adulto. Como todo lo reprimido, el Edipo tiende a resurgir en la pubertad, en la que se debe superar a través de la identificación definitiva con las figuras paternas, y la aceptación de los tabúes del incesto y del parricidio.
Esto al menos en el caso del varón. El desarrollo psíquico de la mujer sería más tortuoso, porque debe cambiar su objeto sexual inicial, la madre, por el padre, dando lugar al “complejo de Edipo invertido” (la expresión jungiana “complejo de Electra” –Elektrakomplex– es rechazada por Freud69). Para Freud los varones evolucionan más que las mujeres y por tanto prácticamente pertenecen a otra categoría de entes. Las mujeres no llegarían a desarrollar una conciencia moral sólida, ni un uso de la razón elevado, por lo que no habrían hecho ningún aporte importante a la cultura en toda la historia de la humanidad. A este respecto, Freud con frecuencia se expresa de una manera que hace que nos preguntemos qué problema tendría su psique con las mujeres. Baste de ejemplo el siguiente pasaje:
Se cree que las mujeres han brindado escasas contribuciones a los descubrimientos e inventos de la historia cultural, pero son tal vez inventoras de una técnica: la del trenzado y tejido. Si fuera así, uno estaría tentado a colegir el motivo inconsciente de ese logro. La naturaleza misma habría proporcionado el arquetipo para esa imitación haciendo crecer el vello pubiano que cubre los genitales. El paso que aún restaba dar consistió en hacer que se adhirieran unos a otros los hilos, que en el cuerpo pendían de la piel y sólo estaban enredados. Si ustedes rechazan esta ocurrencia por fantástica, y consideran que es una idea fija mía la del influjo de la falta de pene sobre la conformación de la feminidad, yo quedo, naturalmente, indefenso70.
El motivo por el cual las mujeres no podrían desarrollarse completamente como seres humanos, sería que no tendrían temor a la castración (aunque sí tengan “envidia del pene” –Penisneid–71). El varón se desarrollaría moralmente al darse cuenta de que tiene que abandonar su deseo de buscar satisfacción con su madre y que no puede matar a su padre, y esto sucedería cuando cae en la cuenta de que el padre es más fuerte y que lo puede castrar (complejo de castración –Kastrationskomplex–72). Un paso importante es darse cuenta de que la mujer ya está castrada (es decir, privada de pene). Freud tiene una visión bastante retrógrada de la mujer, la ve como un vir mancatus73. Pero para Freud la mujer no tiene la misma naturaleza que el hombre. La libido es masculina; la mujer se desarrolla menos que el hombre, casi pertenece a otra categoría. Freud dice que una mujer a los 30 años es prácticamente inmodificable, ya ha llegado a desarrollar todo lo que puede desarrollar, mientras que un varón a los 30 años se nos muestra como alguien más dinámico que puede ser psicoanalizado y formado. Para Freud el psicoanalizado ideal no es ni el neurótico, ni la mujer, es el varón normal de 30 años:
Un hombre que ronde la treintena nos aparece como un individuo joven, más bien inmaduro, del cual esperamos que aproveche abundantemente las posibilidades de desarrollo que le abre el análisis. Pero una mujer en la misma época de la vida nos aterra a menudo por su rigidez psíquica y su inmutabilidad. [...] es como si el difícil desarrollo hacia la feminidad hubiera agotado las posibilidades de la persona74.
8. Neurosis y perversión
Las vicisitudes de la sexualidad infantil serían, entonces, las responsables del surgimiento de la patología psíquica, especialmente de las psiconeurosis y perversiones (parafilias):
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