Kristen Simmons - Punto de quiebre (Artículo 5 #2)

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Punto de quiebre (Artículo 5 #2): краткое содержание, описание и аннотация

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Segunda entrega de la saga Artículo 5.Tras fingir sus muertes para escapar de la prisión, Ember Miller y Chase Jennings solo tienen un objetivo: mantener un perfil bajo hasta que la Oficina Federal de Reformas olvide que existieron. No obstante, ahora que son casi unas celebridades, a raíz de sus desencuentros con el Gobierno, Ember y Chase son reconocidos y aceptados por la Resistencia, donde todos los ojos están puestos en el francotirador, un asesino anónimo que derrota a los soldados de la OFR uno por uno, al menos hasta que el Gobierno publica su lista de los más buscados, donde el sospechoso número uno es la propia Ember, y las órdenes son disparar a matar.

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—¿Ustedes dos dónde estaban? —preguntó.

—Ahora no, Riggins —le advirtió Chase, y para mi sorpresa, Riggins asintió lentamente con la cabeza y guardó silencio.

Billy se abrió paso a codazos hasta donde estábamos, con su rostro rojizo. Llevaba alzada a Gypsy, que daba alaridos a causa de todo el ruido.

—¿Pueden creerlo, chicos? —La gata clavó sus dientes en la muñeca de Billy, y él soltó un aullido y la puso en el suelo. Gypsy salió corriendo por entre nuestras piernas.

—¿Qué está pasando? —A Chase nada de esto le parecía divertido.

Sean nos llevó a través del corrillo de gente hasta la sala de vigilancia, donde Wallace se paseaba de un lado a otro. Si no fuera por la sonrisa de oreja a oreja que tenía, habría creído que estaba muy angustiado.

Chase agarró un radio que estaba sobre la mesita y lo sintonizó en la frecuencia correcta. Lo pusimos entre nosotros acercándolo a la oreja, mientras nos tapábamos la otra oreja con la mano para acallar el ruido. Era el canal de la OFR y se oía el chisporroteo de una voz masculina:

—… Todas las unidades a la plaza de mercado. Hay un código siete vigente, repito, código siete. Cuatro soldados heridos a causa de disparos provenientes desde lo alto, acción individual, asalto con rifle de largo alcance. Todas las unidades quedan autorizadas para responder a los disparos.

—Llevan una hora repitiendo el mismo mensaje —dijo Sean.

—¿El francotirador? —Sentí que me ponía lívida—. ¿Qué es un código siete?

—Un código siete es el ataque a un soldado por parte de un civil. —Chase se puso serio. Parecía como si él y yo fuéramos los únicos a quienes aquello les parecía una señal de advertencia—. ¿Hay noticias de los nuestros? —le preguntó a Wallace.

—Nada todavía —dijo Wallace, y su sonrisa desapareció—. Regresarán cuando puedan.

Cerré los ojos.

—Probablemente están atrapados en medio de este alboroto.

No quería decirlo, y mucho menos visualizarlo. Pero ya era demasiado tarde. Tal vez todos los que estábamos ahí no éramos amigos del alma, pero no quería ver muerto a ninguno de ellos.

—Esos son los riesgos a los que nos exponemos —dijo Wallace, simple y llanamente, y a pesar de lo mucho que quería controvertirlo, él tenía razón.

—Tenemos que redoblar la vigilancia del perímetro —le dijo Chase a Wallace—. Ahora, antes de que los soldados empiecen a revisar los barrios bajos y el campamento.

Wallace bajó el ritmo hasta detenerse y sacudió la cabeza, como si estuviera despertándose de un sueño.

—De acuerdo, Jennings —dijo.

* * *

SE REFORZÓ LA SEGURIDAD, tal como recomendó Chase. Casi todo el mundo fue enviado fuera del edificio, asignado a tareas que protegían la seguridad de nuestro baluarte. Solo quedamos unos pocos: Billy, Wallace y yo. Incluso Chase fue enviado a vigilar el vestíbulo del motel.

Yo me había quedado en el cuarto piso, desasosegada desde que había escuchado el reporte de que el francotirador estaba tan cerca. También quería hacer algo, aunque no sabía qué.

Pasaron cuatro horas sin que hubiese movimiento alguno. Escuché los reportes de radio, que confirmaron que cuatro soldados habían sido abatidos por disparos de un francotirador ubicado en el techo de un edificio que daba sobre la Plaza. Se había presentado un tumulto breve y nueve civiles habían perdido la vida en el fuego cruzado. Rogué por que ninguno de ellos fuera de nuestro grupo.

Ya muy tarde regresaron tres de los nuestros, oliendo a sudor y con la ropa manchada de hollín. No habían visto a los demás, pero trajeron la noticia de que la Plaza fue cerrada por los soldados y que estos obligaron a todo el mundo a tenderse en el suelo hasta que evacuaran los techos de todos los edificios. Habían arrasado el campamento en el fragor de la búsqueda.

Dos horas más tarde regresaron Houston y Lincoln, quienes se burlaron de la locura que habían presenciado allá fuera. Era una risa algo forzada, tal vez, pero el hecho es que reían.

Nadie mencionó a Cara; ni siquiera Billy, a quien le había costado mucho trabajo mantener la boca cerrada.

Cada vez más aumentaba mi irritación con los reportes de radio. Pasaban una y otra vez el mismo mensaje. Las víctimas del francotirador ya sumaban once. Las carreteras habían sido cerradas, lo que significaba que nadie que no trabajara para la OFR podía entrar o salir de Knoxville. Las cosas habían cambiado. Algo se sentía diferente en la ciudad, incluso al interior del Wayland Inn.

Esa noche nadie dijo ni una palabra durante la cena, ni siquiera para quejarse por las arvejas, que estaban amarillentas después de todo el tiempo que llevaban enlatadas.

PASADO EL TIEMPO, al recordar la reunión que tuvo lugar a la mañana siguiente, habría sido capaz de identificar al menos una docena de pistas que deberían haberme hecho comprender que todo estaba a punto de cambiar: la forma como Billy se negaba a mirarme a los ojos, por ejemplo, o como Wallace me miraba fijamente, perdido en sus pensamientos, y luego la forma como ignoró a Riggins cuando preguntó si Cara se había reportado; la forma como los radios, que habían estado cubriendo distintos canales durante toda la noche, se quedaron todos en silencio.

—Silencio —dijo Wallace. Su expresión era una combinación de asombro y preocupación, como si algo lo tuviera muy sorprendido. Eso hizo que mi estómago se volviera un nudo. Wallace nunca se sorprendía con nada.

—Es Cara —le susurró Lincoln a Houston. Tenía el rostro de un color cenizo, lo cual resaltaba sus pecas.

—La perdí de vista —dijo Houston, más para sí mismo—. Antes incluso de que empezara el tiroteo. —Luego soltó una maldición terrible, iracundo.

—Ella suele hacer eso —dijo uno de los otros chicos—. No te preocupes. Cara solo sigue sus propias reglas. Eso no significa nada. Siempre reaparece.

Me di la vuelta para ver al chico que había hablado. No era mucho más alto que yo y tenía una barba desigual y una nariz puntiaguda. Le decían Sykes.

Wallace levantó el radio de mano.

—Comenzaron a transmitir un nuevo comunicado hace unos veinte minutos —dijo—. Tarde o temprano todos van a enterarse, entonces lo mejor será que enfrentemos esto juntos. Como una familia.

El radio siseó con estática mientras Wallace lo ponía en la frecuencia correcta.

La voz reconocida de un periodista llenó el silencio del corredor, donde la preocupación por Cara amenazaba con desbordarse:

—… La oficina de inteligencia de la OFR ha emitido una lista de cinco sospechosos que se cree que están colaborando con el francotirador. Todas las bases de la Región Dos-quince tienen instrucciones para difundir en la comunidad fotografías de estos individuos y ofrecer vales de raciones para compensar pistas válidas. Se pone en efecto un código uno para los siguientes fugitivos:

”John Naser, alias John Wright, extremista religioso infractor del artículo uno; Robert Firth, antiguo capitán de la OFR, sospechoso de venderles armas a los civiles; Patel Cho, activista de los derechos políticos, que evadió la captura durante las demostraciones de los artefactos explosivos de larga distancia en la Zona Roja Uno.

Miré a través del corredor a Chase, cuya expresión se había tornado más sombría. Nunca había oído hablar sobre artefactos explosivos de larga distancia, pero sabía lo que podían hacer las bombas. Cuando era niña, había visto en las noticias lo que pasaba después de las explosiones.

—… Aiden Dewitt, antiguo doctor en medicina, responsable por la muerte de cinco oficiales de la OFR durante una inspección casera de rutina.

Recordaba al doctor Dewitt. Era oriundo de algún lugar de Virginia y había estado en boca de todo el mundo en el comedor comunitario unos cinco años atrás, después de que se divulgó en mi ciudad la noticia sobre cómo había perdido el control. Algunos de los otros estaban susurrando; supongo que ellos también lo habían oído nombrar.

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