Eduardo Cartea Millos - Las siete fiestas de Jehová

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Las siete fiestas de Jehová, el nuevo libro escrito por Eduardo Cartea Millos, es un estudio basado en Levítico, un libro de una gran importancia y trascendencia en el que el autor explica las celebraciones de las siete fiestas y ayuda al lector a entender la interrelación que existe en la cultura Judía, el Dios del Antiguo Testamento, Jehová y su relación con el Nuevo Testamento.
El libro amplía el tema para estudiar y explicar esas celebraciones de las siete fiestas y entender la interrelación que existe en la cultura Judía, el Dios del Antiguo Testamento, Jehová y su relación con el Nuevo Testamento. También analiza sus simbolismos, el propio carácter de Dios; y así mucho otros temas que aparecen en las 7 fiestas solemnes de Jehová.
Las siete fiestas de Jehová de Eduardo Cartea Millos basado en Levítico, es un estudio amplio de las siete fiestas solemnes de la cultura Judía; su simbolismo, tipología y la interrelación con el Nuevo Testamento.
Eduardo Cartea Millos es Licenciado en Teología, pastor, profesor y director del Instituto Bíblico Jorge Müller, y responsable junto a otros escritores del Tratado de Estudios Bíblicos y Teológicos en cuatro tomos del IBJM y también ejerce el ministerio de la enseñanza en su iglesia, iglesias en Argentina y en otros países.
Ha ejercido por años un ministerio musical como organista y director de coros. Está casado con Ma. Ligia Pérez, viven en Buenos Aires, Argentina, y tienen un hijo, Mariano Sebastián

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–En el mes primero: Pascua, día 14; Panes sin levadura, días 15 al 22 y desde ese día, las Primicias.

–En el mes tercero: Pentecostés.

–En el mes séptimo: Trompetas, día 1; de la Expiación, día 10 y Tabernáculos, día 15.

Observamos que en torno a las festividades de Israel hay una serie de “sietes” muy notable, de modo que deben tener, sin duda, un significado singular.

Notemos: se contaban siete semanas desde el comienzo del año eclesiástico y se celebraba la fiesta de Pentecostés. El mes séptimo era el mes más sagrado, comenzando con la Fiesta de las Trompetas y concluyendo con la de los Tabernáculos. Cada año séptimo era llamado “año sabático” y después de siete series de siete años, se llegaba al año del Jubileo. Por otra parte, durante el año había siete días que eran los más festivos, y en los cuales no estaba permitido realizar “ninguna obra de siervos”2

Indudablemente, el siete es un número prominente en las Escrituras, y es el que más se menciona. 3 Siete es el número de la perfección espiritual.

El significado del término siete —heb. Shevah— proviene de una raíz hebrea —savah— que significa “estar satisfecho, tener algo de forma suficiente”. Así que está asociado a la idea de consumación, cumplimiento y perfección. El siete, pues, encierra la idea de algo completo, perfecto, pleno. Como en los colores, como en la música, por ejemplo. Pero, sobre todo, puede verse claramente en el hecho de que en el séptimo día Dios descansó de la obra de la creación. Esto se verá más claramente cuando estudiemos el sábado. Dios descansó porque quedó satisfecho de su obra. Génesis 1.31: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”.

Es notable que la semana de siete días es observada universalmente e históricamente en todas las naciones y en todo tiempo.

A través de toda la Sagrada Escritura, maravillosamente se puede ver el número siete repetido en innumerables tipos y símbolos, nombres, títulos, milagros, doxologías, etc. 4

De este concepto deriva el término hebreo shavath, que significa cesar, reposar, estar satisfecho, y de este tenemos Shabbath o Sabbath, es decir, sábado o día de reposo, de descanso.

Dentro de este panorama de fiestas anuales, dice A. Edershe: 5

“Se pueden distinguir dos o hasta tres ciclos festivos. El primero comenzaría con el sacrificio de la Pascua y terminaría en el día de Pentecostés, para perpetuar la memoria del llamamiento de Israel y de la vida en el desierto; el otro, que ocurre en el mes séptimo (de reposo), señalando la posesión por parte de Israel de la tierra y su homenaje reconocido a Jehová. Puede que deba distinguirse el Día de la Expiación de estos dos ciclos, como intermedio entre ambos, pero poseyendo un carácter peculiar, tal como lo llama la Escritura: “un Sabbath de Sabatismo”, en el que no solo estaba prohibido hacer “obra servil”, sino que, como el sábado semanal, estaba prohibido el trabajo de todo tipo”. 6

Las fiestas, esencialmente, eran “sabáticas” en su carácter. La exclusividad de esos días se demuestra por los enfáticos términos hebreos con que se señalan: sabbath sabbathon. Equivale a decir: un “sábado de sabatismo”, o, un “sábado de solemne descanso”. No se permitía absolutamente ningún trabajo.

La santidad de este concepto responde a dos razones:

- Eran un recuerdo del descanso de Dios. Cuando Dios hizo al hombre, como cumbre de su actividad creadora, descansó (Gn. 2.2, 3). El pecado interrumpió ese descanso “sabático”. La creación fue sujeta a vanidad (Gn. 3.17, 28; Ro. 8.20). Dice S. H. Kellogg 7:

“En ese estado de cosas, el Dios de amor no pudo descansar y se vio envuelto en el trabajo de una nueva creación que tenía por objeto la completa restauración del hombre y la naturaleza, recordando que el estado de reposo de todas las cosas en la tierra se había quebrado por el pecado. Ello significó que el sábado semanal no solo miraba hacia el pasado, sino también hacia el futuro; y hablaba no solo del descanso que proporcionaba, sino también del gran descanso del futuro, a ser provisto a través de la promesa de redención”.

- Justamente, la segunda razón incluía un concepto de redención, como se ve claramente en Éxodo 31.13. Era una señal a través de las generaciones futuras de que Jehová, el Señor, había santificado para sí a aquel pueblo, a través del cual extendería su salvación a todas las naciones. También se lee en Deuteronomio 5.15, donde dice: “Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo”.

El librarles de la esclavitud de Egipto fue para aquel pueblo un verdadero descanso. Así como para aquellos que somos de Cristo, su redención y liberación del yugo del pecado y Satanás significa un verdadero descanso (Mt. 11.28-30).

Como ya comentamos arriba, aunque son siete las fiestas, 8en Deuteronomio 16 encontramos detallada la ordenanza divina tocante a las tres grandes fiestas anuales a las cuales debían concurrir todos los varones al lugar donde Dios era adorado. Estas son: la Pascua y los panes sin levadura (las dos eran consideradas como una sola), la de Pentecostés y la de los Tabernáculos. Dice G. A. 9: “La Pascua recordaba la aflicción de Egipto; Pentecostés preanunciaba el gozo compartido con los gentiles (los dos panes); y los Tabernáculos, el gozo completo: “estarás ciertamente alegre”. Y agrega, como aplicación espiritual: “El israelita como el cristiano ahora, no se presentaba ante Dios para adquirir una bendición o un mérito, sino para dar gracias, según la bendición recibida”.

La vigencia de congregarse

Dice J. Burnett 10:

“En realidad eran meses en que estaban muy ocupados en sus tierras, pero era necesario ser obedientes primero a los reclamos de Dios. Sus planes anuales, y también de forma perpetua sus vidas enteras giraban alrededor de los compromisos con Dios y su casa. Estos compromisos establecieron sus prioridades y la mayordomía de su tiempo y sus bienes”...

“Los encuentros tres veces por año promovieron el espíritu de unidad en la nación y de esta manera evitar los peligros del aislamiento y la fragmentación en el pueblo de Dios”.

Y agrega:

“Los peligros del aislamiento y de la fragmentación son evidentes en la actualidad. Las reuniones de células, o las de los grupos pequeños pueden ser provechosas, muy especialmente para los creyentes nuevos y el pastoreo general, pues permite un mayor acercamiento de las personas. Deben ser un suplemento pero no un reemplazo de las reuniones congregacionales”.

Sin duda, en la Escritura tenemos clara referencia a la necesidad de que la iglesia local esté reunida en un solo lugar. Esta práctica, no solo era la que el pueblo de Dios mantenía en el principio (Hch. 2.44; 1Co. 11.18; 14.23), sino que además, promueve el orden (1Co. 14.40), la unidad armoniosa y la bendición de la congregación (Sal. 133.1-3). No dejemos de congregarnos (Heb. 10.25).

Eran solemnes. Llamadas fiestas solemnes o solemnidades (Lv. 23.2). Debían observarse como un mandamiento divino. Eran tiempos fijados por Dios para acercarse a Él y para presentarle sacrificios en su honor. Que fueran solemnes no significa que fueran pomposas, litúrgicas o formales. Eran fiestas, por lo tanto, su carácter era festivo. Eran días en los cuales imperaba la alegría y el regocijo. Como dijimos en el capítulo anterior, salvo una de ellas, el día de la Expiación —precedida por la fiesta de las Trompetas— que era tiempo de ayuno, de recogimiento, las demás eran fiestas para reconocer la bondad de Dios para con Su pueblo, y por lo tanto la gratitud y la alegría eran la tónica. Pero todas respondían al precepto divino y a tiempos sagrados dedicados al Señor. Por eso estas santas convocaciones eran solemnes.

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