William Nordling - Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II

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Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II: краткое содержание, описание и аннотация

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La psicología no es más que una de las principales tradiciones de sabiduría que han intentado comprender a la persona. Otras fuentes de sabiduría, como la antigua tradición filosófica occidental y la tradición teológica judeocristiana, con sus tres mil años de antigüedad, también han contribuido de manera significativa a nuestra comprensión de la persona. Colectivamente, estas tres tradiciones —psicología, filosofía y teología— ofrecen percepciones únicas y complementarias de la persona, y la exclusión de cualquiera de las tres disminuye o distorsiona nuestra comprensión de la naturaleza humana.
El objetivo principal de la presente obra es emplear estas tres tradiciones de sabiduría para conseguir desarrollar un marco integrador, sintético, integral y realista que permita comprender a la persona: el Meta-Modelo Cristiano Católico de la Persona (MMCCP). Y el objetivo final de la presente obra es demostrar cómo dicho Meta-Modelo puede enriquecer enormemente las ciencias psicológicas, así como la práctica de la salud mental.

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A la vez, es necesario tener en cuenta que la capacidad humana para comprender la ley moral natural, así como para adquirir la virtud de la sabiduría práctica, ha quedado afectada negativamente por la caída humana (Aquino, 1273/1981, I-II, 85.3; CIC, 2000, §1811, §1960; Juan Pablo II, 1993, §36; capítulo 18, «Caída»). La gracia santificante de Cristo es necesaria para restaurar y justificar nuestra naturaleza humana caída, tras lo cual la persona puede beneficiarse de nuevo, disponiendo de la «razón correcta» (esto se puede observar, por ejemplo, en el efecto que la caridad teológica produce sobre el discernimiento racional de la justicia social) (CIC, 2000, §1889). La gracia santificante de Cristo también proporciona a la persona que responde la oferta de redención de Dios, una ley divina de amor, que dirige la vida humana hacia la bienaventuranza sobrenatural en Cristo (Mt 22:37-40; Aquino, 1273/1981, I-II, 91.4 ad 1). Asociada con la recepción de su ley divina (que involucra la gracia del Espíritu Santo dentro del corazón de la persona —Jer 31:33; Rom 5:5; Heb 10:16; CIC 2000, §1966), la persona recibe también la gracia de un tipo especial de virtud moral (Aquino, 1272/1999a, a. 10). Entre estas virtudes morales infusas se encuentra la sabiduría práctica cristiana única, que ayuda a la persona a ejercer su razonamiento moral con referencia a la ley divina y hacia el objetivo de la beatitud (Aquino, 1273/1981, I-II, 63.4; II-II, 47.14 ad 3). En este sentido, el razonamiento práctico cristiano es único, en el sentido de que está habilitado por la gracia de Dios, animado por la caridad teológica, y orientado a un fin espiritual último.

De este análisis se desprende que un buen razonamiento práctico depende de la consideración de numerosas fuentes diferentes (por ejemplo, la ley moral natural, la ley civil, la ley divina), así como del desarrollo de las fortalezas del carácter virtuoso, tal y como se sugiere en los escritos del movimiento de psicología positiva (Joseph y Linley, 2006; Peterson y Seligman, 2004). Un buen razonamiento moral requiere un buen carácter, así como un buen apoyo interpersonal. No se trata de un acto intelectual aislado, mediante el cual se pueda llegar automáticamente a conclusiones correctas. De la misma forma, el correcto razonamiento moral no es mecánico —como se produciría en una calculadora o utilizando un algoritmo—, sino que también se basa en compromisos interpersonales y llamadas personales, así como en emociones y experiencias.

Cualquiera que se haya enfrentado a un conflicto de intereses o a un caso difícil, puede ser testigo de que tales situaciones requieren que informemos a nuestras conciencias y recurramos a la competencia y sabiduría de los demás, y a la nuestra propia. Aunque los cristianos siempre permanecen imperfectos en muchos aspectos, buscan seguir a Cristo, sirviéndose de prácticas de origen cultural, filosófico y religioso que permitan desarrollar su carácter moral y espiritual. En la formación de la conciencia personal, los católicos cristianos recurren específicamente a los recursos de la tradición viva. También practican su fe a través de la oración, la liturgia, los sacramentos y los actos de misericordia y caridad. Asimismo, buscan el consejo de otras personas: a través de amigos sabios, directores espirituales, del estudio de la vida de los santos, y fundamentalmente, mediante la guía del Espíritu Santo (Jn 14:26; CIC, 2000, §1811; Cessario, 1996, pp. 162 y 169; Juan de Santo Tomás, 1644/2016; Pinckaers, 2005, pp. 385 a 395; véase también el capítulo 19, «Redimida»). El sermón de la montaña de Jesús (Mt 5-6), así como las exhortaciones morales de san Pablo nos aportan principios que nos permiten formarnos consciencias, reflexiones prácticas y actos morales. Por ejemplo, a través del servicio a los pobres y en la defensa de la vida (Juan Pablo II, 1995, §93; Pinckaers, 2005, pp. 321-341).

BELLEZA

Ser racional permite a las personas experimentar la belleza de una manera profunda. De hecho, los humanos estamos hechos para la belleza. La búsqueda de la belleza surge como una inclinación natural (Juan Pablo II, 1993, §51) y lleva a una persona más allá de sí misma, en una relación con lo que es bello. Esta inclinación significa que las personas disponen de una capacidad estética por naturaleza. Este sentido se desarrolla a través de la cultura, que permite apreciar la belleza y estar más en sintonía con ella. Los seres humanos nos sentimos atraídos por la belleza bajo sus muchas formas, como la naturaleza, la cultura, la música, la danza y las bellas artes (Scruton, 2011, 2012).

Las personas contemplan la belleza desde el primer momento de su ser y en su muerte. La naturaleza transitoria de la mayor parte de la belleza (por ejemplo, de un amanecer o de una pieza musical) empuja a las personas a buscar otra belleza siempre presente y eterna. De manera similar, los científicos pueden encontrar la belleza en el orden natural y la grandeza del cosmos (Dubay, 1999). Por ejemplo, un científico podría reflexionar sobre la maravilla de la fotosíntesis y del orden inherente a la tabla periódica de elementos.

Asimismo, inspirados por las maravillas de la belleza, las personas buscamos hacer cosas bellas. Imitamos lo que observamos, y buscamos replicar la belleza descubierta y, por lo tanto, contribuimos con algo de nosotros mismos al hacerlo. Esta noción no reduccionista de la belleza nos permite buscar sus niveles más profundos, como los que se encuentran en cada persona, familia y cultura, y en el medioambiente. Todas estas afirmaciones básicas sobre la belleza nos llevan a reflexionar sobre varias cuestiones: ¿De dónde viene la sed humana de belleza? ¿Qué es único en muchos de los aspectos de la belleza humana? y ¿Cómo exige la belleza una respuesta como la contemplación y el elogio de su origen?

¿CUÁL ES LA BASE DE LA SED HUMANA DE BELLEZA?

La belleza, luminosidad, armonía e integridad son cualidades de todo lo que existe, incluso cuando estas cualidades están ocultas a la vista directa. Una persona puede tener sed de belleza al igual que tiene sed de la vida misma. La belleza se encuentra en la bondad de todo lo que existe, en todo lo que es verdadero y en todo lo que es bueno en las relaciones interpersonales. En general, quienes están familiarizados con una forma de arte en particular, tienden a estar de acuerdo con los mejores ejemplos de esa forma de arte, aunque en el caso de las innovaciones se necesite algún tiempo para desarrollar un consenso. La belleza, tal y como argumenta Pieper en El ocio y la vida intelectual ( Leisure, the Basis of Culture , 1952/2009), se recibe y se crea. La belleza está basada en la realidad: en las personas reales, en las relaciones reales y las cosas reales. Nuestra medida de belleza se encuentra en una forma o patrón, que no solo vemos y recordamos sino que imaginamos y conceptualizamos de nuevas maneras. La belleza y el orden (así como la fealdad y la deformidad) se relacionan con la forma de la cosa. Platón (ca. 360 a. C./1961b, ca. 360 a. C./1961c) habla de un reino de las formas, incluyendo la «belleza». Cada cosa bella participa en la belleza final. Aristóteles (ca. 350 a. C./1941a, ca. 350 a. C./1941d), por el contrario, habla de la belleza en las cosas mismas. No existe un reino separado donde existan las formas de las cosas; más bien, cada cosa comunica una forma, que es compartida por otras cosas similares. La noción cristiana de la belleza de Aquino atribuye la belleza a la causa ejemplar de toda belleza, que es Dios. Se puede entender que su relato reconoce la belleza como un rasgo trascendental del ser y de las cosas reales en la medida en que las personas y las cosas participan en un patrón trascendental de belleza (Maritain, 1930/2016; Schmitz, 2009; Scruton, 2011, 2012).

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