El hecho de que decidan irse de vacaciones fue algo costoso. La iniciativa la tuvo mi abuelo paterno materno, él insistía en que debían ir para poder despejarse de la carga que significa la academia –él lo sabe y a la perfección-, pero mis padres no paraban de dudar sobre dejar las cosas en mi mando. Fue entonces cuando mi abuelo, mejor conocido como Don Mercier, les juró que me daría una mano y eso fue lo que les dio pie a que acepten viajar un bendito mes por una pequeña parte de Europa.
Ahora van con destino a Italia, seguirán por Alemania con una parada en Suiza. Así se irán manejando por los países limítrofes de nuestra Francia.
En fin. Ellos acaban de partir a su mes de relax y yo estoy aquí, parado en el medio del aeropuerto sin qué me conviene más, correr de las obligaciones o afrontarlas a todas.
*
Aparco el carro y tomo mis cosas antes de bajar.
Tengo que hablar con Beátrice, lastimosamente no me queda otra. Decido que es mejor armarme de valor e ingreso a la academia con un aura parsimoniosa, o eso creo. La veo leyendo una
de sus tantas revistas y, sinceramente, pienso que tiene la suerte de que mis padres nunca se quejaran de ella, puesto que parece estar mucho más entretenida en ello que en su labor.
—Buenos días —saludo en un tono más o menos fuerte, provocando que levante la mirada con lentitud.
Que manera de querer simular ser alguien atemorizante.
—Buenos días, joven Dómine —responde mientras alza una de sus cejas al contemplarme de pies a cabeza.
—¿Ya han llegado todos los profesores del turno mañana? —cuestiono al momento que reviso mi reloj de muñeca. Son las ocho y media, se supone que ya debería estar la mayoría.
—Casi todos, solo falta el profesor de urbana. Es el señor Clément Vial.
—No lo conozco, pero voy a llamarle la atención por el horario.
—Es la primera vez que se atrasa, me parece extraño.
—Cuando venga dígale que lo espero en la oficina, por favor —asiente y anota algo en la libreta donde los profesores firmaban al llegar.
Sin decir más, comienzo a caminar hacia los salones de danza contemporánea, clásica, zumba y afro para pedirles a los profesores, quienes se encontraban acomodándose para dar una nueva clase, que me acompañen hacia la oficina. Todos cumplieron y, una vez en el lugar mencionado, me posiciono tras el escritorio de papá.
Todos me miran atentos. Vaya, no creí que fuese tan importante mi palabra.
—Primero que nada, buenos días a todos —los cuatro profesores responden igual—. Como sabrán, mis padres se han ido de viaje por un mes y, por ese lapso de tiempo, yo me encargaré de la academia. No quiero que me vean como alguien autoritario o que vaya a mandarlos a trabajar de forma exigida, sé que son buenos y mis padres están conformes con ustedes.
»Quisiera que se presenten para poder ir estableciendo una relación y, además, para tener en cuenta los turnos que le toca a cada uno.
El profesor que posee unas pequeñas rastas, las cuales en algunas tiene ciertas decoraciones de colores, levanta la mano y asiento para darle la palabra.
—Bueno, yo soy Sharik Pogba. Si te suena extraño es porque soy de Sudáfrica y enseño danza afro los lunes, martes y viernes por la mañana —me pasa la mano y se la acepto con cordialidad.
—Un gusto Sharik —respondo y procedo a mirar a la mujer rubia que está a su lado—. Su turno.
—Soy Bérénice Le Brun, profesora de danza clásica. Enseño ballet los lunes, martes y miércoles en el turno mañana y noche —imito los mismos gestos que tuve con el anterior profesor y doy paso al siguiente.
—Mi nombre es Anik Basile, enseño danza contemporánea los lunes y jueves en el turno mañana y tarde.
—Soy Alaric Favre, profesor de zumba de lunes a viernes por la mañana.
Al terminar sus presentaciones les agradezco la cortesía. Intercambian un par de preguntas con respecto al manejo, cómo será y si se modificará algo, sin embargo les notifico que todo continuará el mismo rumbo.
Cuando noto que las dudas han sido aclaradas, les pido que vuelvan a sus salones, pero no sin antes decirles que pueden hablar sobre cualquier inquietud conmigo y a cualquier hora.
Al estar completamente solo, tomo asiento en el sillón de mis padres y comienzo a revisar los papeles que papá me avisó que dejaría encima del escritorio. Son fichas de inscripción de algunas chicas que se deben archivar, por lo que paso a fijarme qué cajones serían los correspondientes para poder ordenarlas. Encuentro las secciones que pertenecen a cada una, las acomodo y, cuando estoy a punto de volver hacia el escritorio, unos pequeños golpes en la puerta suenan.
—Adelante —digo mientras reviso el horario. Son nueve menos cinco minutos, espero que sea el profesor de urbana el que toca la puerta.
Sin embargo, una voz melodiosamente grave y cautivadora resuena en mis oídos cuando da los buenos días y, al levantar la mirada, me encuentro con una joven de cabellera rubia y unos ojos celestes muy claros, quizá más claros que los míos.
—Buenos días, señorita…
—Lana, soy Lana Bouffart — completa y se aproxima a mi posición para tenderme la mano, la cual estrecho amablemente.
—Lana… bueno ¿En qué puedo ayudarle?
Sin decir nada, toma asiento en una de las dos sillas que están frente al otro lado del escritorio y pasa un mechón de cabello detrás de su oreja antes de hablar.
—Quiero inscribirme en la clase de ballet de la señorita Le Brun —anuncia con una sonrisa en sus labios.
No puedo negar que la chica rubia, ya conocida como Lana, es muy hermosa. Su sonrisa la hace lucir muy bien, más aún con los labios pintados con el sutil tono rosa que poseen.
—Claro, dígame en qué año nació y buscaré su ficha —pido mientras me pongo de pie para volver hacia los ficheros.
—Mil novecientos ochenta y ocho.
Asiento de manera distraída a la vez que busco rápidamente con la mirada aquel número. Al encontrar el cajón que marcaba “1988” con un tono grisáceo, pongo manos a la obra y busco la planilla correspondiente a la joven. Una vez que la obtuve, la tomo y me acerco nuevamente al escritorio.
—Ya mismo la anoto ¿Sabe los días y horarios de clase? —inquiero al momento que empiezo a escribir en la sección “Clases” el nombre de la danza junto al de su profesora.
—Sí, sí. Ya he hablado con ella y me informó de todo.
Siendo sincero, no tenía ni idea de cómo rellenar esos espacios en blanco ni nada por el estilo, pero decidí guiarme por lo que ya estaba escrito en renglones anteriores y, cuando termino, puedo comprobar que ha quedado igual.
Se lo muestro y hace una mueca de satisfacción.
—Dejo pago los primeros dos meses ¿Está bien?
—Perfecto —contesto mientras tomo el talonario de las cuotas, el cual se encontraba en una esquina del escritorio.
Esto sí sé hacer. Es algo para lo que me prepararon porque, vamos, las cuotas sí son más recurrentes en tanto al papelerío.
Relleno todos los casilleros, tomo el dinero y lo cuento para comprobar que esté todo en orden. Cuando está todo arreglado le entrego la copia de la cuota y la nueva inscripción a Lana, quien parece estar muy expectante a cada movimiento mío.
—Muchas gracias —dice mostrando sus blanquecinos dientes una vez más.
—Gracias a ti.
Le dedico una sonrisa que pretende ser similar y, pocos segundos después, se pone de pie dispuesta a irse. En ese micro segundo que se da vuelta puedo notar que está bien dotada y, por Dios ¿Qué estoy haciendo?
Como para sacarme de aquel transe, vuelve a mirarme y achica los ojos para analizarme. Bueno, ha llegado el momento de afrontar que ha notado que fui un descarado.
—¿Puedo preguntarte algo? —asiento con temor—. ¿En verdad eres hijo de los dueños?
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