Esa es una idea que me apena, muchísimo para ser sincera. No debí haber respondido como si me hubiese dicho algo malo, solo se preocupó porque pensó que me rompería algo. Es lógico que lo esté, ya que es su primer día aquí y no sabe cómo nos manejamos las bailarinas, además, yo estoy acostumbrada a eso y por eso se me hace común.
—Muy bien, niñas, como sé que no han elongado por ver a semejantes especímenes de hombre —señala la puerta ya cerrada —. Lo harán ahora. Vamos, que nos queda nada más que media hora de clase.
La mayoría suelta un suspiro de cansancio y empiezan a hacer lo que Stefano pidió. A mí ni siquiera me advierte con la mirada, puesto que pongo piernas a la obra en escasos segundos.
Al tocar, nuevamente, mi cabeza con los pies, cierro los ojos y trato de no pensar en la bomba que he recibido por la mañana. Sin embargo me fue imposible.
Mamá tiene novio nuevo.
Suspiro casi sin querer hacerlo y me evito las lágrimas, no quiero hacer un show más en medio de la clase.
No es que esté en contra de que rehaga su vida, respetó como nadie nuestra crianza y esperó a que, tanto mi hermana como yo, seamos mayores para buscar una pareja. No obstante la cosa es que no me agradaba él, nuestro vecino de hace solo unos siete meses. Tiene esa fama de hombre altanero que no cabe con mi persona, menos con Jackie, pero más allá de eso yo sé que mi mamá puede ser dañada de nuevo y el inconveniente se instala en que ella está cegada, no hay quién se oponga. Apenas si quise hacer un comentario esta mañana y me sacó corriendo de mi casa. Es por eso que había llegado temprano al instituto.
A todo esto, agréguenle el hecho de que estoy con la regla. Perfecto.
Sacudo la cabeza tratando de borrar esos pensamientos, aunque sea por ahora, y me centro en que debo demostrar que seré la mejor francesa bailando tango.
*
Cuelgo el bolso en mi hombro y comienzo a caminar hacia el pasillo que da a la salida del estudio. Nuevamente voy a ver el rostro decrépito de Béatrice, mejor conocida como “La esposa de Hitler” porque a decir verdad, ella tiene cierta fobia hacia las personas de color y los gays. Sí, en pleno siglo veintiuno. Pero de igual manera me aguanto, eso no será lo peor dentro de mi día.
Jackie me ha mandado un mensaje diciéndome que mamá salió y que le dijo que no volvería hasta muy tarde. Al parecer está manteniendo esas actitudes adolescentes que tanto nos prohibió y aborreció, pero por lo menos tengo la certeza de que al llegar no voy a tener que someterme a una larga charla en donde ella me dará los pros de querer a Charlie, cosa que no me parece para nada bueno.
Finalmente me despido de la recepcionista, quien apenas si
levanta la mirada, y salgo del establecimiento. El ambiente es fresco y un leve viento hace que mi piel se erice, razón por la cual tengo que detener mi paso y colocarme la chaqueta negra que hace juego con mis leggins.
De repente siento que alguien posa su mano en mi hombro y, como acto autoreflejo, me doy la vuelta con la iniciativa de proporcionar una cachetada a quien fuera que me tocó, pero mi brazo es detenido por una gran mano.
—Eh, tranquila, no pensé que eso de romperme la cara era tan literal —dice casi sonriendo y me quedo estática.
Es nuevamente el hijo de los dueños. Bueno, ya me he cansado de llamarlo así.
—Disculpa —respondo apenada mientras trato de zafarme de su agarre—. Es que... vivimos en una sociedad tan perversa que ya no puedo confiar en nada. Menos a estas horas.
Son casi las tres de la tarde, calles desiertas y sin protección. Ambiente perfecto para los maleantes y pervertidos.
—Tienes razón, discúlpame a mí por no haber hablado antes —asiento lentamente.
En ese instante me dedico a ver sus facciones y lo veo muy angelical, cosa que no me gusta en los chicos. Me refiero a esos niños de rostro enternecido, no, definitivamente no va conmigo. Sin embargo, en él no se ve tan mal y sus ojos azules bebé le dan un toque atractivo.
—¿Se te ofreció algo? —pregunto en el mejor tono que puedo poner. No quiero que piense que lo digo de mala manera.
—Claro, eh... —aclara su garganta —. Primero, quisiera saber tu nombre.
Achico los ojos.
—Aline ¿Y tú?
—Ben, un gusto —tiende su mano y la acepto. El tacto se me hace agradable —. Y segundo ¿Siempre eres así? Digo, no quiero ofenderte, pero como me trataste... demostraste ser alguien con carácter. Lo digo de buena manera.
Me remuevo en mi lugar y tomo de nuevo el bolso.
—Creo que sí. No sé controlarme y tampoco socializo mucho,
creo que eso hace que sea una desconfiada con todo, pero ya te pedí perdón. En verdad lo siento.
—Lo sé, no hay problema. Todos tenemos días malos —asiento apenada y largo un duradero suspiro —. ¿Puedo ayudarte en algo?
Lo miro desconcertada.
—No, gracias. Solo he tenido un problema por la mañana y... no quiero ser vulgar, pero súmale que estoy en mis días.
Por alguna razón mis palabras le hacen sonreír y, esa sonrisa ladeada, lo hace lucir alguien bastante socarrón. Lo tendré anotado para tener en cuenta en un futuro.
—Ya, entiendo —vuelve a sonreír—. Me gusta que no tengan filtro para hablar. Eso da confianza.
—Sí, pero no para aprovecharse —contraataco.
Ríe sutilmente.
—En verdad me estás cayendo bien, Aline.
—Me gustaría decir lo mismo, pero ya ves que no estoy en mi mejor día. Así que bueno, nos veremos más seguido ahora. Supongo que habrá tiempo para que me caigas bien.
—Y para que tú me caigas mucho mejor —añade y lo miro fijamente.
¿Debo tomarlo como un coqueteo o qué?
¡Por Dios! Cómo se nota que no sé interactuar con hombres fuera de mi círculo social.
—Ajá —me limito a decir —. Si me permites, debo irme. Mi hermana me está esperando.
—Puedo llevarte, no tengo problema.
Me cruzo de brazos, pero antes acomodo un mechón de cabello detrás de mi oreja.
—Primero piensas que me rompería algo, después dices que te caigo bien y ahora me ofreces llevarme a mi casa... ¿No estás en eso de robo de órganos, cierto?
Esta vez se larga una carcajada y no me veo capaz de resistirme. Lo acompaño por un par de segundos y luego niega con la cabeza.
—Si estuviera en eso no te hubiese ni hablado, directamente te hubiese drogado mientras estabas de espaldas —contesta como
si fuera algo normal—. Y que ofrezca llevarte no tiene nada de malo. Míralo por este lado, a veces tomas taxis que no sabes ni siquiera por quién está siendo manejado, por lo menos hoy tendrás la certeza de que el hijo de los dueños del instituto donde prácticas danza te llevará y, ante todo, podrás denunciarlo si pasa algo.
Sonrío y trato de taparlo mordiendo mi labio inferior.
A pesar de todo, tiene razón. Quién sabe sobre la vida de los chóferes de taxis, uno los toma y ya, después puede ocurrir cualquier cosa.
—¿Y tu acompañante? —cuestiono mirando detrás de él para comprobar si está o no.
—¿Aitor? Él tuvo un imprevisto y se fue hace unos diez minutos. Es mi amigo.
—Me di cuenta. No se parece nada a ti o a tus padres.
—Sí, tiene el cabello más oscuro y algunas características más que nos diferencian mucho. Pero, aun así, mis padres lo adoran como si fuese su hijo. Es más, pienso que él va a mi casa por mis padres —río y él me acompaña—. ¿Y bien? ¿Dejarás que te lleve?
Qué más da.
—Está bien, acepto, pero solo porque mi hermana está esperando hablar conmigo —respondo y me dedica un semblante de triunfador antes de ofrecerme subir en el lado del copiloto.
Creo que no es mala idea, no tengo ganas de caminar estando así y, además, pasaré unos minutos tratando de saber sobre la persona que se hará cargo del lugar donde estudio.
Читать дальше