—Pero Byx, si tú no eres una de mis vasallos. Eres mi amiga. A ti no te ordeno. A ti te pido.
—En todo caso, haré lo que tú me… me pidas.
—Todavía no tengo certeza pero, si llego a necesitarte, será para una misión peligrosa que involucra a los natites. Están tanteando el terreno para así decidir si apoyan al Ejército de la Paz —Kharu hizo una pausa—… o si se enfrentan a nosotros.
—Tal vez estoy pasando algo por alto pero ¿qué papel tienen unas criaturas marinas en una guerra terrestre?
—Es una buena pregunta, Byx, y la respuesta es que no lo sé. De las seis especies gobernantes, los natites son los más complejos de entender. Pero si podemos asegurar su apoyo, nos serviría para acabar con los planes del Murdano de invadir Dreylanda por mar.
—No te envidio el tener que entender ese asunto —dije.
—Lo que pasa, Byx, es que no seré yo quien se haga cargo de entenderlo —me sonrió con mirada de complicidad—. Serás tú.
—¿Yo?
Creo que eso fue lo que dije, pero tal vez no logré articular nada más que una especie de chillido.
—Los natites nos piden que enviemos un embajador, alguien que atienda sus preocupaciones.
—Pero yo… yo soy apenas…
—Byx. Esos días de “yo soy apenas una dairne” ya terminaron. Si yo puedo ser la Señora de Nedarra, tú bien puedes ser la embajadora Byx.
—No, ¡no puedo! —grité.
Kharu se inclinó hacia adelante, apoyando los brazos en las rodillas.
—Puedo dirigir este ejército, Byx. Pero nuestro objetivo es evitar una guerra, no entrar en ella. Para eso necesitamos diplomacia. Y eso quiere decir que necesito tu ayuda.
Era una justificación muy simple. Si Kharu necesitaba que yo hiciera algo, yo estaba dispuesta a seguir sus instrucciones y a morir en el intento.
Aunque eso no tenía por qué agradarme.
—¿Lo haré sola? —pregunté, consciente de un dolor frío en la boca del estómago.
Kharu movió la cabeza y sus rizos oscuros relumbraron a la luz de la vela.
—¿Sola? No, claro que no. Primero que todo, no sé de un poder que sea capaz de separarlos, a Tobble y a ti. Así que nuestro siempre cortés pero muy alborotado wobbyk te acompañará. Ojalá pudiera también enviar a Gambler contigo pero, ya sabes, los felivets y el agua…
Sonreí al recordar cuando vi al poderoso Gambler moverse nervioso en las puntitas de sus zarpas para atravesar un lago subterráneo poco profundo.
—Maxyn no está en condiciones de viajar. ¿Y Sabito? Si a los felivets no les gusta el agua, a los raptidontes aún menos.
—¿Y Renzo?
—Renzo —repitió Kharu, y hubiera podido jurar que la sola idea de que él la dejara la hizo parecer anhelante—. Sí, supongo que podría ser útil —asintió—. Renzo, definitivamente sí.
—¿Cuándo partimos?
—Estamos a unas cuantas horas del Telarno, donde acamparemos cerca de un pueblo a la orilla del río. A la mañana siguiente nos encontraremos con el embajador natite. Él te llevará en su embarcación, junto con Tobble y Renzo, hasta el palacio de la reina de los natites. Allí podrás oír lo que ella tiene que decir y le presentarás el escudo y la corona que tomamos prestados de los natites subdurianos.
No habíamos tomado prestadas esas cosas sino que las habíamos robado, pero en esos momentos habíamos temido por nuestra vida todo el tiempo.
—Haré todo lo que pueda —dije.
—Sé que así será —contestó ella.
Ambas nos levantamos pero, al querer irme, Kharu me tomó por el brazo:
—Byx –empezó—: cuento con fieles generales y un ejército leal. Y a Renzo, Gambler y Sabito los tengo como amigos verdaderos. Pero, en realidad, en los días que vendrán, cuento contigo más que con nadie.
—¿Conmigo? —repetí—. ¿Por qué?
—Porque hemos pasado juntas por muchas cosas. Y porque sé que siempre puedo confiar en que me dirás la verdad —miró la pila de mapas arrugados en su mesa—. He hecho lo mejor que podía para planear lo que nos espera, Byx, pero hay algo que sé muy bien: el campo de batalla no entiende de planes.
Esbocé una fugaz sonrisa.
—Tal como veo las cosas, nos enfrentamos a tres retos importantes al tratar de detener esta guerra. El primero es asegurarnos de que tenemos a los natites de nuestro lado. Para eso, cuento con que serás mis ojos y mis oídos. Hablarás con la reina de los natites, alerta a cualquier indicio de duplicidad y prestando atención a las razones que nos dé para confiar en ella.
—Eso puedo hacerlo —dije, aunque alcanzaba a percibir la duda en mi propia voz.
—El siguiente reto —continuó Kharu—, será reclutar a otros para nuestra causa. Necesitaré que seas la voz del Ejército de la Paz, para explicar nuestra misión y asegurarnos la lealtad. Tendrás que ser persuasiva, si llegaras a tener la sensación de que vacilan. Las demás especies confían en los dairnes, y eso vamos a aprovecharlo como ventaja a nuestro favor.
—Puedo hacerlo —dije de nuevo, y esta vez mi incertidumbre era patente.
Kharu puso una mano sobre cada uno de mis hombros y sonrió:
—¡Qué suerte la mía de tenerte a mi lado, Byx! —susurró.
—No dijiste cual sería el tercer desafío.
—Los dos primeros problemas son asuntos de diplomacia, pero el último… —dejó caer las manos a ambos lados—, cuando nos veamos cara a cara con el ejército del Murdano y contra las fuerzas del Kazar, sabremos si podremos evitar la guerra e imponernos, o si moriremos en el intento.
Tragué para pasar la piedra afilada que parecía haberse alojado en mi garganta.
—Puedes contar conmigo, Kharu. Prometo ser tus ojos y tus oídos, y también tu voz.
—Mis ojos y mis oídos, mi voz, y además mi corazón —le brillaban los ojos—. Ahora ve a dormir un rato. Estás a punto de comenzar una aventura.
—Una aventura peligrosa —murmuré.
—Byx, amiga mía, ¿acaso existe otro tipo?
4
En marcha
Muy temprano a la mañana siguiente, nos encaminamos a través de las extensas llanuras de Nedarra, en una formación de cuatro al frente y cinco mil en total, una columna erizada de altas lanzas. La mañana era diáfana y fresca, brillaba el sol. Por momentos un casco o una pechera reflejaban un rayo de sol, y el resplandor prácticamente me cegaba.
Tal vez una décima parte de nosotros iba a caballo. Los demás, en su mayoría humanos, marchaban sobre pies adoloridos. Llevábamos muchas semanas de camino, pero nuestra moral aún estaba alta.
Muchos de los jinetes de la columna iban vestidos con el azul de los Donati o el anaranjado de los Corpli. Pero Kharu había pedido a un grupo de costureras que diseñaran un nuevo uniforme con colores que representaran a una Nedarra unida y ella vestía ya la primera de esas túnicas. Era azul claro, decorada con una representación del tejo de Urmán en verde vivo, el árbol bajo el cual se hizo el pacto entre las especies muchísimos años atrás.
Sin embargo, no era el uniforme de Kharu lo que hacía que nuestros soldados murmuraran y se dedicaran gestos entre sí. Era la espada que pendía a su costado. La famosa arma, envuelta en encantamientos teúrgicos, se veía común y corriente, incluso desastrada, hasta que se desenvainaba con furia. Cuando eso sucedía, su poder era impresionante. Con un solo vistazo a esa espada desenfundada bastaba para saber por qué la llamaban la Luz de Nedarra.
Luego de una hora de cabalgata, azucé a Caos para que alcanzara a Kharu al trote. Su general primero, Varis, hizo a un lado su enorme corcel con gran cortesía para permitir que me acercara. El general Varis, ascendido recientemente, era miembro de la familia Corpli, enemigos de tiempo atrás de los Donati, pero ahora aliados en el Ejército de la Paz.
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