Katherine Applegate - La única

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Al principio, la misión de Byx era descubrir si había más miembros de su especie o si estaba destinada a convertirse en una superviviente, la última dairne con vida.Aunque Byx encontró otros dairnes como ella e hizo nuevos amigos y aliados, pronto se dio cuenta de que no sólo los dairnes estaban en peligro de extinción, sino que todos, animales y humanos, corrían el mismo riesgo. En esta última aventura, y con el mundo ante una amenaza sin precedentes, Byx habrá de reunir a criaturas de todas las especies para liderar una revolución.La conclusión de la trilogía La superviviente nos ofrece una vez más una historia fantástica y llena de acción con un entorno único y personajes fascinantes.

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—Una vez más —dijo Tobble contemplando los cadáveres ensangrentados e inertes—, agradezco que los wobbyks no somos carnívoros —se encogió levemente de hombros—: Cada quien tiene su lugar —dijo—. Los insectos, los pájaros, la humanidad.

—¿Qué era eso? —preguntó Sabito.

—Es parte de un poema titulado Introducción al mundo para un joven wobbyk.

Sabito se posó en una roja rama de árbol de mara.

—Me gustaría mucho oír el resto —dijo—. ¿Se menciona a los raptidontes?

—Figuran las seis especies gobernantes —Tobble se acomodó con cuidado las colas trenzadas—. También los wobbyks, por supuesto.

—Por favor, Tobble —dije—. A mí también me gustaría oírlo.

—No sé si me acuerde del poema entero —admitió—, pero lo intentaré.

Tobble tosió para despejarse la garganta. Y comenzó con voz suave pero clara.

Sigilosos los felivets acechan su presa,

evitan el día y atacan por sorpresa.

Bajo el suelo los terramantes túneles cavan

entre la oscuridad su trabajo nunca acaban.

En lo más profundo, los natites nadan y nadan

en mares y océanos, ellos tienen su morada.

Los raptidontes en vuelo se elevan al cielo,

y miran desde arriba cuanto sucede en el suelo.

Los dairnes tienen una rara habilidad,

pues en todo lo que oyen, distinguen la verdad.

La humanidad nunca está satisfecha,

entre ambición u orgullo, se mueve cual flecha.

Los wobbyks, de buen corazón y temple fiero,

son también una parte del mundo entero.

Cada quien tiene su lugar,

los insectos, los pájaros, la humanidad.

entre todos creamos milagros y maravillas,

así como siempre llega un nuevo día.

Tobble terminó con una pequeña reverencia. Yo lo aplaudí y Sabito agitó las alas.

—Me gustó bastante —dijo—, aunque los raptidontes no seamos muy dados a la poesía en realidad.

—Creamos milagros y maravillas —rematé con un suspiro—. Yo diría que los milagros escasean en estos tiempos.

—Vamos a salir de ésta, Byx —dijo Tobble—. El Ejército de la Paz triunfará. Tenemos que hacerlo.

Contemplé las interminables filas de tiendas polvorientas que se extendían frente a nosotros como enormes lápidas.

—Cómo quisiera compartir tu optimismo.

¡Qué abrumada sonaba! ¡Qué apática! ¿Qué le había sucedido a la Byx de antes?

No hacía mucho, yo no era más que una tonta cachorra. La renacuajo de mi camada. Retraída, ingenua, impaciente por ver el mundo.

Pues lo cierto es que se había cumplido mi deseo. Había visto demasiado del mundo. Había presenciado suficiente dolor y peligro y muerte para bastarme en varias vidas.

Ya no era esa Byx, la inocente soñadora, curiosa y despreocupada. La cachorra que podía quedarse mirando durante horas un enjambre de murciposas de alas de arcoíris que bailaban en el viento.

La Byx de siempre no iba a lanzarse a todo galope a matar eshwins, gritando triunfante como una tonta al verlos caer.

Tal vez Tobble tenía razón y nos aguardaban tiempos mejores. Tal vez esa antigua Byx estaba oculta en mi corazón, por el momento.

Tal vez.

Por lo pronto, debía ir a lavarme toda la sangre ajena que tenía untada en el pelaje.

3

Una promesa a Kharu

Esa noche me uní a mis compañeros alrededor de la fogata una de las muchísimas - фото 8

Esa noche me uní a mis compañeros alrededor de la fogata, una de las muchísimas que convertían nuestro campamento en un reflejo centelleante de las estrellas que brillaban por encima de nuestras cabezas. La cena de eshwins nos dejó satisfechos, y estábamos todos soñolientos y saciados (Tobble había cenado grillos salteados con jalea de gusanos).

Era imposible olvidar que por todas partes a nuestro alrededor se estaba preparando la guerra, pues estábamos rodeados de centinelas armados. A pesar de eso, una calma bienvenida descendió sobre mí al mirar a mis queridos amigos. Mi antiguo clan, masacrado por las tropas del Murdano, había sido reemplazado por esta nueva familia de variopintas especies. Tobble. Gambler. Sabito. Renzo, el afable humano que había pasado la mayor parte de su vida no muy longeva ejerciendo de audaz ladrón. Perro, su compañero canino de lengua siempre babosa.

Maxyn, mi compañero dairne, estaba sentado a mi lado. Cuando descubrimos esa diminuta y frágil colonia de dairnes todavía con vida, me pareció una especie de victoria saber que no era la única superviviente. Pero había resultado que seguíamos en gran riesgo, moviéndonos por el filo del abismo de la extinción.

A mi otro lado estaba sentada Kharussande Donati, conocida ahora como la Señora de Nedarra. Kharu, mi antigua captora, la que me había rescatado, mi amiga, la persona por la que estaría dispuesta a sacrificar la vida.

Cuando nos conocimos, Kharu se hacía pasar por un muchacho que servía de rastreador a una pandilla de cazadores furtivos. Ahora encabezaba un ejército como ninguno que hubiera existido antes: el Ejército de la Paz.

Nos habíamos reunido en ese ejército no para luchar en una guerra sino para evitarla. Dos poderosos tiranos, el Murdano en mi Nedarra de origen, y el Kazar Sg’drit en Dreylanda, al norte, estaban preparados para entrar en conflicto. Ambos querían la guerra, pero sus pueblos sencillamente anhelaban vivir su vida en paz.

Era una idea extraña, que nadie había intentado antes: un ejército cuyo único propósito era preservar la paz. Muchos de nuestros soldados jamás habían empuñado una espada. Había granjeros, panaderos, herboristas, comerciantes, herreros, barrileros, parteras, albañiles y carpinteros. Algunos eran siervos o aprendices. Otros habían sido esclavos, libertados por nosotros, pues Kharu se negaba a tolerar cualquier forma de esclavitud. Muchos de quienes marchaban a nuestro lado eran jóvenes y sabían poco de la vida. Otros eran tan viejos que con certeza ésta sería su última aventura.

Afortunadamente, también contábamos con guerreros experimentados, hombres y mujeres curtidos, de músculos marcados y mirada atenta al detalle. Algunos tenían cicatrices de guerra bien visibles. Incluso mis amigos y yo habíamos tenido nuestra parte de peligro en los meses anteriores a este momento.

Mientras la luna creciente avanzaba por el cielo, nos acercamos unos a otros, contándonos historias y cantando. Renzo, con muy buena voz, nos deleitó con una cancioncita muy divertida. Hablaba de un joven enamorado de una jovencita caprichosa, y aunque no entendí todas las implicaciones, porque los humanos son muy poco claros para las cosas de los afectos, me di cuenta de que Kharu ponía los ojos en blanco y hacía gestos más de una vez, su suave cara bronceada y sonrojada a la luz de la fogata.

Luego de un tiempo callamos, y Kharu me indicó que me acercara para hablar conmigo en privado.

—¿Quieres que las acompañe? —preguntó Renzo, en pie.

Kharu rio.

—Esto es algo entre Byx y yo.

—Tú te lo pierdes —contestó él con un suspiro dra­mático, haciendo una elegante reverencia.

La tienda de Kharu era idéntica a la que yo compartía con Tobble, aunque la suya tenía un guardia apostado en la entrada, un joven fornido con una larga lanza. Le hizo un saludo cuando entramos.

Kharu encendió una vela, y se sentó en su pequeño catre, mirándome pensativa. Me senté en un cajón volteado junto a una especie de mesa provisional cubierta de mapas.

—Ha sucedido algo interesante —dijo ella.

—¿Interesante para bien o para mal?

—Puede ser que tenga que pedirte que te encargues de una misión.

Asentí.

—Lo que ordene, mi Señora.

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