Por ello, el planteamiento de las propuestas que van a poblar este libro tiene esta mirada sobre la realidad. Lo que se pretende es aportar cuestiones para el diálogo con el objetivo de que el cambio de la economía vaya en una dirección y no en otra. Desde el convencimiento de que la economía del futuro será necesariamente diferente de la actual, de que no podemos mantenerla momificada tal y como se da en estos momentos, queremos introducir elementos y propuestas para conversar sobre ellas con el objetivo declarado de que este cambio se dirija en una dirección y no en otra.
6. Necesitamos propuestas y diálogo
Ella pertenecía a la liga de debates de su universidad. Era una de las mejores y había llegado a la final con su equipo. Cuando le dieron el tema que debían tratar y la posición que debía defender, le entró un sudor frío. Imposible, era tan contrario a sus principios que no iba a poder hacerlo, quería retirarse. Pero se sobrepuso y machacó con brillantez todos sus ideales y todas sus convicciones. Su dialéctica la hizo justa vencedora de la competición. Entonces se dio cuenta: lo importante era competir, era vencer, era lograr que tus argumentos se impusiesen a los de tus contrarios. Había dejado atrás la bisoñez de quien solo defiende lo que cree, ahora sí que estaba preparada para la vida.
Para gestionar el cambio y dirigirlo en una u otra dirección necesitamos conocer bien qué está sucediendo y saber hacia dónde queremos ir. Para ello debemos educar la mirada para que esté libre de prejuicios. Porque el prejuicio nos determina positiva o negativamente hacia algo o hacia alguien, de modo que todo aquello que proviene de esa persona, institución o sociedad va a ser necesariamente positivo o negativo.
A los docentes nos sucede con frecuencia. Nuestros alumnos están atentos a si somos o no de los suyos. Una vez que han realizado este prejuicio, según dónde nos hayan situado, considerarán nuestras apreciaciones buenas o malas. No se centrarán en el argumento que hay detrás de ellas, sino en si las dice uno de los míos o no. El prejuicio es, por tanto, una mirada que no observa; solamente acepta o rechaza algo sin necesidad de pensar sobre ello. El prejuicio nos deja instalados en nuestras ideas y nos impide realizar un análisis serio de lo que nos rodea.
Pero no solo es necesario mirar sin prejuicios, sino hacerlo desde nuestros valores, desde nuestra visión del mundo, desde nuestra manera de entender la vida. Nuestra cosmovisión, nuestras ideas sobre lo que está bien o no, son las que nos van a permitir tener esa mirada crítica sobre la sociedad, sobre lo que sucede a nuestro alrededor, sobre los argumentos de unos y otros. Esto es necesario para que nuestro análisis no sea complaciente, para que no acepte de una manera acrítica lo que otros quieran o consideren correcto. Una mirada desprovista de valores y de ideas sobre nuestra existencia y sobre los fenómenos sociales y económicos que analizamos es una invitación a que sea la cosmovisión de otros la que prime y domine nuestra existencia.
Existe una tensión entre los prejuicios y los valores en nuestra mirada, porque nuestras ideas sobre la sociedad pueden transformase en prejuicios, y no es eso lo que necesitamos para el diálogo y la conversación. Mientras que una mirada impregnada de valores es positiva y posibilita la mejora de la realidad, el prejuicio es destructivo y ciega a quien lo tiene, impidiéndole hacerse una idea cabal de la realidad que le rodea.
Hay dos pasos esenciales para evitar esta posible confusión. El primero es comenzar con una mirada que se limite a los hechos, que recoja los distintos argumentos, que acepte lo que tiene delante sin pensar si es bueno o malo. Se trata de observar sin prejuicios, de ver desde fuera. En segundo lugar, es esencial pasar esa realidad por el tamiz de nuestros valores, de nuestras ideas sobre el mundo. Esto nos permite tener una opinión sobre lo que sucede, que ya no es previa, sino fundamentada. La mirada desprejuiciada se complementa con un análisis que nos permite valorar lo que está sucediendo desde nuestros valores y no desde un juicio previo.
Ahora bien, esta mirada desprejuiciada, fundamentada y crítica de la realidad no tiene sentido si no sirve para realizar propuestas, para ponerse en acción. Ver la realidad y analizarla tan solo para quedarse ahí puede ser un ejercicio estéril si no viene secundado con unas propuestas que generen diálogo sincero entre todos aquellos que quieran mejorar la situación. Estamos sobrados de análisis que nos ofrecen un excelente cuadro de la realidad, pero que no van más allá. Necesitamos propuestas que ofrezcan horizontes hacia los que orientar nuestra acción.
Las propuestas no son para debatirlas, sino para conversar acerca de ellas. En el debate, el prejuicio está instalado desde el principio. Lo mío es lo bueno y lo del otro es lo malo, el objetivo es vencer. La competición es lo que prima y no importa el argumento: lo que importa es ganar al otro. Por ello no necesitamos debate, sino diálogo, gente que esté dispuesta a conversar sobre las propuestas realizadas. Quien conversa expone aquello que cree, aquello que piensa, sin pretender tener toda la verdad, sino mostrando a los demás sus convicciones, sus propuestas.
El diálogo supone que se escucha al interlocutor y sus propuestas, que se permanece en silencio para acoger lo que el otro dice, que se aprecia y se valora lo que afirma el otro, que se está dispuesto a cambiar la postura propia al escuchar los argumentos del otro. En el diálogo no hay vencedores, ganan todos; no hay competición, sino cooperación. Necesitamos conversar sobre las propuestas que se realizan.
7. Minorías con vocación de mayoría
Les decían que estaban locas, que eran pocas, que no había nada que hacer: ¿cómo iban a votar las mujeres? ¿Cómo iban a no estar subordinadas a sus maridos? ¿Cómo iban a ir a la universidad o a correr un maratón? Eso era imposible, era una lucha perdida de antemano. Pero, aunque ellas sabían que eran pocas, no montaron una comuna ideal para que esto se hiciese realidad a pequeña escala mientras el resto del mundo perseveraba en su error. No, lucharon para ser mayoría y que sus ideas llegasen a toda la sociedad.
Las ideas nuevas, las propuestas diferentes, siempre comienzan siendo minoritarias. Cuando una sociedad está asentada en una manera de ver las cosas que lleva mucho tiempo siendo la preponderante, que es fuerte, mayoritaria y compartida por gran parte de la población y de los pensadores del momento, es muy difícil introducir nuevas ideas, es complicado realizar propuestas que intenten cambiar el paradigma de ese momento. Reorientar la dirección que ha tomado la corriente principal del pensamiento económico o de otra clase es complicado. Porque lo más sencillo es dejarse llevar por esta, resistirse a ella es costoso y difícil. Nadar a contracorriente supone un gran esfuerzo que no todos están dispuestos a dar y que puede acabar en fracaso.
Por eso, en un primer momento, proponer ideas alternativas a la preponderante suele ser una cuestión minoritaria. Solo unos pocos se atreven a ello, y ellos pueden tomar dos opciones fundamentales. La primera es la que denomino «minorías con vocación de minoría». Se trata de aquellos grupos que encuentran un recodo en el río, un pequeño ramal secundario del mismo en el que pueden asentarse fácilmente y resistir en él a la corriente principal y en ocasiones hasta remontarla un poco. Se trata de aquellos colectivos que, teniendo ideas diferentes a las mayoritarias sobre cómo organizar la sociedad, las aplican solo para ellos mismos o para los suyos.
Para lograrlo crean un espacio diferenciado del resto en el que pueden comportarse de una manera distinta de los demás. Desde allí contemplan a los otros y les dicen que las cosas pueden ser de otra manera, que, si alguien quiere cambiar, se puede venir con ellos y experimentar esa realidad paralela que están viviendo en su grupo. Son colectivos que hacen las cosas de otra manera y demuestran que todo puede ser diferente, que animan a los otros a que se unan a ellos, pero que no pretenden cambiar la corriente principal, sino posicionarse en otro lugar en el que trabajar de otra manera. Son minorías con vocación de minoría, grupos que se separan del resto para realizar su ideal en experiencias pequeñas que no quieren cambiar el mundo, sino solo vivir de otra manera con los suyos.
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