Calos Bastidas - Serenata para una rana

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Serenata para una rana: краткое содержание, описание и аннотация

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En esta bella historia, dos niños llegan a visitar a sus abuelos, y en ese lugar se desarrollan muchas aventuras mágicas que dejaran una imborrable huella en los niños. Un bello libro de literatura infantil, lleno de fantasía e imaginación, en el que dos hermanos visitan la casa de sus abuelos, y se encuentran viviendo una gran cantidad de aventuras, con personajes tan diversos pero tan comunes en los cuentos infantiles como duendes, brujas, sapos y cazadores.

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—Nosotros podemos hacer ver cosas que, en realidad, no pasan.

—¿Y qué más sabes hacer?

—Aparecer y desaparecer.

¡Tris!

Desapareció.

¡Tras!

Apareció.

—¿Y qué más?

—Esto.

¡Trik!

Se transforma en la cabeza gigante de un horrendo animal que, con las fauces abiertas y rugiendo, se lanza sobre los chicos que, asustados, se encuentran, virtualmente, dentro de la boca de esa cabeza que pasa sobre ellos y desaparece a sus pies, en la tierra.

¡Trak!

—¡Acá estoy!

Y ahí está en la roca, sonriente.

Los hermanos están un poco disgustados por el susto.

—¿Y en rana? —le pregunta Malena con gra­cioso aire inocente.

—Sí, en rana —la secunda Sebastián, adivinando lo que quiere hacer Malena.

—¡Ya! —exclama Gaspar.

Y sobre la roca aparece una rana.

Corren los muchachos y la tapan con un sombrero, apretando fuerte contra la roca el ala.

Tienen las caras rebosantes de alegría.

De dentro de la copa del sombrero sale la voz del duende.

—Por la Luna y por el Sol, perdonadme, amigos míos, la charada.

—¿Prometes no volver a asustarnos?

—Sí. Sí.

—¿Por quién?

Y antes de que conteste, le preguntan, sonriendo con picardía:

—¿Por la Luna y por el Sol?

—Sí, sí, por la Luna y por el Sol os lo prometo —dice Gaspar, y los hermanos se echan a reír. Levantan el sombrero.

Ahí está de nuevo el duende en su aspecto natural.

—¿Amigos? —preguntan.

—Amigos.

El duende está sentado en la roca grande del vado, y los chicos estirados en la arena de la playa.

Una iguana grande, de color verde y cresta dorsal de afiladas escamas, que va desde la cabeza hasta la cola, está parada en una piedra.

Alargando el cuello de gran papada, mira a los muchachos, resoplando como si tuviera un fuelle.

Cuando se vuelve hacia el duende, golpea con su poderosa cola el agua, como amenazándolo si se atreve a hacerle daño.

El duende y la rana nomás se observan.

Él le hace caras y le saca la lengua; ella cierra y abre los ojos con rapidez y no deja de sacar la lengua para analizar el ambiente. Se aburre, afloja las garras de sus patas cortas y se tira a la corriente; vuelve a salir y se va río abajo saltando por entre las rocas y ver­dean­do el río, a ratos nadando, a ratos dando zancadas.

—Las iguanas son bonitas y extrañas —dice Malena.

Y su hermano, emocionado:

—Como todo lo que hay en la naturaleza: bonito y misterioso.

Después de un rato, les pregunta Gaspar:

—¿Y cuándo regresan a la tierra de ustedes?

—Esta es nuestra tierra —le contesta Malena—, pero ahora vivimos en Santafé, con nuestros padres.

—Los conozco desde que eran pequeñitos, y los traían sus papás o venían con sus tíos o sus primos.

—¿Y por qué no te hemos visto antes? —pregunta Sebastián.

—Porque nosotros no siempre nos hacemos ver por los humanos. Ahora fue por el doblón. Les pregunté que cuándo se marchan.

—Sí, disculpa —dice Malena—, en un par de días, el viernes.

—Me gustaría conocer la ciudad donde viven. Debe ser un reino muy grande.

—No es un reino, aunque sí es muy grande.

Hay un silencio, y después recita Gaspar, emocionado:

—Llevadme a conocerla,

que de huésped que sea,

yo no ocupo espacio

y es de aire mi yantar.

—¿Eres poeta, Gaspar? —le pregunta la chica—. A ratos hablas en verso.

—Sí, Malena, mis inspirados y sencillos versos los escribo en la corteza de los troncos de los árboles.

—Siendo así, tendrás un bosque de poemas. ¿Nos dejarás leer algunos?

—Un día los llevaré a mi floresta poética y les regalaré todos los que alcancen a copiar. Por ahora, por favor, llévenme con ustedes, por la Luna y por el Sol.

—No, no es posible, te morirías allá —le objeta Sebastián, con los ojos sonrientes por eso de “por la Luna y por el Sol” y, luego, poniéndose serio—. El aire de las ciudades está muy contaminado. Este que respiras es puro y saludable.

—Está bien —indica Gaspar, en tono apagado, como si cambiara de opinión y, después, con despreocupación—: ¿vendrán mañana?

—Sí. Si Dios quiere.

—Entonces, nos veremos aquí.

¡Tris!

Y desaparece.

Los chicos están encantados por lo que han vivido en esta tarde, que más bien parece ser una de esas que se viven en los extraños mundos de los cuentos maravillosos.

—Si viven del aire —dice Malena, saliendo del agua para vestirse y como si nomás hablara para ella—, uno de estos seres no podría vivir en Santafé, con ese aire tan viciado que respiramos —se envuelve en una toalla y va a buscar un matorral para cambiarse el vestido de baño.

—Este Gaspar debe ser el loco de la comunidad —opina Sebastián, ya listo y a la espera de que su hermana termine de vestirse—. Como dijiste, en Santafé se moriría por la contaminación y el ruido.

—Por el ruido no te preocupes, que más del que hace con su tambor…

Se echan a reír, y emprenden el regreso a casa de los abuelos.

El caminito los va llevando y el cielo vela por ellos.

Más tarde, el sol recogerá sus pájaros de fuego,

se pondrá la danzarina noche sus ajorcas de oro,

en el bosque de la infancia se dormirán los sueños,

y tendrá mi corazón el deambular de un duende.

El río que brotó de un árbol sostenido del cielo por un mono

Por la noche, a la lumbre de la luna, en la galería de la casa, mientras el abuelo dormita en la hamaca, sentada en una alfombra, la abuela ha vuelto al recuento de las historias y leyendas que no se cansa de contar. En su forma de narrarlas está el encantamiento; en la hora; en el silencio circundante; en medio del canto de los grillos; en el cuadro que forman ellos, unidos por el respeto que se tienen, el amor que es el espíritu familiar y el gusto que sienten de estar juntos; más aún, porque saben que no pueden estar así por siempre. Los nietos, porque solo están de vacaciones, y los abuelos, porque ya hay una barquita de oro que viene por ellos.

Es que aquí no hay permanencia y no hay un día que dure más de un día - фото 7

Es que aquí no hay permanencia, y no hay un día que dure más de un día.

—Cuentan los ticunas —empezó la abuela— que el río Amazonas nació del tronco de un árbol. Eso fue en tiempos muy antiguos. Se dice que había un árbol tan grande que cubría toda la Tierra. Tan inmenso era y tenía tanto follaje que no dejaba ver la flor azul del cielo. Entonces Yoí —el primer padre— fue a ver a su hermano mayor y le habló: “Ipe, hermano, aunque es hermoso el suave verdor que pasa por entre las ramas y las hojas de nuestro árbol, como hombres que somos, necesitamos ver el cielo, el azul del cielo, ayúdame a cortarlo”. Pero el árbol era demasiado grande y los dos solos no podían con él. Siendo así, acudieron a los animales. A todos los animales. Y los hermanos empezaron a cortar y a cortar, y los animales a roer y roer, y los pájaros a picotear y picotear, por todos lados, los topos a morder las raíces, y todos a hacer fuerza y a empujar, a halar y a despejar el campo. Al fin, el árbol quedó cortado, suelto; no obstante, el árbol no cayó a la tierra.

—Espera, abuela —interrumpe con delicadeza Malena—. Qué imagen tan extraña. Co­mo un sueño. Un árbol cortado que no cae, como arrimado o apuntalado en el aire, tal vez en suave balanceo. Los animales de la tierra vueltos hacia él desde abajo, y desde arriba, los pájaros en sus ramas haciendo peso para que caiga. Perdona, abuela, sigue contando, por favor.

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