Warren Wiersbe - La Oración Intercesora de Cristo

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"La oración de Jesús en Juan 17 ha sido llamada la oración más grande de todos los tiempos. Ahora, uno de los más respetados maestros de la Biblia en América, Warren Wiersbe, explora cada una de las ricas porciones teológicas y prácticas de la petición de nuestro Señor.
Según Wiersbe, la oración intercesora revela las prioridades y preocupaciones de Jesús mientras enfrentaba las últimas horas antes de su muerte. Al estudiar esta oración, los cristianos podemos aprender qué era lo más importante para Jesús y hacer nuestras sus prioridades.
La Oración Intercesora de Cristo se enfoca en los temas más apremiantes de la vida cristiana contemporánea, como el desarrollo de una vida de oración eficaz, la comprensión de la salvación, hacer discípulos, el uso de recursos espirituales, la madurez en Cristo, la formación de una genuina comunidad de creyentes y el equilibrio de la verdad y el amor."

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4. La gloria de Dios debe ser nuestro principal interés.

"Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti."

La palabra "gloria" es usada de una forma u otra, ocho veces en esta oración. ¿Qué significa? En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea traducida como "gloria", significa "ese peso que es importante y honorable". (La frase de Pablo en 2 Corintios 4:17 RV60, "eterno peso de gloria", lleva esta idea). En el Nuevo Testamento, la palabra griega traducida por "gloria", significa "opinión, fama". Los teólogos dicen que "la gloria de Dios" es la suma total de todo lo que Él es, la manifestación de su carácter. ¡La gloria de Dios no es un atributo de Dios, sino un atributo de todos sus atributos! Él es glorioso en sabiduría y poder, en sus grandes obras y en la gracia que nos otorga.

Usted probablemente ha notado que la “Oración del Señor" nos enseña cómo poner los intereses de Dios antes que los nuestros. Nosotros oramos "santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo", antes de plantear nuestras propias necesidades (el pan de cada día, el perdón y la protección del pecado). Cuando nuestra oración se centra en la gloria de Dios, vemos nuestras necesidades y peticiones desde una perspectiva apropiada. Los asuntos que parecían tan importantes tienden a disminuir a su propio tamaño cuando son medidos por la gloria de Dios.

Cualquier cosa por la que oremos, en la voluntad de Dios y para la gloria de Dios, será concedida por nuestro Padre Celestial. Cuando estamos dispuestos a traer la gloria a Dios a la tierra (v.4), Dios está dispuesto a proporcionarnos lo que necesitamos.

¿Jesús estaba orando egoístamente cuándo dijo, "glorifica a tu Hijo”? ¡No! Para empezar, Él había compartido esa gloria con el Padre "antes de que el mundo existiera" (v.5). Cuando Él vino a la tierra en su cuerpo de carne, Jesús veló esa gloria. Pedro, Jacobo y Juan la vieron en el Monte de la Transfiguración (Mateo 17:1-8; Juan 1:14), pero no le fue revelada a nadie más. Cuando nuestro Señor le pidió al Padre que lo glorificara, sólo estaba pidiendo el retorno de lo que ya era suyo.

Pero había algo más. La glorificación de Jesucristo significaba la terminación de la gran obra de salvación. En esta oración, Jesús habló como si su obra en la cruz ya hubiera terminado. "Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste" (v.4). Si Jesucristo no hubiera sido glorificado, no habría salvación para los pecadores de hoy. El Espíritu Santo no habría sido dado. No habría iglesia, ni Nuevo Testamento ni vida cristiana. Al orar por sí mismo, nuestro Señor no estaba siendo egoísta, pues Él nos tenía en su mente también. Después de todo, para que esta oración fuera contestada, Él debió dar su vida en la cruz. Ni la más estrecha imaginación podría llamar a esto egoísmo.

Dios contestó la oración de su Hijo. "El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha glorificado a su siervo Jesús" (Hechos 3:13). En 1 Pedro 1:21 dice que el Padre "lo resucitó y glorificó". ¡Hay un Hombre glorificado en el cielo hoy! En Jesucristo, la deidad y la humanidad comparten la gloria. Esto nos asegura que un día compartiremos la gloria de Dios, pues "seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es" (1 Juan 3:2).

Jesucristo ya le ha dado a su iglesia la gloria (v.22). El tiempo de los verbos utilizados en Romanos 8:30 siempre me ha sorprendido: "A los que justificó, también los glorificó." Nosotros sólo somos glorificados en tanto seamos justificados, pero la gloria aún no ha sido revelada. Toda la creación, en medio de dolores de parto por causa del pecado, está aguardando ansiosamente “la revelación de los hijos de Dios", pues sólo entonces, la creación será "liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Romanos 8:19, 21).

Lo que debemos preguntarnos es, si Dios contesta esta petición, ¿le traerá la gloria? Y, ¿qué encontrará de esa respuesta cuando Jesús venga de nuevo? He descubierto que examinar si mis oraciones buscan la gloria de Dios, es un buen método para identificar peticiones egoístas y miopes.

5. Debemos orar con fe.

Supongamos que el Maestro hubiera visto su situación sólo a través de ojos humanos. ¿Hubiera podido orar como lo hizo? No, habría sido imposible. Supongamos ahora que él repasó sus años de ministerio y los evaluó desde un punto de vista humano. Habría parecido un fracaso. Tenía muy pocos seguidores y su propia nación lo había rechazado. Hablando humanamente, su trabajo había fallado. Sin embargo, Él oró: "Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste" (v.4). Por fe, Él sería ese "grano del trigo" plantado en la tierra que produciría mucho fruto (Juan 12:24).

O, supongamos que Él hubiera mirado a su alrededor. ¿Qué habría visto? Un pequeño grupo de hombres que lo traicionarían de una u otra manera. Pedro lo negaría tres veces. A esa misma hora, Judas estaba negociando con el consejo judío y vendiendo al Señor como un esclavo común. Pedro, Jacobo y Juan se durmieron en el Jardín cuando debían haber estado animando a su Señor. Todos ellos, lo abandonarían y huirían.

Sin embargo, por fe, Jesús oró: "por medio de ellos he sido glorificado" (v.10). Por fe, Él oró por ellos para cuando fueran enviados a todo el mundo a compartir el mensaje del evangelio. ¡A pesar de sus fracasos, estos hombres tendrían el éxito! "No ruego sólo por éstos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos" (v.20). Estos hombres débiles invadirían un mundo que los odiaba y traerían a muchos a los pies del Salvador. Jesús vio todo esto por fe.

Si nuestro Señor hubiera mirado adelante, habría visto su arresto, su prisión y su muerte en la cruz. Hablando humanamente, fue una derrota; pero por fe, Él vio todo como realmente era: ¡una victoria! Él les dijo a Andrés y Felipe: "Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado" (Juan 12:23). ¡Glorificado! Nosotros habríamos dicho crucificado. Pero Él miró más allá de la cruz, a la gloria que vendría. "Por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios" (Hebreos 12:2).

Cuando oramos con fe, empezamos a ver las cosas desde la perspectiva divina. La fe nos permite ver lo invisible. La fe trata como presente y ya realizado aquello que Dios hará en el futuro. "Vivimos por fe, no por vista" (2 Corintios 5:7).

En mi propia vida de oración, Dios está buscando constantemente devolverme a estos principios. Es fácil para mí desviarme por alguna cosa externa, y mi Padre tiene que recordarme que la oración eficaz debe venir del corazón. Yo debo examinar repetidamente mi relación con el Padre para asegurarme de estar en su voluntad y querer estar en su voluntad, "haciendo de todo corazón la voluntad de Dios" (Efesios 6:6). Debo examinar mis motivos: ¿Estoy orando para que el Padre sea glorificado o para tener mi propia gloria de una manera cómoda? ¿Estoy orando por fe, basando mis peticiones en su Palabra?

Tal vez todo esto haga que la oración parezca muy compleja y difícil. Realmente, no lo es. La verdadera oración se deriva de nuestra "relación de amor" personal con el Padre. "¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él" (Juan 14:21).

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