Advirtiendo mi silencio, levanta la vista para mirarme a los ojos y comenta con ironía—: ¿Es difícil de entender, cierto? A menos que todo se resuma en explicar que mi tía era una mujer enferma, trastornada quién sabe por qué conflicto de su infancia. Una interpretación típica de los psicólogos, ¿cierto?
—Pero eso sería diagnosticar a su tía sin tener los elementos necesarios para hacerlo, Ramiro. En principio, lo que estamos tratando de hacer es ayudarlo a usted. Que seguramente debe haber quedado muy afectado por lo ocurrido aquella noche.
—Me desperté a media mañana —dice resignado—. No me animé a salir del cuarto hasta que escuché la voz de mi hermana, conversando con mi madre y mi tía. Estaban tomando el desayuno juntas. Ocupé mi lugar en la mesa. Mi tía estaba tranquila, como si nunca hubiera pasado nada fuera de lo normal, me saludó con una sonrisa. Mi madre comentó que me veía un poco pálido, pero ni siquiera trató de averiguar si me sentía mal o tenía algún problema. Mi hermana me preguntó qué me gustaría que me regalara para el cumpleaños, hablaron de organizar una merienda con mis amigos. Ninguna de las tres se dio cuenta de que yo me quedaba callado y no demostraba interés en nada de lo que estaban hablando.
—En ese momento, ¿seguía temiendo a su tía Gladys?
—Tenía ganas de salir de la casa, de escaparme de ella, de volver el tiempo atrás y borrar de mi memoria lo que había pasado aquella noche, no sé. Me sentía desgraciado, abochornado, perdido en una soledad sin remedio.
Y al terminar la sesión, cuando Ramiro se marcha con los hombros encorvados, como si el peso de aquel recuerdo continuara pesando sobre sus espaldas. Permanezco largo rato absorto, pensando, sin terminar de aceptar todo lo que he oído.
Del diario de Ramiro
Lunes, 31 de mayo del 2010
Mi cama era de madera, con un respaldo trabajado en arabescos, de color oscuro y brillante. El cuarto tenía dos paredes pintadas de azul y las otras dos de un celeste pálido, casi desteñido. La puerta y las ventanas tenían los marcos del mismo azul oscuro, también las cortinas, la alfombra y hasta el acolchado de invierno, no había lugar para otros colores en mi dormitorio. Según mi madre, había sido decidido así por mi padre; al parecer, ella nunca había tenido posibilidad de opinar ni elegir nada de lo que tuviera que ver con la decoración de su propia casa. Y mi tía Gladys se limitaba a aprobar con una sonrisa todo lo que mamá decía, moviendo afirmativamente la cabeza, sí, sí, las dos hermanitas Ventura debían estar de acuerdo en todo, siempre. Me pregunto si sería verdad…
Ahora, ese que fue mi cuarto se ha convertido en un espacio para guardar esos trastos que todavía no sé dónde colocar, si regalarlos, donarlos a alguna institución de caridad o simplemente, tirarlos al contenedor para basura junto a los restos de maderas rotas, azulejos convertidos en añicos y latas de pintura vacías. No quiero ni siquiera ingresar a ese cuarto ni me atrevo a proyectar una remodelación tampoco; no quiero hacer nada que me obligue a permanecer allí más que unos segundos. Odio ese cuarto, odio toda la perversión que ha quedado grabada en sus paredes, los recuerdos que hacen daño, inmundos, malditos, sucios recuerdos. Pero que, si les doy espacio para regresar, podrían despertar en mí los mismos instintos que un día iniciaron el destino criminal que hoy me atormenta.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.