Mayra Black - Yo maté a mi tía Gladys

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Yo maté a mi tía Gladys: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando se produce un hecho criminal y el asesino fue en primer lugar una víctima ¿cómo se determina el grado de culpabilidad?
Estas preguntas se plantean a través del análisis de los crímenes cometidos por Ramiro Hernández.
Su padre lo abandonó cuando era pequeño. Su tía lo arrastró a un mundo de abusos, que lo llevó al incesto, al sadomasoquismo, la locura y el asesinato. La sed de venganza lo envolvió con la furia de un remolino y, una vez ejecutada, aprendió el camino del disimulo, el ocultamiento y el engaño para eludir el castigo.
Roberto Giaccovino tiene la misión de ayudarlo a reintegrarse a la sociedad, pero le espera una sorpresa que le hará dudar de su habilidad como psicólogo.

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—Es comprensible, lo entiendo, Ramiro. Pero, en todo caso, si hubo una culpa, fue de su tía, debería haber tenido más cuidado, respetar la privacidad de un muchacho de quince años. Fue un error de ella, está claro, por eso le digo que no debe sentirse culpable ni avergonzado.

¿Y usted no se atrevió a plantearle a su tía que había estado mal lo que hizo? ¿Nunca le contó lo mal que se había sentido? —Sigue enojado, molesto, dolorido. La hora de la sesión ha terminado, pero quiero concluir de una manera menos dramática el encuentro.

—No. Quise dar por cerrado el tema, me pareció que si lo hablaba iba a empeorar las cosas, tal vez ella empezara a hacerme bromas de mal gusto o se hiciera la desentendida, como si hubiera olvidado lo que había pasado. No le dije nada ni se lo conté a nadie, esta es la primera vez que lo cuento. Pero mi relación con mi tía empezó a cambiar desde esa noche.

—A ver…, usted dice que su relación con ella empezó a cambiar. ¿Fue su relación lo que cambió o fueron sus sentimientos hacia ella los que cambiaron?

—Hace amago de comenzar a responderme, pero lo detengo con un gesto—.

¡No!, no trate de contestarme ahora, Ramiro. Le dejo esto como una propuesta para que lo piense y en la próxima sesión me contesta, ¿está bien?

Él acepta tácitamente, se pone de pie y se marcha saludándome con un movimiento de cabeza. Me parece que está perturbado.

III

Del diario de Ramiro

Miércoles, 19 de mayo del 2010

El baño estaba pintado de color mostaza y los azulejos eran marrones. Oscuro, sombrío, así era el baño. Por eso hice quitar los azulejos, lijé las paredes. Hasta el piso de baldosas, de un rojo oscuro como la sangre, hice sacar. Ya compré la cerámica nueva, blanca como la pintura de las paredes, como los sanitarios, como será la cortina para la bañera. Todo blanco, el baño debe ser un lugar limpio, porque es un sitio donde nos deshacemos de la mugre, la transpiración, los desechos de nuestro cuerpo, para salir renovados y puros. Debe ser un espacio privado, donde cada uno sienta que está a resguardo de los otros, donde pueda sentir que será respetado. Va a quedar lindo mi baño y nadie, nunca, va a abrir la puerta mientras esté ocupado por otra persona.

Ahora recuerdo que el psiquiatra que me derivó a Giaccovino me habló de eso, también. De la necesidad de los seres humanos de liberarnos de nuestros desechos, de la basura que llevamos acumulada dentro de nosotros mismos, como los recuerdos que nos perturban, las culpas, los remordimientos, la necesidad de venganzas que guardamos disimuladas detrás de la sonrisa falsa de todos los días. Y me dijo: «Eso vas a hacer, Ramiro, en tus sesiones con el psicólogo. Y vas a sentirte mucho mejor después. Pero claro, Ramiro, eso depende de tu capacidad para abrirte, para ser sincero y honesto contigo mismo. Decir la verdad, Ramiro, aunque te duela». Y no lo hice. Porque yo, al psicólogo, le estuve mintiendo.

IV

Apuntes del licenciado Roberto Giaccovino

Viernes, 21 de mayo del 2010

Ramiro ingresa al gabinete con paso firme, erguido, decidido. Apenas se deja caer en el sillón, levanta la vista y, mirándome de frente, me dice:

—Quiero empezar confesándole algo. El otro día, cuando me preguntó sobre mi familia, no fui sincero con usted, no le dije la verdad. —Quedo a la espera, en silencio. Siento que no hará falta que le haga más preguntas y mucho menos un comentario—. Cuando le dije que mi padre había muerto: eso no es cierto. Mi padre no murió, él se fue de casa, simplemente. Tuvo una discusión con mi madre, se pelearon mal, hubo muchos gritos, insultos y reproches, llanto de ella. Él juntó su ropa en una valija y nos abandonó. Sin despedirse de mí, siquiera. Ni un beso ni una caricia al pasar ni una palabra… Como si yo no existiera.

—Pero ¿sí es cierto que usted tenía cinco años, Ramiro? —Hay un dolor profundo que reflota con estas palabras, que brota de sus ojos y se trasluce en la palidez casi cadavérica que cubre su rostro. Tengo que ayudarlo, pero todavía no alcanzo a percibir cómo.

—Sí. Me desperté con los gritos, llamé a mamá, pero ella no me oyó, siguieron gritando. Me levanté descalzo y me quedé en la puerta del cuarto de ellos, asustado, temblando. Creo que un poco era de frío, porque era pleno invierno, pero también de miedo. Ellos se decían muchas cosas feas, insultos que yo no estaba seguro siquiera qué significaban, pero sabía que eran insultos. Lo que me quedó grabado a fuego fue lo que dijo mi padre antes de marcharse. Le gritó: «¡Esto pasa por haber traído a una puta a vivir en tu casa!».

—Y usted se preguntaba a quién se estaba refiriendo su padre…

—No. No me preguntaba nada —afirma él, sin asomo de duda—. Yo sabía que la única persona que mi madre había traído a vivir a casa era mi tía Gladys. —Confirma, mirándome de frente, pálido como si hubiera recibido una herida mortal— Lo que no sabía era qué quería decir puta.

—Pero ahora, sí lo sabe… —Hay un silencio duro, que parece destinado a extenderse por tiempo indefinido, mientras en mi mente se arma el final de la frase que Ramiro no se atreve a pronunciar: Su tía Gladys era una puta. Aunque él no sabía en aquel momento qué significaba esa palabra.

—Esa frase quedó dando vueltas en mi mente de cinco años y cuando pude saber el significado, empecé a preguntarme por qué mi padre dijo eso de mi tía. Y por qué «eso» había sido motivo para que mis padres se pelearan y él terminara yéndose de casa.

—Seguramente, se habrá preguntado si su padre tuvo alguna aventura con la tía Gladys.

—No. No me lo pregunté por mucho tiempo, al menos. Porque yo había visto cosas, señales, indicios, desde que era muy chico, solo que no sabía interpretarlos. Mi tía apoyada contra la pared de la cocina y mi padre con la cara escondida en su cuello, eso fue un día. Cuando me vieron, ella empezó a reír y dijo que le estaba contando un secreto. Otra vez, entré llamando a mamá en la sala y alcancé a ver que mi padre le bajaba la falda a mi tía. Era chico, pero me pregunté por qué mi tía había estado sentada en el sofá con la falda levantada. Así dos o tres veces, escenas que no le decían mucho a un chico de cuatro o cinco años, pero cuando fui creciendo pude interpretar.

—Entonces, me pregunto, Ramiro…, el hecho de que usted hubiera logrado entender lo que dijo su padre refiriéndose a la tía Gladys, ¿puede haber sido el motivo que lo hizo interpretar como seductora la manera en que ella lo miró al verlo desnudo en el baño?

—¿Usted quiere decir que en mi inconsciente yo tenía grabado el concepto de que mi tía era puta y entonces se me ocurrió que me estaba provocando? —Sonríe, como si lo que acabo de decirle le pareciera una ingenuidad impropia de un profesional de la psicología y, de paso, me recuerda que no es un neófito en estos temas y entiende bien de qué le estoy hablando—. No puedo estar seguro de eso…, pero sea como sea, tuve sobradas oportunidades de comprobar que había estado en lo cierto, ya le voy a ir contando. ¿Pero, recuerda la pregunta que me dejó picando la vez pasada? ¿Si lo que había cambiado a partir de aquel día eran mis sentimientos o mi manera de relacionarme con ella? —Asiento, sin necesidad de palabras. Estoy seguro de que Ramiro va a darme una respuesta concreta y, casi seguramente, sincera—. Empecé a sentirme incómodo estando cerca de mi tía. A estar intranquilo cuando sabía que estábamos solos en la casa, aunque me quedara encerrado en mi habitación y ella estuviera ocupada en la cocina, por ejemplo. Empecé a evitar el menor contacto con ella, hasta esos que son inevitables, como ocurre cuando alguien te alcanza un plato o algo que se te ha caído. La miraba con desconfianza, siempre la veía sospechosa de estar tramando algo que tuviera relación conmigo… No sé si me estoy explicando…

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