Mariana volvió a tomar la palabra:
–Creo que hay una única opción y es aprovechar este tiempo para convencer al pueblo de nuestro plan inicial, un bloqueo por tiempo indefinido en la ruta de acceso. No veo otra posibilidad de frenar la obra.
–Sí, igual te olvidás de que buena parte del pueblo ya está entusiasmado con trabajar en la obra y que otros son parientes de esos interesados y no quieren meterse en líos familiares –expresó Sonia.
–Es verdad lo que dice, señora, pero no nos queda más opción, sino que cada uno se vaya a su casa. Algo debemos intentar –exclamó Andrés.
–Pienso que podemos convencer a las personas de que el pueblo puede volver a ser lo que fue. En lugar de que venga una empresa a dar trabajo, podríamos reclamar al Municipio que otorgue préstamos para las familias que quieran producir. Y hablo de los que quieran trabajar realmente, no de una política para mantener vagos –expresó Ricardo.
–Vago serás vos que en tu vida te leíste un libro sobre políticas sociales –contestó Susana.
El ambiente empezaba a caldearse. No era para menos, existían posiciones demasiado distintas y poco en común entre todas las personas que estábamos. En realidad, solo nos unía el deseo de quedarnos en el pueblo, pero ni siquiera teníamos las mismas tácticas o estrategias, mucho menos acuerdos sobre alternativas para lograr sacar a Los Algarrobos del letargo.
–¡Estoy podrido de estas viejas que se creen que por haber comprado un par de libros saben más que uno! – replicó Ricardo.
–¡Basta! No vamos a querernos ni ponernos de acuerdo en prácticamente nada, pero tenemos que acordar en una cosa: cómo frenar esta obra. Creo que lo que dice Mariana es la que nos queda, la única opción de veras, sin dragones ni falsas catástrofes naturales, ni cosas raras –expresó Don Arnaldo.
–Bueno, lo sometamos a votación –dijo Mariana.
–Yo no estoy de acuerdo con votar, creo que tenemos que llegar a un consenso –dijo Rodrigo.
–Pero no estamos de acuerdo, no nos queda otra opción –contestó Mariana.
–No, compañeros, somos una organización horizontal, no podemos darnos el lujo de que una opinión valga más que la otra. No podemos permitir que una mayoría ocasional someta a una minoría. No podemos reproducir las estructuras de decisión burguesas, no podemos someter un desacuerdo a voto. ¡Tenemos que llegar a un consenso! –exclamó enfático Rodrigo.
–Claro, vos porque no trabajás y tenés todo el día al pedo, dejate de hinchar las bolas –expresó Raúl.
–Raúl, por favor, podemos mantener el respeto entre los miembros de la Asamblea –dijo Mariana.
–¡Respeto es no venir drogado a una reunión! –gritó Raúl mirando a Andrés.
–¡No ofenda al compañero, cada cual es dueño de su vida y de su cuerpo! –contestó Rodrigo.
–¿Podemos volver al tema que nos compete? –dijo Mariana.
–¡Creo que no hay que cortar los debates compañera! No se equivoque –replicó Rodrigo
–Sí, demos lugar al debate libre, nadie es quien para decirnos qué temas tratar y cuáles no –exclamó Paola.
–Es que es evidente que no podremos ponernos de acuerdo en todo, muchachos. Llevo cuarenta años de militancia y sé por qué se los digo –expresó Don Arnaldo.
–Mire, Don Arnaldo, respetamos su trayectoria, pero aquí no manejamos las lógicas de un partido político y menos del PJ –contestó Rodrigo.
–Me tienen podrido, yo me voy de acá, no hay ni la más mínima disciplina en esta reunión –exclamó Raúl.
–Usted no ha parado de faltarnos el respeto desde que comenzamos con esta charla –replicó Andrés.
Raúl se paró, miró fijo a Andrés y le dijo:
–Arreglemos las cosas como hombres, a ver si te la aguantás.
–Cuando quieras, vejete –contestó Andrés.
–Mirá que te voy a romper la cara, pendejo atrevido. Vas a tener que pedirles ayuda a tus amigos dragones.
–¡Viejo de mierda! Los dragones alguna vez existieron, no sos quien para burlarte.
En ese momento no aguanté más, me vi obligada a intervenir, había ganado el respeto del pueblo por los años que llevaba como médica. A diferencia de los otros dos médicos que también vivían allí, yo nunca había sido insultada ni escrachada por abandonar ni maltratar ningún paciente. Esto último no era poco decir, con pesar debo admitir que mis colegas trataban a los pacientes como objetos carentes de personalidad. La insensibilidad pululaba entre muchos profesionales, yo siempre estuve convencida de que no era un problema individual, sino estructural, pero también es cierto que había pequeños gestos que podían cambiar el trato con los pacientes. Finalmente, aprovechando ese respeto que había sembrado durante años, tomé la palabra:
–Me parece que esta Asamblea no está yendo a ningún lado, creo que si hay quienes no quieren votar pues bien que no voten. Ahora tampoco sé qué estamos discutiendo exactamente porque hubo una sola propuesta que siguió en pie y fue la de Mariana. Si no hay otra, por favor avancemos en cómo llevar adelante esa. Y si hay otra propuesta que ya mismo sea explicada y puesta sobre la mesa.
Realmente no dije nada nuevo, pero como suele ocurrir, las palabras son escuchadas de otra forma dependiendo de quién las pronuncie. Y sí, yo hice uso del privilegio que me otorgaba ser una persona respetada y valorada por todo el pueblo. No es que fuese su líder, solo era de las pocas que tenían la simpatía de todos los miembros de la Asamblea. Pese a los rumores que corrían sobre mi cercanía con Susana, tenía la estima de gran parte de los presentes.
Finalmente, no hubo que debatir mucho más, Rodrigo y Paola refunfuñaron un poco, pero luego quedó claro que llevaríamos adelante la propuesta de Mariana. Repartimos el trabajo en dos comisiones: un grupo se encargaría de la campaña de difusión, intentando convencer la mayor cantidad de personas, mientras que otros se ocuparían de la logística del corte. Decidimos que el bloqueo debía comenzar justo después de la fecha de la audiencia pública. Para ello, era fundamental que nuestra posición fuese claramente mayoritaria en la audiencia, pero sabíamos que no lograríamos convencer a gran parte de los habitantes. Con los más duros, nos propusimos solo pedirles que no se metan. Que, si ellos no querían defender su pueblo, no interviniesen en contra de quienes sí lo hacíamos.
La estrategia adoptada hizo cuestionarme seriamente quiénes éramos para acallar la voz de otras personas en una audiencia pública, pero creo que elegir ese camino era el mal menor. No teníamos opción de convencer a mucha gente para que cambie de opinión; no obstante, teniendo en cuenta la apatía cultural que se había forjado en los últimos años, sí podíamos convencerlos de que no se hicieran presente ese día. La indiferencia era nuestra arma, sabíamos que muchos querían irse por falta de oportunidades, pero a la vez sentían la tristeza de ver sepultado al pueblo que los vio crecer. Aprovecharíamos ese margen de duda para pedir que se abstengan de ir. Con un triunfo en la audiencia, podríamos tener mayor argumento para realizar el corte. Pensábamos que, una vez instalado, mucha gente se contagiaría de ello y sería una muestra de que no todo estaba definido, de que nosotros como pueblo también podíamos decidir, venceríamos al olvido y hasta nos transformaríamos en noticia nacional.
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