Federico Sanna Baroli - En Búsqueda de las Sombras

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El Pueblo de Los Algarrobos quedó fuera de los mapas cuando el tren dejó de llegar. Santa Julia fue el yacimiento de oro y plata más importante del siglo XX. Don Vicente trabaja en la mina desde mayo del año 76, ingresó gracias a los contactos de su tío con el Ejército.
Juan no ha conocido oportunidad alguna fuera de Los Algarrobos. La construcción del embalse de Los Piuquenes dejará bajo el agua a todo el poblado. Muchas familias serán reubicadas, saben que no tienen otra oportunidad para progresar.
Rosa nunca tuvo en sus planes quedarse en ese rincón olvidado del mundo. Se ganó su prestigio siendo la médica del pueblo, aunque no pudo vivir libremente su identidad. Junto con Mariana tratarán de organizar la resistencia a la construcción del embalse.
Esta novela se hunde en la cotidianeidad de la Argentina profunda. El daño, aún vigente, de la década de los 90. Los cambios políticos que emergieron en el siglo XXI. La tensión entre las luchas ambientales y el desarrollo económico. La quimera de poder amarse en la diferencia. El lector no ha de encontrar aquí receta alguna, más bien una historia de amores y desencuentros.

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Luego de comer, largo y tendido, charla de por medio con mis tías, me di un baño y salí para encontrarme con Mariana, habíamos quedado en juntarnos en el río. Ella llegó puntual, como siempre. Desde que había empezado a trabajar en la mina, hacía ya cuatro meses, en muchas ocasiones se había enojado por mi trabajo para Esumen y mi relación con Don Vicente, quien no le era de mucha simpatía. Antes de que dijera una sola palabra, ya percibía su ánimo, me daba cuenta por su mirada. Por más que las palabras lo negaran, las miradas son más elocuentes que cualquier frase.

Esa tarde nos pusimos a tomar mate a la orilla del río, ambos nos despejábamos haciéndolo. El río era nuestro lugar de encuentro preferido. En esa época del año sus aguas empezaban a limpiarse luego de los deshielos de diciembre y enero, tomando un color verde que, con el reflejo de los rayos sol, adquiría un encanto especial. Yo había aprendido a disfrutar del río desde chico, apreciar sus meandros, verlo cambiar su cauce, jugar en sus brazos, observar sus aguas aclararse, disfrutarlo cuando en noviembre comenzaba a crecer y abrir nuevos caminos. Nos quedamos allí a ver el atardecer, los últimos rayos de luz se ocultaron tras los picos de los Andes, dejando una estela de nubes naranjas en el cielo. La noche se apoderó de nosotros, los ruidos del pueblo se terminaron de acallar; pasadas unas horas, solo se escuchaba el sonido del agua.

Charlamos de varios temas, pero habíamos evitado tocar el problema del embalse, Mariana estaba muy mal por ello, yo no estaba seguro de que el accionar de su grupo pudiera tener algún resultado. Finalmente, le propuse que nos fuésemos a vivir juntos a partir del siguiente mes. Había un par de viviendas que estaban desocupadas, los propietarios las alquilaban desde la ciudad por temporada, podíamos hablar con ellos y tratar de que el alquiler fuera anual. Mariana me dijo que antes debía saber algo importante:

–Es posible que en estos meses comience la construcción de Los Piuquenes. ¿Vos sabés lo que eso significa?

–Sí, más o menos, de igual manera este pueblo no tiene mucho futuro.

–Con el grupo hemos decidido que haremos un bloqueo al campamento de la empresa, no la dejaremos ingresar. Estamos dispuestos a llegar a las últimas consecuencias con tal de que nos escuche el Gobernador. Además, nunca hicieron la audiencia pública ni nos dejaron opinar sobre la obra, de eso se está encargando el abogado.

–Igual me parece un poco arriesgado, van a terminar todos presos.

–A estas alturas no nos queda más opción, no hemos podido resolver esto de otra manera.

–Vos sabés que yo prefiero mantenerme neutro en estos temas.

–Neutros son los detergentes, Juan.

–No sé si yo pueda bancarte en esto, me parece un exceso. No quiero dramatizar, pero si en la empresa se enteran de que convivo con una persona que participa en el corte, es posible que tampoco me extiendan el contrato para la próxima temporada.

–Estoy un poco cansada de tus idas y vueltas. Si tanto te preocupa la situación, entonces no convivas con una persona que participa en el corte.

Mariana se levantó, me miró apesadumbrada, acercó su cara para darme un beso, casi imperceptible, y se retiró. Fue la última charla que tuvimos por bastante tiempo. El plan de irnos a vivir juntos quedó postergado por completo, o más bien nunca vio la luz. A decir verdad, yo también tenía muchas dudas sobre si realmente podríamos convivir siendo personas tan distintas, ni que hablar de compartir toda una vida. Mariana era una militante política desde que tenía uso de razón, algo que debo reconocer no me agradaba demasiado, menos aun cuando se ponían en juego temas delicados. Nuestro pueblo estaba en franco retroceso y la construcción de Los Piuquenes iba a permitirles a todas las familias salir de esa condena eterna, del olvido y de la falta de oportunidades. ¿Quién quería quedarse en un lugar olvidado por el mundo? Ni siquiera turistas llegaban a Los Algarrobos, con suerte aún figurábamos en los mapas.

Las familias que quedábamos viviendo allí no teníamos opción de salir, sin dudas que la gran mayoría se hubiese ido con la primera oportunidad que surgiere. Mariana era un caso especial, su familia era dueña del único supermercado del pueblo, eso les daba un capital bastante importante y eran de los pocos que podían decidir sobre su futuro. Sus padres nunca quisieron irse, todavía esperaban ingenuamente el día que retornase el ferrocarril, creían que Los Algarrobos volvería a tener grandes plantaciones de frutales y aromáticas. ¡Nada más ingenuo! Ellos podían darse el lujo de soñar con ese mundo, sabiendo que tenían un plato de comida asegurado y mucho más que eso. Habían podido enviar a sus dos hijos a estudiar a la ciudad, Mariana y Fausto, ella había optado por la Biología, mientras que él se había inclinado por la Administración de Empresas.

La hija mayor del matrimonio era la única que había logrado recibirse, su hermano aún luchaba contra las exigencias del sistema universitario, no pocas veces había pensado en colgar la toalla. Sin embargo, el temor de volver al pueblo siempre le ayudaba para intentar una y otra vez progresar en la ciudad.

Mariana volvió, convencida de que tenía un deber que cumplir, sus conocimientos ayudarían a cuidar lo poco que iba quedando en un pueblo fantasmal. Al principio su compromiso me pareció admirable, diría que hasta fue una de las cosas que hicieron que me enamorara de ella. No su militancia política, pero sí su amor por la tierra que la vio crecer, el hecho de volver, pese a que tuvo todas las posibilidades de hacer una vida distinta en la ciudad. Ella se comportaba como una más y nunca hizo gala de las claras diferencias económicas de su familia con el resto. Incluso en mi casa, donde teníamos el ingreso mensual de la tía Rosa, nuestra situación era bastante mala. Desde que cayó la venta de artesanías de la tía Carmen y la economía del pueblo se fue a pique, Rosa nos había mantenido a ambos con su salario. Ello fue así hasta que al fin alcancé la mayoría de edad y comencé a trabajar.

Mis primeros empleos fueron en las pocas plantaciones que quedaban en pie, la paga era realmente muy mala. El salario de Rosa no alcanzaba para que fuese a estudiar a la ciudad, no me quedaba otra opción que intentar progresar por mi cuenta.

Eso puede parecer muy romántico si se lo plantea como una idea abstracta. Por supuesto, está lleno de personas que creen que si se levantan más temprano cada día tendrán más oportunidades, y están los otros, esos que son aún peores. Los que creen que los que no hemos tenido oportunidad es porque no nos hemos esforzado lo suficiente, que nos falta dedicación, esmero, creatividad, ingenio o cualquiera de esos tips de autoayuda. No entienden que hay quienes hemos nacido condenados, no tenemos más opciones sobre la mesa, es posible que a Dios se le hayan agotado las ideas en algún momento. No se le ocurrió para qué podíamos ser buenos, simplemente terminamos siendo depositados en pueblos aislados que se derrumban un poquito cada día.

Mariana siempre me retaba por algunas de estas reflexiones, ella decía que no se trataba de designios divinos sino de decisiones humanas que nos habían condenado. En fin, yo siempre creí que era fácil hablar y hacer bellos análisis cuando hay un plato de comida asegurado por la eternidad de los días. Por eso, si bien al principio admiré su amor por el pueblo, me costó estar de acuerdo con su lucha contra Los Piuquenes. Aunque hubo momentos en que creí haberme equivocado, instantes en los que el manto del olvido pareció levantarse de estas tierras.

¿Qué otra oportunidad tendría la gente de Los Algarrobos de salir de esta situación? Con la construcción de la obra se otorgarían nuevas viviendas en sitios cercanos a la ciudad, una para cada familia. Además de eso, a las poquísimas producciones que seguían en pie se las compensaría otorgándoles la misma cantidad de hectáreas y una indemnización por la expropiación de las tierras.

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