Es cierto que el pueblo quedaría totalmente sumergido, nunca volveríamos a sentarnos a orillas del río, eso me generaba un poco de tristeza. Más que tristeza era nostalgia. Y nadie puede vivir de la nostalgia, creemos que podemos idealizar un recuerdo una y otra vez, que ese recuerdo puede alimentarnos, pero llega un punto en que no hay recuerdo que alcance si no tenemos un futuro por delante. Mariana y su familia vivían idealizando recuerdos, creían que el pueblo podría volver a ser el oasis de plantaciones que fuera hace antaño, aunque no había nada en el futuro que lo hiciera probable.
Volví caminando a casa, era una noche fresca, la brisa suave mecía las ramas de los sauzales de un lado al otro. Mis pies se movían lentamente por una larga calle de tierra, entre el túnel de árboles y la luz tenue de las pocas farolas que seguían en pie. Eran alrededor de las dos de la mañana, nadie quedaba en las calles del pueblo, pasé por la plaza y pude ver un par de niños rayando la estatua central, ya bastante maltrecha, por cierto. Entré a casa con sigilo para no despertar a mis tías, Rosa tenía el sueño bastante ligero y había tenido una larga etapa de insomnio. La vida para ella no había sido nada fácil, la mente le pasaba factura.
Su historia era un sinfín de malos momentos combinados con discriminación y prejuicios. Carmen había sido muy distinta, yo todavía conservaba sus recuerdos de cuando era una mujer alegre que despertaba cada día con una idea nueva y daba lugar a toda su creatividad. Desde que su actividad como artesana había caído en la ruina, lentamente se fue apagando. Primero intentó disimularlo y siguió haciendo todo tipo de artesanías, pero no tenía a quien venderlas. Los habitantes del pueblo eran cada vez menos, sus paupérrimos ingresos no les permitían comprar los productos, que tampoco eran valorados lo suficiente, ya no llegaban los viajeros del ferrocarril ni los turistas. Lentamente, la menor de mis tías comenzó a ser completamente dependiente de los ingresos de su hermana, así se transformó en una desocupada más. Su autoestima fue disminuyendo, ella se fue apagando, un poquito cada día, de manera casi imperceptible, hasta que me di cuenta de que la imagen que tenía de ella no era más que un recuerdo, casi nada se parecía a la señora con gesto amargado y poco expresivo que convivía conmigo. Carmen fue muriendo en vida, pareció condenada por el destino, para mí a Dios se le acabó toda la creatividad y se olvidó de nosotros, yo no encuentro otra explicación.
Santa Julia, octubre de 1987
Don Sánchez entró eufórico, estaba cada vez más cerca de conseguir la factibilidad para comenzar a explotar la nueva mina, esto significaba extender la vida de Santa Julia. Con el ritmo de explotación que teníamos en ese momento, se estimaba que el yacimiento se agotaría en un par de meses. Sin embargo, el nuevo equipo lo había logrado, una nueva veta había sido encontrada a pocos kilómetros del actual yacimiento, la planta de procesamiento podría seguir funcionando; y no solo eso, sino que se volvería a extraer mineral como en las mejores épocas.
Santa Julia había sido un pueblo minero pujante, vivían tres mil personas, de las cuales mil eran trabajadores, el resto eran parejas e hijos de ellos. De los mil trabajadores, novecientos cincuenta eran hombres y solo cincuenta mujeres. La empresa tenía una política muy selectiva respecto a las mujeres, más aun teniendo en cuenta que les permitían convivir con su pareja. ¿Cómo evitar que se queden embarazadas y estén meses siendo improductivas?
En el año 1987, de los mil trabajadores, solo quedaban doscientos, la población total del pueblo se había reducido a seiscientas personas. Cientos de viviendas habían quedado abandonadas, los espacios públicos quedaron enormes para la escasa población de Santa Julia. La empresa de aquel entonces, National Gold, era mayoritariamente de capitales ingleses. Ellos habían diseñado un pueblo perfecto, querían obreros satisfechos para que cumplieran bien con su trabajo. Tenerlos en el pueblo les permitía controlar que tampoco se divirtieran demasiado en su tiempo libre. Por otro lado, de esta forma la empresa se ahorraba los constantes traslados hacia Los Algarrobos. Todo estaba perfectamente diseñado: el gimnasio, la cancha de fútbol, la capilla, la plaza y hasta el cine. Una vez al mes subía el Padre Del Castillo y daba la misa para toda la comunidad. Los ingleses fueron reacios a ello al principio, pero Don Sánchez les explicó lo importante que era que el pueblo mantuviera intacta su fe.
El nuevo hallazgo le permitiría al emprendimiento recuperar sus antiguos niveles de producción, era una noticia fantástica, digna de celebrarse una y otra vez. Sin embargo, a mí me generaba ciertas preocupaciones. Santa Julia guardaba muchos secretos, solo había dos personas que teníamos pleno conocimiento de ello, Eduardo Sarrinda y yo.
Esa misma noche decidí que iría personalmente a inspeccionar el lugar del hallazgo y la posible traza de caminos que debía hacerse para llevar el material hasta el sitio actual de la planta de tratamiento.
Al día siguiente me levanté temprano, ensillé mi mula y salí sin que nadie se percatara. Tomé los puntos cardinales de referencia de la libreta de Antonio, ya que compartíamos la misma oficina; salí antes de que la noche le cediera paso al día. Demoré dos horas, si bien el lugar estaba a seis kilómetros, las posibilidades de acceso eran bastante complejas. Apenas llegué, reconocí perfectamente la zona e imaginé sin duda alguna el sitio exacto por donde pasaría el camino. Había estado varias veces por allí, pocos conocían la cordillera como yo. No es por presumir, pero sabía a dónde conducía cada una de las quebradas.
La nueva mina fue bautizada como Santa Teresita, en honor a su descubridora. A decir verdad, esa veta ya había sido explorada, se contaban con informes anteriores; no obstante, fue Teresita quien sugirió volver a trabajar en ella. Si bien faltaban estudios técnicos, todo hacía indicar que el proyecto sería factible. Era cuestión de semanas para que comenzara a realizarse el camino de acceso que conectaría con Santa Julia, se mantendrían todos los campamentos en el lugar actual, al igual que la planta de procesamiento del mineral. La empresa había estudiado que ello era menos costoso que cambiar de sitio todo el procesamiento. Lo que más me preocupaba de esta situación era la quebrada por la que tomaría el camino, decidí inmediatamente pedir dos días de licencia y bajar a dialogar con Sarrinda.
El otoño, de nuevo el otoño.
Pronto, si el calendario tiene razón, las alamedas se empezarán a pintar de dorado, los colores se fundirán, las hojas caerán.
La quietud se verá interrumpida por los vientos otoñales que suavemente irán limpiando los árboles.
Luego de una lenta suspensión en el aire, tocarán el suelo, al fin hasta la más alta de todas caerá, en el piso ya serán iguales.
¿Y si finalmente lo logramos? ¿Y si la historia se equivoca? Por un instante que así sea, que las leyes del mundo no sean tales.
El arte nos dará la anomia, una isla en los océanos de la razón.
Mejor que solo sea un segundo, que no se haga ley ni nueva razón. Que no haya método ni se banalice la emoción.
La belleza está en lo efímero, lo que se va dejándonos llenos de nostalgia y abriendo algo de futuro.
Los Algarrobos, 10 de abril de 2010
–Tengo novedades y creo que son positivas –explicó el abogado.
–¿Qué puede ser positivo en este contexto? La empresa ha comenzado a pedir curriculums en el pueblo, dicen que tomarán mano de obra local. Vaya paradoja, serán las mismas manos de este pueblo las que lo hundan para siempre –expresó Mariana.
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