–Dieron lugar a la acción de amparo y se ordenó detener la construcción de la primera etapa hasta tanto se realice la audiencia pública y se asegure la participación.
–A estas alturas eso es casi un absurdo, nadie se pronunciará en contra si gran parte del pueblo siente que es su única posibilidad de trabajo –explicó Tadeo.
Hubo un silencio breve, de no más de unos segundos, fruto del desconcierto que vivíamos los miembros de la Asamblea.
–Es cierto eso que dicen, y más aún que la opinión de la comunidad no es vinculante para hacer o no la obra, pero esto también significa tiempo. Es muy difícil frenar la obra judicialmente, lo único que podemos hacer es retardarla. La única forma de frenarla es políticamente, mediante la presión de su pueblo –expresó el abogado.
–Acá no hacemos política, ya se lo hemos dicho doctor, solo venimos a defender el ambiente –dijo Raúl.
–Tenemos que hablar con aquellas personas que han vivido toda su vida en el pueblo y no están dispuestas a irse, necesitamos que los que más años tienen aquí sean los que se pongan al frente de esto –expresó Julia.
–¿Qué pretenden? ¿Acaso vamos a poner un escuadrón de viejos a bloquear la ruta cuando lleguen los camiones de la empresa? Seamos realistas, por favor –dijo Sonia.
–Doctor, ¿cuándo cree que se hará la audiencia? –preguntó Julia.
–Imagino que en el mes de mayo. Debe informarse con antelación suficiente, pero desde la empresa están presionando mucho al Gobierno para que agilice todo.
–No tenemos más opción que intentar sumar voluntades. Igual, si de cualquier manera la obra se hará por más que el resultado de la audiencia no sea positivo, ¿qué sentido tiene participar? –dijo Raúl.
–Vamos a participar en la audiencia, pero tenemos que pensar algo más, nos enfrentamos a la constructora más grande de la Argentina. Esta empresa ya ha hecho muchas inversiones, tiene gran parte de la máquina lista en la capital, con ansias de ser instalada en el campamento. No tiene sentido que creamos que podemos arreglar esto legalmente. Como dijo el abogado, la legalidad solo nos da tiempo, esto lo debemos arreglar por otros medios –dijo Mariana.
–Debo retirarme, estimados, creo haber cumplido con mi labor por el momento. Seguiremos en contacto y los mantendré informados si hay otras novedades formales –expresó el abogado.
El profesional se puso de pie, se colocó su saco, sacó un pañuelo descartable y limpio la tierra de sus zapatos, levantó su mano saludando a los miembros de la Asamblea y se despidió.
–Ya sé, tengo una idea, podemos bloquear todos los accesos al pueblo y que los miembros oficiales de la empresa no puedan llegar –expresó Andrés mientras terminaba de dar una pitada al faso.
–Pensé que habíamos sido claros en que no queríamos más drogadictos en esta Asamblea –dijo Raúl.
–Esperá un poco, Raúl, todos tenemos derecho a participar, sé respetuoso con el resto. Además, el tema del bloqueo es algo que siempre hemos evaluado– intervino Mariana.
–Bueno, sigo con mi idea, obviamente eso no tendría demasiado sentido porque postergarían la fecha de la audiencia y en algún momento llegarían al pueblo. Porque no estoy hablando de un bloqueo, tiene que parecer un derrumbe natural, algo que no fue producto del accionar de ningún ser humano. Podemos decir que lo hizo algún dragón o alguna criatura mitológica –expresó Andrés sonriendo tímidamente.
–¡Esto es una burla! Venimos a escuchar los delirios de este tipo fumado –gritó Raúl perdiendo toda paciencia.
–¡Era un chiste, viejo! Ya sé que no vamos a atribuirle el derrumbe a un dragón. Bien puede ser un simple fenómeno natural –aclaró Andrés.
–De igual manera, no sé qué ganamos. Los miembros de la empresa no llegarán, pero ¿qué hacemos con los funcionarios del Gobierno? Ellos son la autoridad y si no están tampoco hay posibilidad de celebrar la audiencia. Además insisto en que solo estaríamos retrasando las cosas –expresó Raúl.
–¿A qué punto querés llegar, Andrés? –preguntó Mariana.
–Lo de los funcionarios de Gobierno no lo había pensado, es un buen punto. Creo que deberemos pensar otra cosa. –aclaró Andrés.
–Bueno, es evidente que perdimos tiempo escuchando un drogadicto –expresó Raúl enojado.
–Miré Raúl, yo sé que tenemos diferencias. Como decía mi abuelo: no le entiendo pero le comprendo –agregó Andrés.
–Lo único que faltaba, que te me hagas el vivo. ¡Pendejo irrespetuoso! –contestó Raúl.
Hubo un silencio incómodo de varios minutos, claramente nuestra suerte estaba echada hacía tiempo. No había posibilidad de evitar que el pueblo pereciera hundido, además gran parte de sus habitantes deseaban irse a toda costa de ese lugar. En realidad, más que un deseo, era una brutal resignación; sentían un profundo respeto por su pueblo, pero hacía tiempo se habían dado cuenta de que no había oportunidades. Luchar ya no era una opción, pasaron años intentando sobreponerse al olvido, pero no lo habían logrado. El emprendimiento de Santa Julia era lo único que podía generar un cambio, pero la nueva forma de practicar la actividad minera también era resistida por sectores de la comunidad. Habían llegado noticias de problemas ambientales en otros pueblos, nada de ello le parecía simpático a buena parte de la población de Los Algarrobos.
En cambio, la construcción de la represa les daba la posibilidad de irse hacia una nueva vida. El Estado otorgaría nuevas viviendas e indemnizaciones, hectáreas para todos los productores, y devolvería el sueño de progresar a las dos mil personas que aún quedaban en Los Algarrobos. ¿Por qué nos resistíamos tanto a la represa? Varias veces me lo había preguntado, me costaba explicarlo. Sentía que esa tierra me había adoptado, que era nuestro lugar, para mí había alternativas para que el pueblo volviese a ser ese lugar que había conocido veinte años atrás.
Yo llegué a Los Algarrobos a fines de la década del 80, cuando no tenía otra opción que venir a hacerme cargo de mi sobrino, Juan. La muerte de mi hermana fue un golpe muy duro, éramos muy unidas, hasta el día de hoy siento que ocurrieron hechos confusos. He tratado de no pensar mucho, porque no podemos retrotraer el tiempo ni corregir el pasado. En fin, todavía estoy convencida de que este pueblo merece una segunda oportunidad, estas tierras pueden volver a llenarse de frutales y aromáticas, los propietarios pueden volver a asociarse, hay lugar suficiente para que todos, y no solo algunos, puedan tener su producción.
El traslado a la ciudad podía ser muy positivo para los pocos productores que quedaban, a todo aquel con más de diez hectáreas en producción se le otorgaría la misma cantidad de tierra en los campos periféricos de la urbe. Pero no pasaría lo mismo con quienes vivían en fincas semiabandonadas, quienes poseían pocas hectáreas pasarían simplemente a vivir en los cordones de la ciudad, perdiendo toda su historia, sus costumbres, sus cultivos familiares, su idiosincrasia. A veces me preguntaba: “¿Qué hago yo, una médica que vino de afuera, hablando de la idiosincrasia de este pueblo?”. Muchos querían la obra, otros no estaban de acuerdo, pero de igual modo no se movilizaban, la resignación pudo con ellos. No los culpo, yo he gozado la suerte de tener mis ingresos como médica todos los años, pero la mayoría ha sufrido mucha angustia por no tener un peso para alimentar a sus familias. Aman esta tierra, pero han sido abandonados, tampoco les podemos pedir que sean mártires, llevaban años intentando reactivar un pueblo que fue sacrificado. Para mí todo ha sido parte de un plan premeditado, aunque me dicen que soy una paranoica, que exagero.
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