José Gabriel Ceballos - Buenavista capital del sexo

La gran dama había renunciado a un gran amor para casarse con su marido. Una pasión tremenda, un volcán en catastrófica erupción. Aquí los comentarios se ramificaban y adquirían una desconcertante diversidad. Un poeta. Un calavera. Un noble. Un canceroso desahuciado. Un eunuco. Un forajido… Lo cierto es que la codicia había vencido al sentimiento, y ella acabó por aceptar la propuesta matrimonial que su marido le formulara tras un galanteo pródigo en regalos fabulosos, irresistibles. Y sin embargo, aunque sin afectar la fidelidad conyugal, la llama pervivió y la viudez fue combustible suficiente para reavivarla y tornarla hoguera. Ni bien enterró a su esposo, la viuda buscó a su antiguo amante dispuesta a ofrecerle su arrepentimiento y su riqueza. Revolvió cielo y tierra, contrató a detectives carísimos, gastó fortunas en rastreos y esperanzas que se desvanecieron al igual que pompas de jabón. Y mientras aguardaba, claro, rechazaba pretendientes indiscriminadamente (la anciana madre del maestro quedaba, pues, exenta de culpa). Pero aquel detective le trajo revelaciones conclusivas: el ex amante, por el dolor que ella le había infligido, se había lanzado a un vagabundeo desesperado por el mundo. Y había fallecido en un país remoto, hecho un mendigo, o una especie de ermitaño. El sabueso enseñó contundentes pruebas. Grabaciones de testigos; documentos; fotos –fotos de una lápida con un nombre bien legible, entre otras–; certificaciones oficiales. Hasta un mapa con el itinerario seguido por el viajero a lo largo de los años.

El pueblo se condolió. Una mujer que sufre una pena de amor multiplicada por remordimientos conmueve incluso a las piedras. Si alguien vaticinó que los embates de pretendientes se reanudarían en cuanto la viuda evidenciara alguna resignación se equivocó. Y quienes quisieron sembrar dudas sobre la verdad del relato del detective y sus pruebas no obtuvieron éxito.

Pero tales dudas cundieron luego de unos meses. Desde que el detective regresó y se presentó en la mansión con un ramo de rosas rojas, lo que bastó para que la gente recordara aquella sentencia de un ignoto consultorio sentimental y comprendiera que ya había un triunfador.

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