Desde el levantamiento de Túpac Amaru hasta la rebelión de Pumacahua (1814-1815), el sur andino fue escenario de numerosos levantamientos indígenas. Luego de 1815, sin embargo, el centro de la lucha por la Independencia se trasladó a la costa y a Lima. En este momento, las fuerzas patriotas tuvieron que apoyarse en generales extranjeros —José de San Martín, de Argentina, y Simón Bolívar, de Venezuela—, quienes dirigieron la lucha contra los españoles. El cuarto capítulo analiza este rompecabezas y revisa la larga guerra de Independencia del Perú (1808-1824), mirándola desde el Cusco, y muestra que, en 1815, las divisiones habían desmantelado a los movimientos ubicados en el sur andino. En esos momentos, la población indígena no solo había sido asolada por la guerra, sino que también se encontraba con sus esperanzas frustradas y la desilusión cundía. No solo sale a la luz la adhesión de muchos pueblos al dominio español, sino que se demuestra que el pueblo del sur andino contempló —y en algunos casos combatió a favor de— otras alternativas tales como el revitalismo Inca y variantes de monarquía, remodelándolas de acuerdo a sus tradiciones y objetivos políticos. En contra de lo que dice la historiografía liberal y nacionalista, el reemplazo del domino español por un sistema republicano no era inevitable.
El quinto capítulo estudia el caudillismo y la formación del Estado posindependentista a través del análisis de la coalición de Agustín Gamarra en su Cusco natal. Luego de que se cambió del ejército realista al ejército patriota en 1821, Gamarra fue investido del grado de general, fue el primer prefecto del Cusco y, en dos oportunidades, presidente del Perú. En Cusco, Gamarra creó una coalición heterogénea: luego de utilizar a los militares, las milicias y la oficina de subprefecto para forjar lealtades y difundir su programa, ganó el apoyo de oficiales militares, curas influyentes, autoridades indígenas locales y gran parte de la gente común de Cusco. Su movimiento creó una ideología autoritaria que ponía énfasis en el reclamo del predominio político y económico de Cusco, sobre la base del rol anterior que jugó como centro del Imperio inca y de su importancia durante la Colonia. Al abordar el por qué y cómo del caudillismo, se pone de relieve la complejidad social de su coalición, las conexiones importantes entre los movimientos locales, regionales y nacionales, y la necesidad de asumir seriamente los debates ideológicos del período.
El sexto capítulo examina el funcionamiento de la política caudillista sobre el propio terreno y cómo, luego de la Independencia, la cultura política cambió en la ciudad del Cusco. Se explora la esfera pública, específicamente la prensa, las festividades y las campañas e intrigas militares. Es necesario señalar que el pueblo debatió y combatió tanto sobre el control del Estado como acerca de la relación entre el Estado republicano y la sociedad civil. Aunque solo una pequeña minoría de la población de Cusco era alfabeta, y los dos principales partidos postulaban una noción restringida de la política, estas luchas y debates en relación al Estado involucraron —sorprendentemente— a amplios sectores de la sociedad urbana, incluyendo a los analfabetos. Al analizar cómo los grupos políticos comunicaban su plataforma en la prensa y en las calles se hace un contraste entre el éxito de Gamarra en la creación de una coalición regional, por un lado, y el fracaso de sus opositores liberales para elaborar un programa específico para Cusco, por el otro: al incorporar la adoración de los Incas en su programa, Gamarra sacó provecho del símbolo político más significativo en la región. Debido a su aversión a la monarquía, a la cual ellos asociaban con los Incas, y a su énfasis en los ideólogos europeos, los liberales no pudieron lograr que sus esfuerzos se vincularan a un precedente histórico tan vívido. El éxito que Gamarra tuvo en la construcción de una coalición tan amplia, impregnada de costumbres locales y vinculaba a un movimiento nacional, proporciona pistas importantes sobre la pervivencia del autoritarismo en la moderna Hispanoamérica.
El capítulo final enfoca la cuestión central que enfrentaron los políticos del Perú posindependentista: qué hacer con la mayoría indígena. El Estado republicano, ya asentado, rápidamente restituyó el tributo indígena, con lo que resucitó la piedra de toque del colonialismo español y de las divisiones raciales en los Andes. Las autoridades no indígenas señalaban el atraso de los indios y su falta de interés en la política, justificando de esa manera su propia intrusión explotadora. Una vez más, sin embargo, el Estado no pudo imponer su voluntad en el campo, pues tanto su naturaleza inestable como la economía decadente del Cusco obstaculizaron los esfuerzos neocoloniales sostenidos por los gamarristas. Asimismo, el torbellino político impedía que las autoridades se pudieran establecer, mientras el continuado estancamiento económico disminuía la demanda por tierra y mano de obra indígenas. Y, por otro lado, los propios indios negociaron mejores condiciones, pues en esencia pagaban el tributo y recibían derechos especiales como tenedores de tierras y cierta autonomía política. Finalmente, incluso Gamarra fue incapaz de cerrar la brecha entre la sociedad indígena y la sociedad no indígena. Su fracaso en reclutar indios para sus campañas militares, como fue evidente en la Batalla de Yanacocha (1836), estudiada en detalle en el presente trabajo, condujo a su derrota y simbolizó el prolongado abismo entre la república de los indios y la república del Perú.
1Este ha sido el dogma central de los estudios subalternos. Véase Ranajit Guha. Elementary Aspects of Peasant Insurgency in Colonial India, Delhi, Oxford University Press, 1983. Mucho de la historiografía latinoamericana de los últimos diez años, parte de ella en diálogo con los estudios subalternos, ha puesto el énfasis en la acción política del campesinado.
2Dos trabajos claves que refutan la noción “primordial” de nacionalismo y plantean la primacía de la ideología por encima de las condiciones estructurales son el libro de Benedict Anderson. Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nacionalism, Londres, Verso, 1983; y el de Eric Hobsbawm y Terence Ranger (eds.). The Invention of Tradition, Cambridge, Cambridge University Press, 1983.
3Partha Chatterjee. Nationalist Thought and the Colonial World: A Derivative Discourse, segunda edición, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1993 y, del mismo autor. The Nation and its Fragments: Colonial and Postcolonial Histories, Princeton, Princeton University Press, 1993. Véase también una serie de volúmenes editados sobre nacionalismo, entre los que está el libro de Geoff Eley y Ronald Grigor Suny (eds.). Becoming National, Nueva York, Oxford University Press, 1996, en particular la introducción (pp. 3-37), y el artículo innovador de Julie Skurski sobre América Hispana. “The Ambiguities of Authenticity in Latin America: Doña Bárbara and the Construction of National Identity” (pp. 371-402). Una elaboración importante sobre los campesinos y el nacionalismo en América Latina está contenida en el libro de Florencia Mallon. Peasant and Nation: The Making of Postcolonial México and Peru, Berkeley, University of California Press, 1995, y en el artículo de Peter Guardino. “Identity and Nationalism in Mexico: Guerrero 1780-1840”, en Journal of Historical Sociology, N° 7, 1994, pp. 314-342. Sobre el concepto de nación en la América hispana del siglo XIX véase, de Mónica Quijada. “¿Qué nación? Dinámicas y dicotomías de la nación en el imaginario hispanoamericano del siglo XIX”, en François-Xavier Guerra y Mónica Quijada (eds.). Imaginar la nación, Hamburgo, AHILA, 1994, pp. 15-51.
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