Luego, Dora Coledesky relató su exilio en Francia desde 1978 hasta 1985:
Cuando llegué estaba en su auge la lucha por la legalización del aborto que Simone había encabezado junto a otras feministas. Tenía todavía dificultades con la lengua, igualmente leí el primer tomo. A mi llegada a la Argentina leí La fuerza de las cosas que me enviaron de regalo desde París donde ella hacía unas precisiones sobre El segundo sexo. Anteriormente, yo no la conocía ni tampoco había leído su libro. Esto es explicable porque yo no era feminista. Estaba incorporada a la lucha revolucionaria desde muy joven, pero en los partidos llamados revolucionarios había verdaderos prejuicios con respecto al feminismo. Sin embargo, algunas compañeras que venían de grupos como el Movimiento al Socialismo (MAS) y del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) en la posdictadura conocían algo de feminismo y discutían conmigo. Fue allí cuando, junto con una de ellas, empezamos a cuestionar el porqué cuando hablábamos las mujeres siempre se nos interrumpía, no así cuando hablaban los hombres. Pero el descubrimiento del feminismo, de las reuniones de mujeres va a ser para mí en Francia, no solo por las francesas sino por la cantidad de mujeres latinoamericanas venidas de México, Perú, Colombia, Venezuela y Guatemala. Algunas exiliadas y otras venían a estudiar o a trabajar y se enfrentaban en las reuniones con aquellas del Cono Sur que preocupadas con la situación de las dictaduras militares poníamos el acento en la solidaridad política con Argentina, Chile, Bolivia y Uruguay. Aprendí mucho de ellas a pesar de que su suerte fue variada y muchas retrocedieron en la lucha. ¿Dónde mamaron estas compañeras el feminismo? Es difícil decirlo, yo creo que fue su propia experiencia unida a que captaron enseguida en Francia lo que significaba el feminismo. Formamos un grupo de latinoamericanas. Llegamos a ser cincuenta que nos reuníamos en un aula de la universidad de París de Jussieu. Éramos muy heterogéneas. Ahora viéndolo a la distancia me parece increíble y me pregunto: ¿qué nos llevaba a reunirnos cada lunes? Evidentemente, era una necesidad.
Le siguió Lily Sosa de Newton con su texto Impresiones sobre El segundo sexo de Simone de Beauvoir:
Compré y leí El segundo sexo en 1965, cuando salió la edición de Siglo Veinte. Conocía la obra de Simone de Beauvoir como novelista y todo lo referente a su relación con Sartre y el existencialismo. Sabía que era una mujer de una inteligencia superior, aunque ideológicamente no compartiera algunos aspectos de su posición. Desde hacía tiempo era frecuentadora asidua y apasionada de cuanto se refería a las mujeres tanto históricas como modernas y buscaba las obras escritas por ellas. Manejaba bastante bibliografía porque entonces, en 1965, estaba preparando mi libro Las argentinas de ayer a hoy, que se publicó al año siguiente. Confieso que El segundo sexo me deslumbró pues nada de lo que había leído anteriormente me mostraba de manera tan precisa y contundente una realidad que todas intuíamos, sin tomar exacta conciencia de su peso. Muchos años antes, en 1941, había entrado en contacto con la obra de Virginia Woolf, Un cuarto propio y Tres guineas, notables ensayos sobre la situación real de las mujeres en su país. Fue entonces cuando empecé a pensar en algo que, en el mismo marco de análisis, sintetizase la trayectoria de las argentinas y sus esfuerzos para escapar del esquema patriarcal que regía sus vidas. Fue Simone de Beauvoir quien me brindó un enfoque histórico y filosófico válido para todos los países y épocas y su argumentación me mostró la posibilidad de comprender muchos puntos oscuros, fruto de alegatos retóricos que a nada conducían dada la confusión existente. Había que llegar a la raíz profunda, y eso fue lo que hizo El segundo sexo. Se trataba de salir del entramado o por lo menos intentarlo, por eso, las mujeres lucharon a brazo partido durante siglos. Simone de Beauvoir no dejaba en su obra aspecto sin analizar, partiendo de la base de que mientras las mujeres fueran solo consideradas en función de objeto, de “el otro”, no lograría ocupar el lugar que le correspondía, y que le era usurpado por el “primer sexo”. Su libro, original y sumamente completo, era, desde luego, para un público lector especifico y, por ende, reducido. No recuerdo, en esos años, haberme enterado de la repercusión que pudo tener. Esto empezó bastante tiempo después, como sabemos, y alcanzó proporciones considerables, afortunadamente, divulgando el concepto de género y otros enfoques que ya dejaron de lado el encuadre existencialista de Beauvoir. Las entidades existentes, en aquel tiempo, numerosas, tenían otros intereses. Incluso, supongo que no conocían la obra de la francesa. Cuando salió mi libro, en 1966, llamó la atención, tan grande era el desconocimiento del mundo femenino del país. Para muchos fue un descubrimiento de nuestras mujeres, pero ignoro que hubiese repercusiones sobre la obra de Simone de Beauvoir, que a mí me había impresionado tanto. Creo que los estudios posteriores fueron muy influenciados por aquel libro, surgiendo a partir de ahí en otros países, otras teorías y especu- laciones al respecto. Los antropólogos, psicoanalistas y sociólogos elaboraron nuevos andamiajes y surgirán otros en el futuro. Ojalá que no queden en la pura teoría. Lo importantes es afirmar con estricta justicia que El segundo sexo –un título genial– debe ser siempre reconocido como un hito esclarecedor en los estudios de las mujeres y en la aplicación práctica de algo que ya no se puede negar.
Después, María Elena Oddone se presentó comentando “Mi gratitud es eterna. Me siento retribuida”:
Esta obra llegó a mis manos en el año 1962, fecha de la edición que yo poseo. Conocía de Simone de Beauvoir por sus novelas y por su famosa relación con Sartre. En la década de los cincuenta yo vivía enclaustrada al cuidado de una familia numerosa, la única ventana al mundo eran los libros, la radio y los diarios. No pude saber si las mujeres de esa época tenían inquietudes intelectuales o de cualquier otro tenor. En el ambiente en el que yo vivía las mujeres como yo eran amas de casa y madres de familia. Fue en esa época que se produce el boom de las mujeres en la universidad. Pero yo no me enteré. Mi pasión por la lectura no tenía temas determinados, sino que era confusa. Pero la condición subalterna de la mujer no me era indiferente debido a mi propia realidad. Nunca había escuchado la palabra feminismo, aunque ya conocía a las sufragistas de principio del siglo xx. Mi defensa de las mujeres en reuniones familiares causaba escándalo. Pero me faltaban argumentos para sostener esa defensa. Mi encierro en el que vivía era por la voluntad de un marido despótico y de una familia religiosa, aunque yo había abonado para recibir el impacto de El segundo sexo. Fue el empleado de la librería donde compraba mis libros el que me ofreció la obra, porque conocía mi interés sobre el tema de la mujer. Sería un cataclismo beneficioso claro está, pero no al primer momento. Fue un alumbramiento y, al mismo tiempo, una caída del pedestal en el que yo creía estar: una mujer maravillosa y una diosa madre. A decir verdad, descubrí lo que en realidad era: una sirvienta que no tenía los elementos para saber quién era. Un ser inferior al servicio de todo y de todos. Soy fuerte y no le quito el cuerpo a la realidad, pero lo que leía superaba mi fortaleza. Pese a lo cual no dejaba el libro en todo el día y seguía leyéndolo en todo momento. Desde entonces mi vida no fue lo que era. Soy una persona influenciable, pero para mí El segundo sexo tuvo importancia significativa porque allí estaba escrita mi realidad. Y además me la explicaba, me daba respuestas a mis preguntas. A la vez, descubrí algo que no sabía que yo poseía: poder. Pasaron muchos años para que la libertad del intelecto se convirtiera en la libertad del existir como persona. Tuve que sortear millones de obstáculos, levantar la lápida de una educación castrante. El segundo sexo me dio el conocimiento y la fuerza para vencer todos los obstáculos, el saber que estaba en el camino correcto y el poder de armar mi propio destino. El precio es alto y lo pago todos los días. Y lo seguiré pagando hasta el fin de mis días. La libertad lo vale y eso se lo debo a Simone de Beauvoir.
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